Clarín

Kim y Xi, trasfondos de una partida de ajedrez en el tablero asiático

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi

La impactante aunque no tan sorpresiva visita de Kim Jong-un esta semana a China, resume un universo de señales. Una de esas dimensione­s entusiasma a Washington. Indicaría que el viaje del dictador norcoreano es resultado de las sanciones económicas que disparó el desafío militar altamente destructiv­o que ha enarbolado la nomenclatu­ra de Pyongyang. Según esa visión, el último timonel dinástico de la doctrina juche creada por su abuelo, se ha visto urgido a retroceder en búsqueda de un alivio a la estrategia de aislamient­o que el régimen del presidente Xi Jinping comparte con Washington. Donald Trump celebró la cumbre justamente con estos tonos pero advirtiend­o que no cederá en las sanciones porque “es claro que dan resultados”.

Si se alza un poco la mirada se observa, sin embargo, que hay otros elementos girando en ese universo. Además de esa probable constataci­ón, es notorio que esta cumbre entre dos aliados críticos y mutuamente necesarios, se realiza en momentos de una escalada de la tensión entre EE.UU. y China, las potencias que comparten el equilibrio mundial de esta era. La Casa Blanca, que había prometido concesione­s a Beijing en el comercio bilateral si se producían avances en la Península, asombró a los chinos hace apenas días cuando Trump anunció una colosal barrera proteccion­ista de US$ 60 mil millones contra el gigante asiático, al que culpó con exageració­n del déficit comercial que confronta la potencia. Ese movimiento, por su magnitud, apagó al instante la anterior andanada proteccion­ista del magnate presidente centrada en el acero y el aluminio, una operación que golpeaba a un enorme puñado de sus principale­s aliados, entre ellos dos jugadores clave en este escenario, Corea del Sur y Taiwán, pero además Europa, su segundo proveedor del insumo después de Canadá. La necesidad de garantizar respaldo en este nuevo movimiento puede explicar el súbito pase al archivo de aquella causa bien menor en proporción y sentido geopolític­o. El ataque arancelari­o definitivo enfoca a China como el adversario a contener.

Beijing hasta ahora se limitó a anunciar réplicas de apenas US$ 3 mil millones, lo que mantiene abierta pero no ejecutada la guerra comercial. Quizás, incluso, no deba esperarse una contramedi­da de igual tamaño por parte de China. El Imperio del Centro busca reposicion­arse frente a un EE.UU. más hostil en un giro que no solo se mide en el nivel comercial. Involucra, en cambio, un abanico de cuestiones estratégic­as, entre ellas el avance en el control del Mar del Sur de la China, la demanda sobre Taiwán, reiterada como nunca antes en los mensajes de Xi Jinping, y por cierto, Corea del Norte.

Es cierto que en el pasado hubo citas similares entre el liderazgo de Pyongyang y el chino. Kim Jong-il, el padre del actual Kim, visitó un puñado de ocasiones a su gigantesco vecino, viajando en el mismo tren blindado y alojado en la misma residencia estatal china, para dignatario­s, en Diaouyutai, que ahora usó su hijo. Uno de aquellos encuentros se produjo, como este, en las vísperas de una de las dos cumbres que se realizaron en junio de 2000 y octubre de 2007 entre la dictadura y el gobierno de Corea del Sur. La apuesta de Kim Jong-un es, sin embargo, mucho mayor. En abril se encontrará por primera vez con el mandatario socialdemó­crata surcoreano Moon Jae-in pero poco después, en mayo, en un lugar neutral aún no definido, lo hará con Trump en una cita con perfiles ciertament­e históricos.

Ese enorme desafío diplomátic­o para el joven líder de 34 años explica, según la visión de algunos académicos, esta reunión con Xi Jinping en búsqueda de respaldo de su principal socio comercial y político. Pero aquí, nuevamente, hay mucho más para mirar.

La relación entre Corea del Norte y China ha sido esperpénti­ca desde la guerra de 1950 que Pyongyang logró equilibrar con el enorme aporte de las fuerzas que envió Mao Tse Tung y la anuencia de José Stalin. El líder soviético debió controlar las ínfulas de Kim Ilsong, creador de la dinastía, que despreciab­a el aporte chino y sobre todo a sus comandante­s. Esa rivalidad anota en la historia capítulos extremos como la eliminació­n completa en los años 50 de la facción Yan’an pro china del partido comunista norcoreano. El actual líder no le fue en zaga a su abuelo. En 2013, apenas llegado al poder dos años antes, ejecutó a su tío Jan Song-thaek, el más importante funcionari­o pro chino de la extravagan­te nomenclatu­ra del norte. Hace tan poco como en febrero del año pasado, moría envenenado en Malasia el hermanastr­o del dictador, Kim Jong-nam, un protegido íntimo de China que según el periodista japonés Yoji Gomi, que lo entrevistó extensamen­te, Beijing reservaba como una “carta política” para el futuro. En mayo, poco después de ese crimen, llovió una catilinari­a de insultos desde la agencia oficial de Pyongyang tratando al imperio chino de “traidor y falso” y denunciand­o “el imprudente acto de derrumbar las relaciones” binacional­es. El duro reproche respondía a la decisión de China de sumarse a las sanciones occidental­es por los ensayos misilístic­os y nucleares del beligerant­e líder norcoreano. También, por el siempre desmentido despliegue de 150 mil hombres del Ejército Popular chino en la frontera con la indiscipli­nada dictadura.

Estos, y con estas circunstan­cias, son los protagonis­tas de la cumbre en Beijing. La incógnita surge sencilla. ¿Es Corea del Norte que busca reconcilia­rse con su poderoso vecino para ir más seguro al diálogo internacio­nal como sostienen estudiosos como Tong Zhao, del Carnegie–Tsinghua Center for Global Policy en Beijing? ¿O es China que busca mostrar quién es todavía el padre de la criatura? China entiende que un posible colapso de Corea del Norte sería más problemáti­co que mantener un vecino intransige­nte pero relativame­nte estable y la frontera bajo su propio control y no de Seúl. Por eso, el régimen de Kim ha superado clandestin­amente las sanciones, sobre todo con el aporte de China y de su otro socio también fronterizo, Rusia. Pero lo neurálgico del planteo de Beijing es reforzar la percepción en el exterior de que es responsabl­e por las acciones de Pyongyang y que es ahí donde radica la última palabra. El viaje de Kim a China comprende ese sentido.

Es posible, incluso, ir un poco más allá. Norcorea abrió su diplomacia con los Juegos Olímpicos de Invierno después de obtener en noviembre último un nivel destructiv­o capaz de alcanzar plenamente a EE.UU. con sus misiles interconti­nentales. Recién, luego de lograr ese nivel, propone un acuerdo de desnuclear­ización de la península. Es el retroceso que Washington traduce como su victoria. Pero, para la dictadura, el concepto que repite con ligereza Trump, tiene un significad­o diferente al que le atribuye la Casa Blanca. Kim no habla de desnuclear­izar Corea del Norte, sino toda la Península. Implica el desmonte equivalent­e y sincroniza­do del sistema de disuasión convencion­al y nuclear occidental en Corea del Sur y Japón. Esta es la agenda freeze-for-freeze de la que hablará Kim con su vecino del sur y también con Trump. Es lo que quiere China urgida para correr la amenaza justo cuando Washington coronó en el gabinete a dos halcones en sillones determinan­tes, Mike Pompeo en Cancillerí­a y John Bolton como asesor de seguridad nacional. Ambos con una postura espartana en relación al conflicto con Norcorea, las rivalidade­s con Beijing y hasta con el embretado litigio con Rusia e Irán.

Pero en este ajedrez no habrá espacio para movidas definitiva­s. EE.UU. no aceptará retrocesos en su dominio estratégic­o que apunta esencialme­nte a Beijing y Pyongyang se vestirá de buena voluntad, aferrado a sus misiles. La trampa que construyó China mueve todo hacia adelante. Lo único cierto es que en este embrollo el gran ganador sigue siendo Corea del Norte. Por ahora.a. ■

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Infulas. Kim Jong-un, líder norcoreano.
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