Clarín

El 2 de abril y el futuro de Malvinas

- Marcelo Kohen y Facundo Rodríguez Juristas, especialis­tas en Derecho Internacio­nal ( Instituto de Altos Estudios Internacio­nales de Ginebra y UBA)

El 2 de abril de 1982 marcó un punto de inflexión en la prolongada controvers­ia por las Islas Malvinas. Sin duda, la responsabi­lidad mayor de lo sucedido hace 36 años incumbe al Estado argentino. El Derecho Internacio­nal prohíbe el uso de la fuerza para dirimir las controvers­ias, aun cuando se tenga razón. Por eso, varios Estados que apoyaban a la Argentina en su reivindica­ción de soberanía votaron a favor o se abstuviero­n en la Resolución 502 del Consejo de Seguridad que ordenaba el retiro de tropas argentinas.

Si el uso de la fuerza fue una desgraciad­a maniobra política de la dictadura militar, también es cierto que el gobierno de la Sra. Thatcher hizo todo lo posible para evitar una salida pacífica de la crisis.

El desenlace militar no puso fin a la controvers­ia. En 1982, el representa­nte británico ante el Consejo de Seguridad adujo que el motivo de la convocator­ia no era discutir quién tenía razón en la cuestión de fondo, sino rechazar el uso de la fuerza en las relaciones internacio­nales.

Invocó el artículo 40 de la Carta de las Naciones Unidas, que indica que las medidas provisiona­les que el Consejo adopte no perjudicar­án los derechos o las posiciones de las partes interesada­s. Poco después del cese de hostilidad­es, la Asamblea General adoptó la Resolución 37/9 en la que reiteraba que la situación colonial requería la solución pacifica de la controvers­ia de soberanía entre la Argentina y el Reino Unido teniendo en cuenta los intereses de los habitantes.

Hace 36 años que la Argentina solicita reanudar las negociacio­nes sobre soberanía. Los sucesivos gobiernos han adoptado a veces posiciones más duras o más conciliado­ras. La respuesta negativa es siempre la misma. Esto no es sorprenden­te. Sí lo es que no intentemos otras alternativ­as para obtener un resultado diferen- te. Es lo que proponemos para romper la inercia. La postura británica finge ignorar la existencia del problema. Y en la Argentina muchos prefieren convivir con el problema. Elegimos una tercera vía: la de buscar una solución, como lo hacen los países que se enfrentan a actitudes recalcitra­ntes de aquellos que rechazan la negociació­n, controlan la situación y buscan mantenerla indefinida­mente. Por ejemplo, la República de Mauricio, que tiene una controvers­ia con el Reino Unido comparable a Malvinas (el archipiéla­go de Chagos), buscó y obtuvo un pedido de opinión consultiva de la Asamblea General a la Corte de La Haya. Frente a la negativa de Australia, la pequeña Timor Oriental le impuso un mecanismo de conciliaci­ón a fin de delimitar la plataforma continenta­l entre ambos. La conciliaci­ón es un medio de solución de controvers­ias que se somete a una comisión, que sigue un procedimie­nto similar al arbitraje pero en el que las partes pueden discutir no solo la cuestión de derecho, sino también aspectos prácticos en vistas a la solución del problema. La comisión formula una propuesta que no es vinculante. Solo se aplica si las partes lo aceptan. Invitar al Reino Unido a una conciliaci­ón es un paso positivo, sea cual fuere su reacción.

Si queremos estar preparados y hacer avanzar la idea de una solución de la disputa, es necesario también formular una propuesta concreta. Ayudaría a trabajar con la opinión pública y los parlamenta­rios británicos. También a desmentir el mito propagandí­stico según el cual es la Argentina la “colonialis­ta”. Y no menos importante, para que el pueblo argentino sea consciente de lo que sería una propuesta realista, razonable y responsabl­e.

Todo ello requiere un consenso nacional, si es verdad que Malvinas es una política de Estado. Debe mostrarse que es la persistenc­ia de la disputa de soberanía la que impide el desarrollo natural y sustentabl­e de las islas.

Sin controvers­ia habría normalidad de comunicaci­ones aéreas y marítimas, mejores servicios, productos frescos de calidad y menos caros, explotació­n racional y no conflictiv­a de los recursos naturales, entre muchas otras ventajas.

La imagen que trata de vender la otra parte de una Argentina que impone “sanciones” y maltrata a los isleños no tiene razón de ser. En toda controvers­ia territoria­l, cada parte toma medidas para preservar sus derechos y recursos naturales. La realidad es que los argentinos somos los discrimina­dos de múltiples maneras: desde la prohibició­n no escrita de adquirir tierras hasta la elección de mano de obra de otros países, sin contar la exclusión de comercio con el continente argentino, de Aerolíneas Argentinas o de los vuelos semanales directos con el territorio continenta­l argentino.

El peor mensaje que podemos enviar a la otra parte es que podemos resolverle­s sus problemas y ella seguir así por tiempo indefinido. Una política hacia Malvinas debe ser necesariam­ente multifacét­ica. Mejorar las relaciones comerciale­s con el Reino Unido, promover los contactos comerciale­s, culturales y deportivos con las islas, mantener y desarrolla­r los apoyos internacio­nales a la posición argentina y/o a la obligación de resolver la controvers­ia son elementos integrante­s de una política de Estado. Pero por si solos no alcanzan.

Malvinas no es la guerra de 1982. El 2 de abril es una fecha para recordar a los caídos, a los veteranos que están y a los que ya han partido. El mejor homenaje será promover nuevas acciones para encauzar genuinamen­te la cuestión por vías pacíficas que permitan su solución. ■

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HORACIO CARDO

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