El derrumbe y la decepción por las alianzas que no pudo construir
Frustración. El ex presidente buscó, con puro pragmatismo, solucionar primero el callejón de su sucesora, y luego ser la alternativa del centro político. No funcionó.
Entre las numerosas frases que se le atribuyen a Lula da Silva, hay una que exhibe su profundo pragmatismo y el lugar político que marcó su trayectoria y sus dos gobiernos. “Si uno conoce a un izquierdista muy viejo es porque debe estar en problemas…” La cita continúa con una reflexión: “La gente se transforma en el camino del medio... quien vas más de derecha va quedando más de centro, y así quien está más de izquierda...”.
En horas bajas, con el calabozo inevitable en su camino, el líder del PT padece menos ese infortunio que su frustración por no haber podido convencer al establishment de que podía ser el timonel que rescate a Brasil y recupere su tasa de acumulación. Lula está convencido de que la justicia actuó tironeada por los hilos de una estructura de poder económico que decidió descartarlo. Revolea en la intimidad los números notables del crecimiento durante sus mandatos y la incorporación de 34 millones de brasileños a la clase media consumidora.
Esos son los presupuestos con los que intentó salvar el gobierno de su sucesora Dilma Rousseff cuando el país comenzó a derrumbar su crecimiento. Tras la agónica reelección de la mandataria en 2014, fue Lula quien presionó para un giro al pragmatismo como el que, con mejor suerte, rigió en sus gestiones con un liberal en Economía y otro en la presidencia del Banco Central, el actual ministro de Hacienda, Henrique Meirelles.
La galera mágica de Lula sacó al monetarista ortodoxo Joaquim Levi, asesor de la campaña del rival de Dilma, Aecio Neves, para incorporarlo al gabinete en esas horas amargas y operar las correcciones contra reloj. Pero el desgaste de la presidente imposibilitó ese avance, y el PT era un remolino de tendencias y crisis interna por la corrupción y la pérdida de líneas ideológicas.
El Parlamento, además, se oponía con un cierto cinismo a las medidas de ajuste, vaciando de capacidad de decisión al Ejecutivo. El ex mandatario entonces arremetió para asumir como jefe de Gabinete de Rousseff y convertirse en el conductor en las sombras del país y quien se ocuparía de intentar cuadrar la economía. No funcionó, nunca llegó a ese sillón.
El núcleo más fuerte del poder económico de San Pablo, que había logrado seducir con esfuerzo en aquellos dos gobiernos, ahora lo descarta- ba. Un sector muy duro de ese vértice decisorio advertía que se le daba una oportunidad única para intentar fulminar al PT y avanzar, sin prejuicios socialdemócratas, a un esquema de concentración como el que se va imponiendo en el mundo y con alguna cuota de autoritarismo como expone en estas horas la vibra militar. La remoción de Rousseff por el Parlamento formó parte de esa estrategia. La ex presidente fue derribada sin ningún cargo en su contra, a excep- ción de su ínfimo poder político para resolver la crisis.
El país seguía en derrumbe con su economía encogiéndose con una descomunal pérdida de riqueza. El experimento de llevar al gobierno al vicepresidente de Rousseff y aliado histórico del PT, Michel Temer, concentró la expectativa de un cambio desde la superestructura. Se avanzó en algunas medidas de corrección y reducción del gasto. Temer, al revés que Rousseff, contaba con apoyo parla- mentario, aunque debilitado por los negociados que voltearon a parte de su gabinete y a los titulares de las dos cámaras en manos de su propio partido, el PMDB. Sin embargo, el respaldo en la calle era mínimo para llevar adelante esas medidas quirúrgicas.
Lula encabeza las encuestas para las elecciones de octubre. Lejos de la retórica de campaña, eran pocas las dudas sobre que si ganaba su ministro de Economía sería Meirelles. Y lejos de derogarlas, administraría las medidas de ajuste que pergeñó el debilitado ejecutivo de Temer. Pero, d e nuevo, Lula jamás logró convencer a ese poder cuya alianza necesitaba. La cárcel, en su íntimo convencimiento, fue la respuesta para su proyecto de ajuste y contención.
Al cabo queda una paradoja. El ex presidente es el único político de centro con cierto poder en un país donde la credibilidad hacia la dirigencia está en los abismos. Pero tampoco el PT debería ilusionarse con eso. Quedó claro que ese proceso de disolución también acabó golpeando al partido y a su liderazgo a la vista del relativo apoyo que el ex mandatario logró en el país y en San Pablo -donde nació su vida política- en estas horas dramáticas. Frente a ese cuadro Lula tendrá mucho que reflexionar desde la cárcel. Pero no sólo él. ■
Lula fracasó en sus intentos de demostrar que podía ser el timonel de la crisis.