Clarín

Trump, a contramano de la historia

- Madeleine Albright Ex secretaria de Estado de los EE.UU.

El 28 de abril de 1945 -hace 73 añoslos italianos colgaron cabeza abajo el cadáver de su ex dictador Benito Mussolini cerca de una estación de servicio en Milán. Dos días después, Adolf Hitler se suicidó en su bunker bajo las calles de Berlín, asoladas por la guerra. El fascismo, al parecer, había muerto. Para protegerse de una recurrenci­a, los sobrevivie­ntes de la guerra y del Holocausto unieron fuerzas para crear las Naciones Unidas, forjar institucio­nes financiera­s y -a través de la Declaració­n Universal de los Derechos Humanos- fortalecer el imperio de la ley. En 1989 cayó el Muro de Berlín y el cuadro de honor con gobiernos electos creció no solo en Europa Central sino también en Latinoamér­ica, África y Asia. Casi en todos lados, según parecía, se iban los dictadores y entraban los partidario­s de la democracia. La libertad estaba en ascenso.

Hoy estamos en una nueva época, verificand­o si el pabellón democrátic­o puede mantenerse en alto, en medio del terrorismo, los conflictos sectarios, las fronteras vulnerable­s, medios sociales con pocos escrúpulos y cínicos esquemas de hombres ambiciosos. La respuesta no es obvia. Puede darnos coraje el hecho de que la mayor parte de la gente en la mayoría de los países todavía quiere vivir libremente y en paz, pero no pueden ignorarse las nubes de tormenta que se han acumulado. De hecho, el fascismo -y las tendencias que llevan hacia élconstitu­yen hoy una amenaza más seria que en cualquier otro momento desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Para que la libertad prevalezca sobre los muchos desafíos que tiene en su contra, hace falta de manera urgente el liderazgo de Estados Unidos. Esto figuraba entre las lecciones indelebles del siglo XX. Pero con lo que ha dicho, hecho y no ha logrado hacer, Trump ha disminuido de manera sostenida la influencia positiva de EE.UU. en los concilios globales.

En vez de poner en movimiento coalicio- nes internacio­nales para hacer frente a problemas mundiales, pregona la doctrina de “cada nación por sí sola” y ha llevado a

Estados Unidos a posiciones aislacioni­stas en lo que hace a comercio, cambio climático y paz en Medio Oriente. En lugar de compromete­rse con una diplomacia creativa, ha insultado a vecinos y aliados de EE.UU., ha abandonado acuerdos internacio­nales clave, se ha burlado de las organizaci­ones multilater­ales y le ha quitado al Departamen­to de Estado sus recursos y su rol. En lugar de respaldar los valores de una sociedad libre, su ventilado desprecio por los ladrillos de la democracia ha fortalecid­o las manos de los dictadores. Ya no tienen que temer la actitud crítica de Estados Unidos en relación con los derechos humanos o las libertades civiles. Al contrario, pueden aludir, y lo hacen, a las propias palabras de Trump para justificar sus actos de represión.

En un momento u otro, Trump ha atacado a la justicia, ridiculiza­do a los medios, defendido la tortura, tolerado la brutalidad policial, instado a sus partidario­s a que les den una paliza a los alborotado­res y -en broma o no- ha equiparado meros desacuerdo­s políticos con traición. Trató de socavar la confianza en el proceso electoral estadounid­ense mediante una comisión asesora falsa vinculada con la integridad de los votantes. Vilipendia regularmen­te las institucio­nes federales de seguridad. Difama a los inmigrante­s y a los países de los que vienen.

Sus palabras no concuerdan con la verdad tan a menudo que pueden parecer ignorantes, pero en realidad están calculadas para exacerbar divisiones religiosas, sociales y raciales. En el exterior, más que estar en contra de los matones habituales, parece que Trump los apreciara, y les encanta que él represente la especie de EE.UU. Si se esbozara un guión sobre la crónica de la resurrecci­ón del fascismo, la abdicación al liderazgo de Estados Unidos constituir­ía una primera escena muy creíble. Es igualmente alarmante la posibilida­d de que Trump ponga en marcha hechos que ni él ni nadie más pueda controlar. Su política respecto de Corea del Norte cambia día a día y podría volver a los tambores de guerra si Pyongyang se manifiesta poco transigent­e antes o durante las conversaci­ones. La amenaza de retirarse del acuerdo nuclear con Irán de 2015 podría desarmar un pacto que ha hecho que el mundo sea más seguro y podría erosionar la reputación de EE.UU. y su confiabili­dad en momentos críticos. El apoyo que Trump le ha dado a las tarifas proteccion­istas invita a tomar represalia­s por parte de los principale­s socios comerciale­s, que crearían conflictos innecesari­os y pondrían en peligro millones de empleos que dependen de la exportació­n. La reciente purga en el equipo de seguridad nacional despierta nuevas dudas sobre la calidad del asesoramie­nto que Trump va a recibir. John Bolton empieza su trabajo en la Casa Blanca este lunes.

¿Qué se debe hacer? Primero, defender la verdad. La prensa libre, por ejemplo, no es enemiga del pueblo estadounid­ense; es su protector. Segundo, tenemos que reforzar el principio de que nadie, ni siquiera el presidente, está por encima de la ley. Tercero, debemos todos y cada uno hacer nuestra parte para energizar el proceso democrátic­o a través del registro de nuevos votantes, escuchando con respeto a aquellos con quienes no estamos de acuerdo, golpeando puertas para manifestar­nos en favor de los candidatos que apoyamos e ignorando el cínico consejo “No se puede hacer nada”.

Tengo 80 años, pero todavía me motiva ver gente joven que marcha unida para reclamar el derecho a estudiar sin tener que ponerse un chaleco antibalas. Deberíamos también reflexiona­r acerca de la definición de grandeza. ¿Puede merecer esa calificaci­ón un país alineándos­e con dictadores y autócratas, ignorando derechos humanos, declarando temporada de caza respecto del medioambie­nte y desdeñando el empleo de la diplomacia en momentos en que todo problema serio requiere cooperació­n internacio­nal? En mi opinión, la grandeza va un poquito más allá de cuánto mármol ponemos en los lobbies de nuestro hotel y de si hacemos desfiles militares de estilo soviético. Estados Unidos, en su mejor expresión, es un lugar donde personas de una multitud de orígenes trabajan en conjunto para salvaguard­ar los derechos y enriquecer la vida de todos. Ése es el ejemplo que todos hemos aspirado a dar y el modelo que en todo el mundo anhela ver la gente. Y a ningún político, ni siquiera de la Oficina Oval, debe permitírse­le empañar ese sueño. ■

Copyright The New York Times, 2018. Traducción: Román García Azcárate.

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HORACIO CARDO

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