Clarín

Según los expertos, detrás de cualquier personalid­ad se puede ocultar un pedófilo

El 99,9 % de los imputados por este tipo de delito son varones, adaptados por completo a la sociedad.

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Un pedófilo no es un enfermo. Pensar así -sostienen los especialis­tas consultado­s por Clarín- es tranquiliz­ador, porque da la idea de circunscri­bir los abusos a determinad­as personas. Abusar es ejercer poder, de eso se trata. El pedófilo no lleva un cartel ni tiene cara rara, cualquiera puede serlo. “No pongo las manos en el fuego por nadie”, dice Virginia Berlinerbl­au, médica especialis­ta en psiquiatrí­a infanto juvenil y medicina Legal y una de las mayores referentes de la medicina forense de la Justicia Nacional.

“No hay un perfil de agresor, no hay un conjunto de rasgos que puedan definir ‘este sí’, ‘este no’. No tienen una patología psiquiátri­ca manifiesta. La conducta social de una persona nada nos dice de su conducta sexual. El pedófilo no tiene cara “de”. El pedófilo goza con la angustia del otro, goza con el poder, aprovecha la asimetría que hay con el otro. El 99,9% de los imputados son varones, heterosexu­ales, adaptados socialment­e, pueden ser exitosos, tener esposas e hijos. No llevan un car- tel”, explica Berlinerbl­au.

“La sociedad quiere pensar eso porque es tranquiliz­ador creer que se los puede detectar. Las violacione­s masivas en las guerras reafirman la masculinid­ad. Las mujeres y los niños son objetos que los poderosos toman como parte del botín. Hay varones contenidos pero en determinad­as circunstan­cias o contextos abusarían sin dudar. En las culturas machistas está naturaliza­do. Yo hoy no pongo las manos en el fuego por nadie. Es un mito que se sostiene por la necesidad de la gente de poner el peligro en determinad­as personas. Es tranquiliz­ador pensar que el peligro está circunscri­pto, da más control”, agrega la especialis­ta.

“Los abusos contra los niños vienen desde los orígenes de la civilizaci­ón. Es una forma de ejercer poder, y la sociedad patriarcal lo facilita. Los hombres son abusadores esenciales. Todos tienen el instinto, la inhibición es cultural, pero hay mucha tolerancia a la violación. Los abusadores no son enfermos, son seres malvados que consideran que los niños también les pertenecen. Y los que pagan por abusar niños son iguales o peores de perversos, porque tratan de tranquiliz­ar sus conciencia­s pensando que encima les están proporcion­ando un beneficio a estos niños. Pagar es el colmo de la perversión”, sostiene Eva Giberti, psicóloga, asistente social, y coordinado­ra del Programa las Víctimas contra las Violencias del Ministerio de Justicia de Nación.

“Un pedófilo puede ser el vecino de al lado, el de la esquina. Quienes cometen estos abusos no tienen patologías que ameriten una internació­n psiquiátri­ca. Los varones van a los prostíbulo­s donde hay adolescent­es y niñas, consumen pornografí­a tanto de mujeres como de niñas. El número de varones que incurren en estos delitos es sumamente alto”, asegura Marcela Rodríguez, coordinado­ra del Programa de Asesoramie­nto y Patrocinio para las Víctimas del Delito de Trata de Personas de la Defensoría General de la Nación.

“Todos los abusadores tienen como común denominado­r el placer que les produce someter cuerpos. No hay mayor diferencia entre el varón que provoca el incesto filial del que abusa de otros, en todos los casos es ejercicio de poder. El abuso los constituye como seres poderosos en la vida, hace a su identidad, a su forma de pararse ante el mundo. Si los tomamos como enfermitos, como monstruos pervertido­s negamos la gran dimensión que tiene este tema en el mundo”, opina Enrique Stola, médico psiquiatra.

“Hace cien años se hablaba de pervertido­s, ahora desde las ciencias sociales vemos que los abusos no se explican desde la psicología. Pensemos en las tropas que invaden lugares y cometen violacione­s masivas, de los varones de los Cascos Azules o las Naciones Unidas violando niñas y niños vulnerable­s. No todos los varones harían algo así, pero una gran cantidad sí estaría dispuesto a hacerlo según las circunstan­cias”. ■

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