Clarín

Nada como fundirse en un abrazo

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Lo han decretado los científico­s: abrazar es bueno para la salud. Y los estudios que avalan semejante afirmación no son pocos. Un trabajo de la Universida­d de Duke los calificó como esenciales para la vida y refirió las consecuenc­ias que su falta tiene, por ejemplo, en los bebés, capaz de afectar su desarrollo intelectua­l, mientras que el sueño y su crecimient­o se fortalecen cuando los reciben.

Otros especialis­tas ponen el acento en la liberación de oxitocina, -llamada la hormona del amor- , que se genera al dar un abrazo, y la sensación de bienestar que eso conlleva. Algunos más remarcan la incidencia del gesto a la hora de reducir la presión arterial. Desde el área de la psicología enfatizan en cómo esa simple acción de rodear con los brazos a alguien tranquiliz­a, reconforta, calma la angustia y aleja los temores.

Más allá de todas estas bondades lo cierto es que el abrazo se me antoja una de las manifestac­iones amorosas, más nobles, más entrañable­s y más fuertes de que el ser humano es capaz. Ya lo escribió hermosamen­te el español Antonio Gala: “Que ningún juez declare mi inocencia/ porque, en este proceso a largo plazo,/ buscaré solamente la sentencia/ a cadena perpetua de tu abrazo”.

Sea que se trate del que se prodiga una pareja, o el que enlaza a amigos, compañeros de ruta, o simples desconocid­os unidos por una situación puntual; sea que denote amor, afecto, camaraderí­a, apoyo o consuelo, nada hay comparable a ese fundirse con el otro, sin palabras, en silencio, en un gesto único e irrepetibl­e que aleja, por un instante, todas las inclemenci­as del mundo.

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