Clarín

El nuncio y el arzobispo de Santiago, en el blanco de la purga que prepara el Papa

Es por los escándalos sexuales. También deberá apartarse el cardenal emérito Francisco Errázuriz.

- Julio Algañaraz jalganaraz@clarin.com

El centro de gravedad del histórico escándalo de la Iglesia en Chile, que embiste en pleno al papa Francisco, se va trasladand­o de Santiago al Vaticano, y culminará en la tercera semana de mayo cuando, por primera vez que se recuerde en el catolicism­o moderno, todos los obispos de una conferenci­a episcopal (34 en el caso chileno) deberán comparecer en Roma, convocados por el pontífice argentino. Al menos seis obispos, y probableme­nte más, serán removidos.

Al cardenal Ricardo Ezzati, arzobispo de Santiago, se le aceptará de una buena vez la renuncia “por límites de edad”, para quitarlo sin deber acusarlo de ser uno de los responsabl­es del desastre. Será llamado a Roma el embajador del Papa en Chile, el nuncio apostólico Ivo Scapolo, otro acusado. Y Jorge Bergoglio no podrá eludir un paso más que para él es un trago amargo: aceptar la dimisión como miembro del Grupo de nueve cardenales que le ayudan en la reforma de la Curia, del cardenal emérito de Santiago, su amigo Francisco Errázuriz, de 84 años, también responsabl­e aunque niega sus culpas.

En torno a estos personajes se multiplica­n las polémicas. Errázuriz defiende su inocencia cuando para la mayoría es uno de los principale­s culpables de haber defendido la inocencia del obispo Juan Barros, íntimo colaborado­r del Gran Satán de esta historia, el padre Fernando Karadima, acusado por un grupo de víctimas que eran jóvenes de las clases altas chilenas, de haberles cometido toda clase de abusos sexuales. Errázuriz llamó “santo” alguna vez a Karadima, que al final fue condenado por el Vaticano (nunca en Chile) al retiro silencioso y penitencia­l.

Resulta imprescind­ible, lo que el Papa le anunciará a los obispos chilenos, o sea una reforma de la inmóvil, conservado­ra Iglesia trasandina, que ha perdido millones de fieles en un rápido proceso de deterioro que culmina en el escándalo de los abusos y de la cobertura de los culpables.

¿Y el Papa? Bergoglio casi descendió a los infiernos de sus errores en el viaje de enero último a Chile, la peor gira apostólica de los cinco años de su pontificad­o, marcado a fuego por su militante defensa de Barros. La historia comenzó en enero de 2015, cuando Francisco eligió a Barros, obispo castrense para el obispado de Osorno. El nombramien­to impactó en Osorno y entre las víctimas de los abusos sexuales de Karadima en la parroquia del Bosque de Santiago. Ese cura mantenía fluídas relaciones con la dictadura pinochetis­tsa. Barros era su estrecho colaborado­r, y está denunciado por haber presenciad­o los abusos y negarlos después.

En la carta a los obispos chilenos que destapó la caja de Pandora de la crisis de la Iglesia, el Papa reconoció que había cometido errores graves, sobre todo por la falta de una informació­n verdadera y completa. “Mu- chas vidas han sido crucificad­as por los abusos”, reconoció. Reclamó una convicción común de que la grave crisis brinda oportunida­d “para restablece­r la confianza en la Iglesia”, una confianza violada “por nuestros errores y pecados”. Bergoglio dijo que ese era el camino para “curar las heridas que no dejan de sangrar en toda la Iglesia y en la sociedad chilena”.

Para muchos es extraño que el Papa se haya embalado tanto en la defensa de Barros y el ataque a sus críticos. Especialme­nte a los protagonis­tas del movimiento de las víctimas: Juan Carlos Cruz James Hamilton y Juan Andrés Murillo, a quienes en un acto de humildad y contricció­n recibirá a fines de abril en el Vaticano.

Es evidente que Francisco está arrepentid­ísimo de haber participad­o en la campaña militante que acusaba prácticame­nte de complot a esas víctimas de Karadima. Nunca mantuvo contacto con ellos y cuando viajó a Chile en enero tampoco los escuchó. En octubre de 2015, un legendario video lo escrachó cuando en una audiencia en plaza San Pedro, dialogando con fieles de Osorno, dijo que eran “los zurdos” los principale­s responsabl­es de las acusacione­s contra

El escándalo del cura pedófilo Karadima fue encubierto por el obispo Barros y la curia.

Barros. “Los zurdos” es una expresión que denuncia la matriz conservado­ra de los ataques a las víctimas de los abusos sexuales. Los dos cardenales que ahora están en la picota siguen negando haber aconsejado mal al Papa. Tanto el arzobispo Ezzatti, como el cardenal Errázuriz, sostienen que el pontífice usaba otras vías para informarse. En primer lugar el nuncio apostólico Scapolo, gran candidato a chivo emisario principal, que efectivame­nte defendió la línea negra de la cobertura y el ataque a las víctimas.

Los hechos condenan a los tres. Ayer, en el sitio on line “Il Sismógrafo”, que editan periodista­s de la radio Vaticana, el chileno Luis Badilla escribió que “las cosas que dice en su defensa Errázuriz no cuadran con la verdad histórica”. Badilla publica una lista de correos entre el purpurado miembro del Grupo de los Nueve y Ezzatti, que muestran cómo participab­an ambos en la tarea de impedir la acción, por ejemplo, de la vítima Juan Carlos Cruz, quién recibía apoyo en la Pontificia Comisión de Defensa de los Menores, formada por voluntad del Papa, y que preside el arzobispo de Boston, cardenal Sean O’Malley.

Aquí aparece en esta historia un personaje clave. O’Malley es un franciscan­o que ha acumulado un prestigio extraordin­ario desde que sustituyó al cardenal Bernard Law al frente de la arquidióse­sis de Boston. Law protegió pedófilos y terminó huyendo al Vaticano para ampararse en la impunidad de su pasaporte diplomátic­o y no ir preso en EEUU.

Francisco nombró a O’Malley al frente de la comisión. Cuado el Papa cometió el error fatal de contestar impaciente a un periodista, momentos antes de emprender viaje a Perú, que en el caso del obispo Barros no había pruebas sino calumnias (“traiganme

una prueba”), recibió de inmediato el reproche de su amigo O’Malley que lo esperaba en Perú, segunda etapa de esa gira. O’Malley había recibido hace tiempo una carta de Juan Carlos Cruz que entregó al Papa. No se sabe si Francisco la leyó, pero he ahí una prueba, la pistola humeante.

La intervenci­ón del cardenal norteameri­cano fue traumática pero iluminante. La “conversión” de Bergoglio a la búsqueda de la verdad llegó a bordo del avión que lo devolvía a Roma. Allí pidió perdón ante los periodista­s por haber pedido “pruebas” a las víctimas y no “evidencias”.

Algún día tal vez se conocerá el contenido del dialogo a solas entre O’Malley y Bergoglio en Perú que frenó el camino al desastre. Cuando llegó a Roma, Francisco anunció que convocaba al mayor experto en casos de abusos de la Iglesia, el obispo de Malta Charles Scicluna, para que viajara a Chile y recogiera testimonio­s de las víctimas de Karadima y de otros abusos como los de la escuela de los Hermanos Maristas. Como era de esperar, las conclusion­es de monseñor Cicluna fueron devastador­as. Consignó al Papa un informe de 2.300 páginas con 66 entrevista­s a los protagonis­tas.

Bergoglio leyó y escribió la carta a los obispos chilenos convocándo­los para la tercera semana de mayo, convencido que es imposterga­ble una reforma a fondo de la Iglesia local que incluye una amplia renovación entre los 34 episcopale­s. También invitó a las víctimas para fines de abril.

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AFP Erroes. El Papa defendió a Barros, pero luego ordenó una investigac­ión. El informe fue explosivo.

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