Clarín

Buscó en la villa al asesino de su hijo

Fue clave en la investigac­ión. Once años después, lo verá sentado en el banquillo de los acusados.

- MIRTA CORVALÁN

La crónica deportiva informó que Lanús le ganó 1 a 0 a Independie­nte con gol de penal de Germán Denis, sobre la hora. Que fue por la tercera fecha de la Superliga, el 16 de septiembre pasado, y que ambos equipos jugaron con mayoría de suplentes debido a las competicio­nes internacio­nales que disputaría­n esa semana. Pero afuera, en una de las plateas del Libertador­es de América, ocurrió algo especial, extra futbolísti­co: la familia Lanuto tiró las cenizas de Ezequiel, asesinado en un intento de robo sufrido en la puerta de su casa de Villa Fiorito, en 2007.

La que recrea aquella tarde-noche de sábado en Avellaneda es Mirta “Coca” Corvalán (60), la mamá de la víctima. Es fanática de Boca (se tatuó el escudo), pero desde el fallecimie­nto de su hijo se hizo socia de Independie­nte y empezó a alentar a los “Diablos Rojos”.

“Grito los goles de Independie­nte y siento que estoy con él, que está vivo”, explica, emocionada. “Los hinchas entran a la tribuna y me lo imagino alentando, saltando. Miro a los pibes atando las banderas y lo pienso haciendo lo mismo. A veces me pasa de ponerme a llorar y algunos de los hinchas que me rodean me

Necesito que me explique por qué le disparó en la cabeza. Podía haber apuntado a un brazo, a un pie. Él no era Dios para decidir cuándo iba a terminar la vida de mi hijo”.

Mirta “Coca” Corvalán (60)

Madre de Ezequiel Lanuto (21)

dicen ‘ qué fanática sos’, sin saber el por qué de mis lágrimas. De chiquito, Ezequiel me pedía que yo fuera de Independie­nte. Y ahora voy a la cancha, miro sus partidos, compro sus camisetas… todo por él”. Cada tanto lo lleva a su nieto, el único hijo de Ezequiel, a quien también hizo socio de Independie­nte. El nene no alcanzó a conocer a su papá.

Desde mañana, “Coca” empezará a cerrar una etapa: Rodrigo “El Rengo” Ferreyra (28) se sentará en el banquillo de los acusados, por “homicidio agravado criminis causa” (cometido para ocultar otro delito, en este caso el robo), que prevé una reclusión perpetua. Es decir, que después de casi 11 años, podrá ver a quien ella misma investigó y señaló en la rueda de reconocimi­ento como el asesino de su hijo, tras meterse en una villa del sur del Conurbano.

“Necesito que me explique por qué le disparó en la cabeza. Podía haber apuntado a un brazo, a un pie. Él no era Dios para decidir cuándo iba a terminar la vida de mi hijo”, le comenta a Clarín en la remisería donde trabaja, mostrando el tatuaje que se hizo en el antebrazo por su hijo.

La moto era una Gilera Smash. Ezequiel, que tenía 21 años al momento del crimen, había ahorrado durante más de 12 meses para comprársel­a. Trabajaba haciendo el mantenimie­nto de una galería de Caballito. “Lo feliz que estaba con esa moto… me acuerdo como si fuera hoy”, confiesa su mamá. Esa moto, desde que murió, nunca más se volvió a poner en marcha: sigue en la habitación de Ezequiel. La psicóloga ya le recomendó que lo mejor es venderla o sacarla. “Coca” le respondió que si se va la moto, se le va la vida.

A los seis meses de la compra, Corvalán se enteró que la moto de su hi- jo era “buscada en el barrio”. Ese rumor no la dejaba dormir. Un día cualquiera no se aguantó más el miedo y, sin que su hijo se enterara, agarró la moto y le sacó una rueda. La escondió en la casa de una amiga. El cumpleaños 21 del joven la encontró sin dinero para un regalo. Entonces, se la devolvió en ese concepto. Y Ezequiel volvió a disfrutarl­a. Fue en abril de 2007.

El 14 de agosto de ese mismo año, dos jóvenes armados se la exigieron. La víctima se resistió y recibió un disparo en la frente. Fue a las siete y media de la tarde, en la vereda de su casa de Fiorito. “Coca” salió y forcejeó con uno de los ladrones, para que no se llevara la moto. Lo vio de frente; se miraron. Con él y con su cómplice. Ezequiel fallecería dos días después. Y su mamá comenzaría una lucha de esas que solo puede hacer una mamá.

A las semanas fue detenido un menor de edad, al que “Coca” señaló en la rueda de reconocimi­ento. Desde aquel día comenzó a llamar a los institutos de menores para comprobar si seguía detenido. Lo liberarían a los tres meses. El adolescent­e presentó la prueba de haber estado internado en un centro de adicciones para la noche del crimen. Corvalán se fue hasta ese establecim­iento y encontró ventanas abiertas. Planteó que tranquilam­ente podría haberse escapado y regresado a las horas. Se llamaba de la misma manera que “Coca” había escuchado que lo nombraba su cómplice.

Del mayor, legalmente, no se sabía nada. O no se quería saber. La mamá de Ezequiel empezó a preguntar en el barrio. La misión no podía resultar muy difícil: el ladrón llevaba ropa de River y tenía dificultad­es para caminar. Rápidament­e le

señalaron una villa, denominada “La Cava”, igual que la de San Isidro, a ocho cuadras de su casa. Y ella en

tró, sin dudarlo. Nunca les avisó a sus familiares, que se lo hubieran impedido.

Siempre vestida con ropa que creía acorde al lugar, se ganó la con

fianza de los vecinos. Así, con el tiempo, se fue enterando de cosas: que Ferreyra formaba parte del plan Argentina Trabaja, que su mujer cobraba la asignación universal, que era papá de dos hijos, que su renguera se debía a un impacto de bala. Descubrió su casa y la de su mamá. También, la esquina en la que paraba con sus amigos. Hasta le confesaron que guardaba una o más armas en un camión abandonado de la villa. Su marido y otro de sus hijos se cruzaron con el acusado. Intentaron atraparlo pero se les escapó corriendo. “Un 4 de abril, el día de cumpleaños de Ezequiel, me paré en la puerta de su casa. Quería preguntarl­e por qué mató a mi hijo. Pero no apareció”.

“Los datos aportados por ‘Coca’ fueron muy importante­s para la identifica­ción del acusado”, explicó una fuente de la investigac­ión. “Así como la maduración de los testigos,

que cuando volvieron a ser citados a declarar ya eran mayores y tenían otro compromiso. Incluso algunos ya no vivían en el barrio y pudieron hablar sin miedos”, agregó.

Cada vez que se enteraba de algo, ella se acercaba a hablar. Si no tenía monedas para el colectivo, se iba ca

minando. Llegó a confeccion­ar un croquis con todos sus movimiento­s. Mientras los investigad­ores lo buscaban, “El Rengo” Ferreyra cayó preso por otro delito. Fue en octubre de 2016. Lo detuvieron cuando conducía una moto que había sido denunciada como robada 72 horas antes. Sus otros antecedent­es son de abril de 2013 (tenencia ilegal de arma de fuego) y de abril de 2007 (robo agravado por cometerse en poblado y en bando y con el uso de arma).

Rápidament­e “Coca” fue citada a la rueda de reconocimi­ento. Lo vio, pero vidrio de por medio, y lo reconoció entre llantos y sin dudarlo.

Esta semana sí podrán mirarse a los ojos, ante el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) N° 10 de Lomas de Zamora. Y dice que le va a preguntar por qué lo hizo. Que recién ahí, y junto a la condena, entenderá que Ezequiel murió. Porque hasta ahora, solo siente que su hijo no está.

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GERMÁN GARCÍA ADRASTI Madre coraje. Mirta “Coca” Corvalán (60), ayer, en el barrio adonde vive. La Justicia admitió que tuvo un rol clave para la investigac­ión por el crimen de su hijo.
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