Los anillos olímpicos, la nueva postal del centro porteño
Están junto al Obelisco, por los Juegos de la Juventud de octubre. Vecinos y turistas los eligen para las fotos.
Son la postal más buscada en el Obelisco por estos días: la gente se toma fotos con ellos, los toca, se trepa. Son los anillos olímpicos, el símbolo de los juegos en los que 600 jóvenes deportistas competirán por el oro en octubre. Y aunque el origen de estos anillos se remonte a un siglo atrás, los de estos juegos fueron construidos por un artista que se inspira en el futuro: Fernando Poggio (49), pionero en el país en la producción de objetos de diseño en aluminio. Y creador de la famosa lengua de los premios MTV Music Awards, las esculturas para el Ministerio de Producción en Tecnópolis y la Copa Argentina de Fútbol.
“Nunca imaginé tener una pieza tan importante en un lugar así. Da un poco de impresión”, reconoce Poggio entre risas. Es que el desafío era doble: dar una interpretación propia de un ícono conocido mundialmente desde 1914, y hacerlo para que sea emplazado al lado de otro ícono, el más notable de la Ciudad.
A esa carga Poggio le sumó una búsqueda: la de generar un impacto visual fuerte, “que funcione como llamador para todos los que pasan”. Para lograr su objetivo eligió otra vez el aluminio, “que tiene liviandad y ligereza, conceptos que también conectan con el deporte”. Y que, además, es sustentable: “en el 80% de su fabricación se usa energía eléctrica, en lugar de emplear combustibles fósiles”, explica. Con este material armó los anillos, que miden seis metros.
Hace 25 años, Poggio estudiaba Diseño Gráfico en la UBA y trabajaba en la empresa familiar. Allí tuvo su primer acercamiento al diseño industrial, que se convertiría en su verdadero amor. “En ese momento empecé a desarrollar repuestos automotrices y a trabajar el aluminio”, recuerda.
Luego llegarían las exposiciones en Frankfurt, Milán, San Pablo y Nueva York; el Premio CMD 2017 por su banqueta Miles y el primer puesto en el concurso internacional para crear el merchandising de la Torre Agbar, el rascacielos más famoso de Barcelona. Y, también, su propia empresa, que vende sus objetos en las tiendas del MALBA, el Museo Sívori y el Teatro Colón, entre otros lugares.
En esa empresa propia, Poggio comenzó a poner en práctica su concepto: fabricar lo que él mismo idea- ba, como objetos para la oficina, joyas, muebles y lámparas.
Así como por estas pampas sobra creatividad, Poggio observa que falta más apoyo si se quiere llevar el diseño a un nuevo nivel, más cercano a otras grandes capitales, “donde hay obras de gran envergadura por todas partes. Intervenir la ciudad con arte le agrega valor e impulsa a artistas locales“, sostiene. En ese sentido, pone expectativas en obras como el Paseo del Bajo. “Es un lugar interesante. Me encantaría tener una obra ahí“. ■