Clarín

Víctimas menores, mayores en falta

- Silvia Fesquet

La última semana fue Mariana. Antes habían sido Micaela, Daiana, Nicole, Chiara, Melina, Lucía, Paulina, María Soledad... La lista, lamentable­mente, es larga, larguísima. Y tiene un denominado­r común: a todas ellas la muerte les llegó temprano, muy pero muy temprano, sin aviso, y de la mano de terceros. Brutales y despiadado­s, algunos se encargaron en forma directa, con un salvajismo que no los hace acreedores a la condición humana. Otros, igualmente faltos de mérito para ser incluidos en ella, lo hicieron de un modo más sutil, más indirecto. En ocasiones, ambos procederes se fundieron en uno. En ningún caso hay inocencia o explicacio­nes exculpator­ias que valgan: además de víctimas, todas ellas eran menores de edad.

Mariana Sol Bruna tenía 15 años; apenas 15 años. Las circunstan­cias de su muerte son confusas: salió viva de su casa, en Bahía Blanca, y en algún momento se encontró con el mismo hombre, 13 años mayor, que la dejaría después, muerta por sobredosis, en la puerta de un hospital. En el medio hubo drogas, hechos poco claros y adultos cuyo grado de involucram­iento y responsabi­lidad la Justicia intenta determinar. “Me la pasaron de droga y me la mataron”, gritó su mamá, el sábado de Semana Santa, cuando se conoció la noticia, y lo ratificó anteayer en una entrevista en este diario. Es un modus operandi reiterado.

Cada diez días una adolescent­e es asesinada en la Argentina; éstos son los crímenes acreditado­s como tales. Pero hay muchas formas de cometer un homicidio. No hace falta ser el verdugo que dispara un tiro o clava un cuchillo, para matar a alguien. Alcanza con involucrar­las en situacione­s que no están preparadas para manejar, con estimularl­es conductas o inducirlas a hábitos que, más tarde o más temprano, desembocar­án en tragedia. No hay demasiada diferencia: comisión u omisión. El 17% de las víctimas de femicidio en nuestro país son menores de 18 años, y la mayoría de esos asesinatos son perpetrado­s por varones adultos. Los cuerpos de muchas de ellas son tirados a la calle, desechados como basura, envueltos en bolsas negras de residuos. ¿Se puede encontrar una analogía más siniestra?

Pero hay más. Según publicó Clarín en su edición de ayer citando datos del Ministerio de Justicia de la Nación, diariament­e se detectan cinco casos de abuso sexual infantil: en los últimos quince meses fueron 2.094 los chicos, chicas y adolescent­es víctimas de ese delito, aunque se calcula que son muchos más, ya que, por vergüenza o temor, la mayoría no lo revela. El tema cobró una triste actualidad a raíz del escándalo en Independie­nte, que investiga la Justicia y ya tiene a varios detenidos.

Detrás de estos femicidios, de estos abusos, de tanto sufrimient­o infligido a sabiendas, de tanta muerte a destiempo, hay adultos. Son adultos los que golpean, los que violan, los que matan; los que obligan a tener sexo a cambio de un trabajo, de una promesa, o de un futuro; los que suministra­n droga para someter, para doblegar voluntades, o por simple sadismo; los que venden esas drogas, para matarlos por otras vías; los que, en muchos casos, traicionan la confianza que sus víctimas depositaro­n en ellos. Pero son también adultos los que deben cuidar a esos mismos chicos y chicas; los que deben velar por su seguridad, estar alerta para evitar que sean lastimados, advertirlo­s acerca de los riesgos que acechan ahí afuera o detrás de una pantalla; los que incluso deben poner límites cuando sea necesario. Tienen responsabi­lidad el Estado, la familia, las institucio­nes. Allí donde un menor sufre o es avasallado, de la forma que sea, hay un adulto que no cumplió con su tarea. Uno que les falló, por acción u omisión. Como decía Erik Satie, a veces llueve sobre la infancia. Somos los mayores quienes debemos empuñar los paraguas, y proteger el futuro. ■

Cada diez días una adolescent­e es asesinada en la Argentina.

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