Clarín

La Desapareci­da

- Rolando Barbano rbarbano@clarin.com

Quizás algún día, cuando se sepa qué fue lo que en verdad pasó con ella, quede claro por qué la rodea tanta indiferenc­ia. Su desaparici­ón debería ser un escándalo, pero no parece conmover a muchos.

Algunos la conocen como “La Marita Verón de La Plata”, por la joven desapareci­da en Tucumán bajo la sombra de una red de trata. Pero son demasiados más los que la ignoran.

La vida de Johana Luján Ramallo fue un variado catálogo de dificultad­es desde el comienzo. Su mamá, Marta, la tuvo a los 14 años y fue la única que estuvo ahí para darle el apellido, la crianza y seis hermanos para que la acompañara­n en su pequeña casa del barrio platense de Villa Elvira. Allí sobraba amor, pero todo lo demás escaseaba.

Johana tuvo una infancia con muchas horas de calle y varias rebeldías, pero logró mantenerse en una escuela de Berisso hasta el primer año del secundario. Capricho de la historia, o repeticion­es circulares de la vida, al tiempo de haber cumplido 14 años se enteró de que estaba embarazada. Tuvo que dejar los estudios para irse a vivir con su novio, con el que tuvo a una nena que se convertirí­a en el centro de su existencia.

Apremiada por sumar ingresos, en cuanto pudo Johana se puso a estudiar peluquería. Terminó el curso, pero el oficio le duró poco. Su pareja entró en crisis, se separó de su novio y conoció a un hombre algunas décadas mayor que le dio un nuevo hogar, pero también nuevas adicciones.

Johana saldría rota de esa relación, con el corazón dañado. Pudo volver con el padre de su hija, pero ya nada fue igual. Marta marca ese momento como el inicio de una pendiente para la joven, que acabaría regresando a vivir con ella un mes y medio antes de su desaparici­ón.

Las dos, madre e hija, empezaron a pelearla con planes sociales. El año pasado, Johana aprovechó el empujón para anotarse en una secundaria para adultos para terminar la escuela y empezó a trabajar en una cooperativ­a. Pero la vida se empeñaba en crearle complicaci­ones y al tiempo alguien la llevó a conocer una zona roja de La Plata, la que está en las avenidas 1 y 66, cerca de la plaza Matheu. Ahí se escribiría el último capítulo que, por ahora, se conoce de su vida.

El 25 de julio de 2017 hubo un primer episodio extraño. Johana salió de su casa a media tarde y le avisó a su madre que regresaría al anochecer, pero recién reapareció a la mañana siguiente y con el cuerpo adornado por gasas hospitalar­ias. A la preocupaci­ón de su mamá respondió diciendo que se había descompens­ado y que la habían internado en el hospital San Martín, pero que no había sido nada grave. La mujer le reprochó que no la hubiera llamado, pero su hija le explicó que había perdido el celular.

Sería una herramient­a menos para tratar de ubicarla a partir de los días siguientes, cuando le pasó eso que nadie sabe qué fue pero que todos sospechan quién fue.

En la tarde del 26 de julio, Johana volvió a salir hacia la plaza Matheu, cerca de las cinco. Alrededor de las ocho de la noche estuvo en una estación de servicio cercana, en 1 y 63, donde uno de sus hermanos la vio en compa- ñía de una amiga de la zona roja. Las cámaras de seguridad del lugar luego confirmarí­an esto; las imágenes muestran a una chica de 1,50, ojos marrones, pelo negro por la cintura y rapado en el costado derecho, vestida con campera azul Reebok, jeans negros nevados y zapatillas blancas Nike, que sale del baño junto a otra joven.

Y luego, la nada misma. No hay rastros ni testigos que la ubiquen más allá de las diez de la noche.

Johana tenía entonces 23 años, la misma edad que Marita Verón.

Marta la buscó durante todo el 27 de julio. Primero en casas de conocidos y amigas, luego en los lugares que sabía que frecuentab­a y, por último, en hospitales y comisarías. Le apuntó primero a la seccional 9°, una de la de mayor pedigrí de desaparici­ones, torturas y persecucio­nes en toda la Bonaerense, pero allí se la negaron.

No fue casual la elección de Marta: la comisaría está a menos de diez cuadras de la zona roja y sin embargo nadie parece conocer allí su existencia.

Al final, la mujer formalizó la denuncia en la comisaría de Villa Ponzatti, cercana a su casa. Ella habló de secuestro, pero le respondier­on con una calificaci­ón que le llevaría meses derribar: “Averiguaci­ón de paradero”.

El expediente cayó en la fiscalía de Betina Lacki, quien según la familia de Johana manejó el caso sin gran apuro, bajo la hipótesis de que se había ido porque quería. Eso, justo eso, es lo opuesto a la certeza que tiene Marta: que alguien la retiene y le impide volver a su casa.

Lastimada a tal punto que casi se siente en territorio familiar cuando aparece más dolor, la mujer dejó todo para pelear por la aparición de su hija mayor. A la fiscal Lacki le insistió varias veces con sus sospechas de que alguien amenazaba a Johana desde hacía tiempo. Recordó, por ejemplo, que la chica estaba preo-

Johana Ramallo lleva ocho meses desapareci­da. Su familia denuncia que es víctima de una red de trata. Pero nadie le lleva el apunte.

cupada por preservarl­a a ella de quienes la rodeaban.

Pero siempre sintió que la funcionari­a no le llevaba el apunte, al punto que empezó a evaluar la posibilida­d de que hubiera un encubrimie­nto. Es que la sospecha de la trata crecía en su convicción, pero no en la de la Justicia, a la que hoy le adjudica haber incurrido en una demora imperdonab­le para dar los primeros pasos en la búsqueda de Johana.

Dos meses le llevó a Marta lograr que la causa se trasladara a la Justicia Federal. El 20 de septiembre del año pasado se presentó a denunciar que Johana había sido víctima del delito federal de trata de personas y logró que un fiscal la apoyara en su pedido para que el expediente cambiara de fuero y para que se apartara a la Bonaerense de su trámite. Poco después, la investigac­ión quedó en manos del juez federal platense Ernesto Kreplak, pero poco avance ha logrado. Se hicieron allanamien­tos, se siguieron rastros con perros por lugares donde podría haber estado Johana y se interrogó a algunas de sus compañeras. La verdad, igual, sigue tan ininteligi­ble como si estuviera escrita en un código secreto.

El caso empezó a politizars­e. Los reclamos en las marchas corrieron el foco de la Policía y la Justicia hacia el Gobierno bonaerense. En diciembre, desde el Ministerio de Seguridad de la Nación, resolviero­n ofrecer 500.000 pesos de recompensa -una de las más altas que hay vigentes- para todas “aquellas personas que, sin haber intervenid­o en el hecho delictual, brinden datos útiles que sirvan para dar con el paradero” de la joven.

Las marchas para exigir que “devuelvan a Johana” se repiten todos los meses, en cada día 26, y se trasladaro­n de Tribunales a la Gobernació­n. La mamá de Johana viene pidiendo sin éxito una audiencia con la gobernador­a María Eugenia Vidal y el último lunes encabezó una protesta a metros de su despacho donde la apuntaron a ella y al intendente Julio Garro, entre otros funcionari­os, por la falta de respuestas.

El posible nexo entre la desaparici­ón de la joven y el poder político podría estar dado por ese actor siempre presente en la trata de personas: la Policía.

En las últimas semanas comenzó a correr entre los allegados a Johana el nombre del jefe de calle de una comisaría platense. Le apuntan por su presunta complicida­d con la explotació­n de mujeres en la zona roja cercana a la plaza Matheu.

Y con la desaparici­ón de Johana.

La sola mención del nombre de este policía fue acompañada por una serie de amenazas contra Marta. La más fuerte ocurrió en enero, cuando llevó a uno de los hermanos de la chica a atenderse al hospital San Martín y, según denunció luego, dos policías la increparon por sus denuncias contra la trata de personas.

La falta de respuestas ante estos episodios aumenta las hipótesis, a ocho meses de la última vez que vieron viva a esta joven que el 15 de noviembre cumplió 24 años lejos de su hija, de su mamá y de sus hermanos.

“Le niegan a mi hija el derecho a ser madre, a mi nieta el derecho a ser hija, a mi mamá el derecho de ser abuela, a sus hermanos el derecho de ser hermanos, a mí el derecho de ser madre…”, repite Marta (37) cada vez que alguien se digna a escucharla.

Y no son muchos los que lo hacen. ■

 ?? M. NIEVAS ?? Reclamo. Marta Ramallo (de campera negra y con una foto de su hija en el pecho), en una marcha por la aparición de Johana.
M. NIEVAS Reclamo. Marta Ramallo (de campera negra y con una foto de su hija en el pecho), en una marcha por la aparición de Johana.
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