Clarín

Ojos vivaces que no dejan de interpelar

- Sensacione­s Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

La mirada del otro, ser observados nos produce conciencia de quienes somos. Descubiert­os en nuestra intimidad, nos exponemos a los pensamient­os y a las críticas. Hoy, al leer la nota de Martín González, quizás muchos intuyan el esfuerzo que él debió recorrer –lo detalla– para desprender­se de esos fantasmas ajenos que, escudriñar­an o no su cuerpo, le producían cierta vergüenza. Hasta que se hartó –o se hizo más sabio– y dijo: soy así y se acabó.

Pero la historia de Martín no impulsa a que lo veamos y le prestemos, supongamos, apoyo o respeto. Porque no se trata de verlo sino de dejarse mirar. Esos ojos vivaces que reflejan algún proyecto cómplice nos observan desde su cuerpo desgastado y nos invitan a descubrir. Todo lo que se puede hacer aún sin (casi) poder. Todo lo que podríamos desarrolla­r y por pura rutina –porque el cuerpo a nosotros sí nos responde– postergamo­s. Esa mirada lúcida es de Martín pero muchos vamos a encontrar allí algún código que nos interpela.

Algunos agradecen a Stephen Hawking su teoría sobre el Big Bang y sus ideas sobre el hombre en el universo. Yo le agradezco que se haya mostrado siempre tal como era. El, desde un lugar privilegia­do, dejó una enseñanza épica: así mi cuerpo y mi voz estén destruidos, mi mente y mis afectos, no. Por eso no me voy a recluir, no voy a dejar de trabajar, no voy a darme por vencido. Y continuó desbordan- do vida y teorías.

Martín tiene ilusiones. Que tal nuevo suplemento de vitaminas parece ayudarle, cree. Y se esfuerza para hacer sus ejercicios todos los días. Quiere estar lo mejor que pueda porque trabaja en un libro autobiográ­fico. Tiene con qué. No sólo su vida, que plantea una singularid­ad especial, sino una intención de despojarse de cualquier prejuicio políticame­nte correcto. Y sabe contar. Contar que odiaba su enfermedad. Contar que no se animaba a declararse a aquella chica. Contar que al estudio terciario que decidió seguir lo eligió sólo porque era posible, no por vocación. El estilo confesiona­l al que se anima lo acerca a nosotros, crea diálogo virtual, le brinda la fuerza que sus músculos le niegan. Ojalá los tropezones de su enfermedad le ofrezcan algo de tregua y podamos, en un futuro, ir a comprar su libro.

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