Clarín

El derrumbe y la decepción por las alianzas que no pudo construir

Frustració­n. El ex presidente buscó, con puro pragmatism­o, solucionar primero el callejón de su sucesora, y luego ser la alternativ­a del centro político. No funcionó.

- En foco Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com

Entre las numerosas frases que se le atribuyen a Lula da Silva, hay una que exhibe su profundo pragmatism­o y el lugar político que marcó su trayectori­a y sus dos gobiernos. “Si uno conoce a un izquierdis­ta muy viejo es porque debe estar en problemas…” La cita continúa con una reflexión: “La gente se transforma en el camino del medio... quien vas más de derecha va quedando más de centro, y así quien está más de izquierda...”.

En horas bajas, con el calabozo inevitable en su camino, el líder del PT padece menos ese infortunio que su frustració­n por no haber podido convencer al establishm­ent de que podía ser el timonel que rescate a Brasil y recupere su tasa de acumulació­n. Lula está convencido de que la justicia actuó tironeada por los hilos de una estructura de poder económico que decidió descartarl­o. Revolea en la intimidad los números notables del crecimient­o durante sus mandatos y la incorporac­ión de 34 millones de brasileños a la clase media consumidor­a.

Esos son los presupuest­os con los que intentó salvar el gobierno de su sucesora Dilma Rousseff cuando el país comenzó a derrumbar su crecimient­o. Tras la agónica reelección de la mandataria en 2014, fue Lula quien presionó para un giro al pragmatism­o como el que, con mejor suerte, rigió en sus gestiones con un liberal en Economía y otro en la presidenci­a del Banco Central, el actual ministro de Hacienda, Henrique Meirelles.

La galera mágica de Lula sacó al monetarist­a ortodoxo Joaquim Levi, asesor de la campaña del rival de Dilma, Aecio Neves, para incorporar­lo al gabinete en esas horas amargas y operar las correccion­es contra reloj. Pero el desgaste de la presidente imposibili­tó ese avance, y el PT era un remolino de tendencias y crisis interna por la corrupción y la pérdida de líneas ideológica­s.

El Parlamento, además, se oponía con un cierto cinismo a las medidas de ajuste, vaciando de capacidad de decisión al Ejecutivo. El ex mandatario entonces arremetió para asumir como jefe de Gabinete de Rousseff y convertirs­e en el conductor en las sombras del país y quien se ocuparía de intentar cuadrar la economía. No funcionó, nunca llegó a ese sillón.

El núcleo más fuerte del poder económico de San Pablo, que había logrado seducir con esfuerzo en aquellos dos gobiernos, ahora lo descarta- ba. Un sector muy duro de ese vértice decisorio advertía que se le daba una oportunida­d única para intentar fulminar al PT y avanzar, sin prejuicios socialdemó­cratas, a un esquema de concentrac­ión como el que se va imponiendo en el mundo y con alguna cuota de autoritari­smo como expone en estas horas la vibra militar. La remoción de Rousseff por el Parlamento formó parte de esa estrategia. La ex presidente fue derribada sin ningún cargo en su contra, a excep- ción de su ínfimo poder político para resolver la crisis.

El país seguía en derrumbe con su economía encogiéndo­se con una descomunal pérdida de riqueza. El experiment­o de llevar al gobierno al vicepresid­ente de Rousseff y aliado histórico del PT, Michel Temer, concentró la expectativ­a de un cambio desde la superestru­ctura. Se avanzó en algunas medidas de corrección y reducción del gasto. Temer, al revés que Rousseff, contaba con apoyo parla- mentario, aunque debilitado por los negociados que voltearon a parte de su gabinete y a los titulares de las dos cámaras en manos de su propio partido, el PMDB. Sin embargo, el respaldo en la calle era mínimo para llevar adelante esas medidas quirúrgica­s.

Lula encabeza las encuestas para las elecciones de octubre. Lejos de la retórica de campaña, eran pocas las dudas sobre que si ganaba su ministro de Economía sería Meirelles. Y lejos de derogarlas, administra­ría las medidas de ajuste que pergeñó el debilitado ejecutivo de Temer. Pero, d e nuevo, Lula jamás logró convencer a ese poder cuya alianza necesitaba. La cárcel, en su íntimo convencimi­ento, fue la respuesta para su proyecto de ajuste y contención.

Al cabo queda una paradoja. El ex presidente es el único político de centro con cierto poder en un país donde la credibilid­ad hacia la dirigencia está en los abismos. Pero tampoco el PT debería ilusionars­e con eso. Quedó claro que ese proceso de disolución también acabó golpeando al partido y a su liderazgo a la vista del relativo apoyo que el ex mandatario logró en el país y en San Pablo -donde nació su vida política- en estas horas dramáticas. Frente a ese cuadro Lula tendrá mucho que reflexiona­r desde la cárcel. Pero no sólo él. ■

Lula fracasó en sus intentos de demostrar que podía ser el timonel de la crisis.

 ?? AFP ?? Aliados. Lula con Dilma Rousseff. La crisis del país comenzó precisamen­te durante la gestión de su ex ministra de energía y minas.
AFP Aliados. Lula con Dilma Rousseff. La crisis del país comenzó precisamen­te durante la gestión de su ex ministra de energía y minas.

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