Clarín

Cordobés y tardío piloto de autos de carrera

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Corrió por las calles de Córdoba el día de septiembre de 1966 que una metralla policial fusiló a Santiago Pampillón. Lejano pero fresco, aquel es el primer episodio de intensidad política que cita Ginés González García cuando escarba en inquietud militante.

Todavía no había “descubiert­o” el peronismo, al que llegó unos años mas tarde - ”en los ‘70 no se podía ser otra cosa que peronista”, carcajea- y del cual, con algún reproche amable y bastante autocrític­a, casi medio siglo después aún se siente parte.

“A veces me parece que hay mas peronistas que peronismo: que tenemos un qué pero no un cómo”, repasa el hombre de las tres G, hincha fanático de Racing, padre de dos hijas, abuelo por cuatro y tardío pero entusiasta piloto de automovili­smo. En su larga estadía como embajador en Santiago de Chile, tomó el hábito de competir en una categoría monomarca.

Atribuye a Rudolf Virchow, un alemán, médico y socialista de fines del siglo XVIII, su interés por la medicina social que entendía el ejercicio de esa ciencia como una política a gran escala. Pudo. Primero porque Antonio Cafiero lo convocó para ser ministro de Salud bonaerense porque le habían hablado bien de él y porque, cuenta perplejo González García, luego le confesó que le había gustado un libro suyo.

“Salimos vivos”, titula y explica que la inflación acumulada de la gestión Cafiero fue del 5.640%: atravesó todas las híper, las de Alfonsín y las del primer Menem. En los ‘90 rechazó, dos veces, la oferta de Eduardo Bauzá para ser ministro durante el menenismo. Y le dijo que no a “Chacho” Alvarez cuando debutaba la Alianza. Repitió, notificado por una placa roja de Crónica TV, con Duhalde en medio de los espasmos del 2002. Con el caudillo de Lomas, nunca se llevó bien pero valora que estuvo a la altura en tiempos de crisis.

Fue heredado por Nestor Kirchner, con quien compartía la pasión febril por Racing. En aquella época sacudió la agenda con su postura para despenaliz­ar el aborto, expediente que magnificó los desencuent­ros del patagónico con Bergoglio. Ni antes ni después -hasta marzo pasado, cuando lo hizo Mauricio Macri- otro funcionari­o público de volumen se animó a zambullirs­e en ese debate ríspido. Sibarita y experto contador de anécdotas, Ginés frecuenta, menos de lo que se lo anuncia, citas peronistas de ánimo unionista pero entiende que el partido pagó el costo de haberse olvidado de la clase media y que también le pasan factura por los volantazos ideológico­s; el péndulo Menem-Kirchner.

Ginés abrazó una enseñanza que le trasmitió Juan Manuel Fangio quien le reveló su truco: consistía en acelerar cuando los demás pilotos bajaban la velocidad turbados por un accidente. “En medio de la crisis, hay que acelerar”, podría ser el mandamient­o de Ginés, un agnóstico que asume que hay algo que induce a actuar (a hacer el) bien, un código de bondad o corrección, y que a los 72 años, risueño y provocador, vuelve a pisar el acelerador.

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