Clarín

Nelson y Winnie, odio y amor

- ESPECIAL PARA CLARÍN John Carlin LONDRES.

En diciembre de 1989 Nelson Mandela había pasado 27 años en la cárcel, 27 años separado de su esposa, Winnie. La seguía queriendo con locura. Vi señales de ello un mes después cuando entrevisté a Winnie en su casa y leí una tarjeta de Navidad que su marido le había envíado. Ponía, en mayúsculas, “”DARLING, I LOVE YOU”: mi amor, te quiero. Otra tarjeta escrita a mano unas semanas antes, esta vez de cumpleaños, decía, “!Cómo me alegra saber que te tengo en mi vida!”.

Olvídense de Brad y Angelina o, los más mayores, de Richard Burton y Elizabeth Taylor. Winnie Mandela, que murió el fin de semana pasado, y Nelson Mandela, que murió en 2013, son eternos, como Antonio y Cleopatra.

Y no solo por su historia de amor, aunque también. Fue épico aquello porque los dos personajes eran épicos, porque dejaban en la sombra a todos los que entraban en su órbita, porque brillaban en todos los escenarios: más protagonis­tas que nadie, más rey y reina que cualquier monarca. Fue épico, y también trágico, porque se enamoraron a primera vista; porque, como él mismo dijo, saltaban chispas cuando se tocaban; porque soportaron 27 años de separación y porque el desenlace final fue atrozmente doloroso para los dos, pero especialme­nte para él, porque durante los años aparte ella había medio enloquecid­o y pasó de ser Cleopatra a Lady Macbeth.

Conocí a ambos. He conocido a muchos jefes de estado, a famosos magnates, artistas y escritores, incluso a famosos futbolista­s, la gran aristocrac­ia contemporá­nea mundial. En cuanto a carisma, a colosal confianza en sí mismos, nadie estaba en su liga. Como personajes, eran magníficos.

Como persona, Winnie, no tanto. Lo cual me lleva a la otra razón por la que perdurarán. Nelson y Winnie serán recordados hoy y siempre por los dos polos de comportami­ento político que representa­n. El gran debate global en la era actual es el que enfrenta al autoritari­smo y la democracia. Lo vemos en Rusia, lo vemos en Estados Unidos, lo vemos en Turquía, lo vemos en Venezuela, lo vemos en Hungría y Polonia, últimament­e lo empezamos a ver en la Madre Patria española.

Winnie acabó representa­ndo el autoritari­smo; Nelson, la democracia. Él se divorció de ella en primer lugar porque ella le siguió siendo infiel, cruel y públicamen­te, tras su salida de la cárcel y porque pasados un par de años empezó a vislumbrar la terrible verdad de que durante el largo ínterin cuando estuvieron aparte ella se había convertido en una matriarca mafiosa, corrupta y asesina. Pero también se divorció – declaró en el juicio que “si todas las fuerzas del universo” se lo pidiesen jamás volvería con ella – porque la diferencia entre sus visiones de cómo resolver los problemas de la humanidad, y de Sudáfrica en particular, se habían vuelto irreconcil­iables.

Nelson construía puentes, Winnie intentaba quemarlos. Nelson apuntaba al diálogo, Winnie a la confrontac­ión. Él proponía la persuasión, ella la violencia. Él quería incluir, ella quería dividir. Mientras él le estrechaba la mano a sus enemigos, incluso a aquellos que

En el largo interín, cuando él estuvo preso, ella se convirtió en una matriarca mafiosa, corrupta y asesina.

le habían puesto en la cárcel, Winnie lo denunciaba por débil.

Nunca compartió con su marido la visión que él puso en marcha de pasar de la tiranía del apartheid a una democracia pacífica y duradera a través de una negociació­n en la que todos cederían un poco para que todos salieran ganando. Perdonar era para Nelson Mandela una potente herramient­a política. La útlima vez que vi a Mandela, un par de años antes de su muerte, me dijo que gente a su alrededor le había acusado de cobarde. Evidenteme­nte aquella gente incluía a su ex esposa. Lo que ella hubiese querido era la venganza, una satisfacci­ón visceral a corto plazo que, como él muy bien sabía, sembraría resentimie­ntos que a la larga cosecharía­n inestabili­dad.

Nelson Mandela entendía que no hay verdades absolutas en la política, que los seres humanos son contradict­orios y complejos y que la democracia se construye sobre el respeto hacia gente que no piensa como uno. Winnie pertenece a ese sector de la especie, el que está ganando terreno político hoy en día por todo el mundo, que piensa lo contrario; gente que ve a todo rival como enemigo, que no hace ningún esfuerzo para entender las aspiracion­es o los temores del otro.

Tenía especial mérito que Nelson Mandela pensara así ya que tenía 71 años cuando salió de la cárcel y 75 cuando llegó a la presidenci­a de su país. Él hizo lo que hizo no, en primer lugar, para su gloria personal sino para las generacion­es futuras. Los líderes de corte autoritari­o que más llaman la atención en el mundo de hoy también son personas a los que no les quedan muchos años ni en el poder ni en este mundo. O no les importa o carecen de la inteligenc­ia para entenderlo, pero cuánto más optan por el camino de la mano dura más arriesgan que llegará el día en el que, aunque a ellos mismos les salve la muerte, habrá consecuenc­ias y sus países sufrirán.

A cambio de intentar imponer orden o perpetuars­e en el poder, gobiernos autoritari­os como los de Putin y Trump están fomentando divisiones y odios que conllevan peligros o para sus propios países o para el mundo entero. Líderes como Erdogan en Turquía, Orban en Hungría o Maduro en Venezuela a cuyos gobiernos se suman acusacione­s de sistemátic­a corrupción no están haciendo muchos favores a la posteridad.

Tampoco Mariano Rajoy, que mañana llega a Buenos Aires en visita oficial, si el objetivo es lo que él dice que es, evitar la fractura de España. En el caso de que Catalunya un día se independic­e no habrá mayores responsabl­es que su intransige­nte gobierno o los tribunales que le prestan un apoyo legal muy cuestionad­o en las democracia­s más maduras de Europa occidental.

Como con Winnie Mandela, y a diferencia de Nelson, es difícil imaginar que la historia juzgue a ninguno de ellos con generosida­d.

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Por el futuro. Nelson Mandela construía puentes, Winnie intentaba quemarlos. Nelson apuntaba al diálogo, Winnie a la confrontac­ión. El proponía la persuasión, ella la violencia.
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