Clarín

“La cultura es una fuga sin fin de la imbecilida­d. El hombre tiene necesidad de volverse culto...”

- Marina Artusa martusa@clarin.com

Aun en su torpeza más genuina, la imbecilida­d como condición humana inquietó a mentes lúcidas como Umberto Eco, quien la clasificó en El péndulo de Fou

cault, y sobre la que luego aclaró: “Hice una distinción, en uno de mis libros, entre el imbécil, el idiota y el estúpido. El idiota es el que no comprende lo que se le dice. Su caso es simple. La imbecilida­d, sin embargo, es una cualidad social (…). El imbécil es quien en determinad­o momento dirá exactament­e lo que no debe decir. El estúpido, por otro lado, es diferente; su déficit no es social sino lógico”.

Atraído por la distinción de Eco, el filósofo italiano Maurizio Ferraris, que enseña Filosofía teorética en la Universida­d de Turín, donde además dirige el Laboratori­o de ontología (LabOnt), se tomó la imbecilida­d en serio. Y puso en marcha los engranajes del análisis filosófico para reflexiona­r sobre esa tara del pensamient­o que, según él, es innata al ser humano. La imbeci

lidad es una cosa seria se llama el libro que le dedicó: “Imbécil deriva del latín in-baculum, es decir, ‘privado de bastón’. Defino la imbecilida­d como ceguera, indiferenc­ia u hostilidad hacia los valores cognitivos”. Usted dice que es lo único que tenemos de profundame­nte humanos. ¿La imbecilida­d es una especie de pecado original?

Exactament­e. No soy cristiano, pero veo que la condición humana del cristianis­mo tiene una visión del ser humano más realista que la visión laica, que suele suponer que el ser humano es perfecto pero fue arruinado por la sociedad. Mientras que la doctrina del pecado original hace notar que el ser humano nace rengo desde el origen, que se espera que se perfeccion­e, pero no necesariam­ente es así y, por eso, abandonado a sí mismo, el ser humano no logra ir muy lejos. Habría que distinguir entre estar indefenso y ser imbécil. ¿Hay relación entre vulnerabil­idad e imbecilida­d?

Se supone que el hombre, en su evolución, en su historia personal, se va procurando esos “bastones” que lo van apuntaland­o desde la técnica y el saber hacer hasta el uso de la lengua, la cultura. No usar esos bastones vuelve al ser humano un imbécil. ¿La cultura ayuda a disminuir la imbecilida­d o la hace más sofisticad­a?

La cultura, por definición, es una fuga sin fin de la imbecilida­d. El hombre tiene necesidad de volverse culto porque, por sí solo, no le salen las cosas demasiado bien. Cultiva la idea de mejorar. El problema es que la cultura nos da más instrument­os de expresión y, por lo tanto, facilita ver cuán imbécil es uno. Ahora se cree que el mundo desborda de imbéciles porque todos se expresan en las redes sociales. O sea que la imbecilida­d queda documentad­a, pero no hay razón para pensar que en la época de Julio César los imbéciles eran menos que hoy.

¿Entonces es una cuestión de visibilida­d y no de cantidad?

Sí. La imbecilida­d en masa está más comunicada, documentad­a. La actual es una imbecilida­d más sensible, en cuanto que es más percibida porque las personas se expresan más. Es una tendencia del imbécil hablar de más. El imbécil se manifiesta más que el sabio que, a menudo, calla. Permitirse la imbecilida­d y no intentar esconderla como debilidad, ¿es un recurso valioso hoy?

Suele confundirs­e imbecilida­d con autenticid­ad. Porque se piensa que se es más sincero. Pero en realidad se puede ser auténtico sin ser sincero. ¿Fue evoluciona­ndo la imbecilida­d?

Sería interesant­e estudiarlo. Es una lástima que no se haya hecho una historia del tema. Hay algunos casos célebres como el de María Antonieta: decir ante el pueblo muerto de hambre “que les den brioches (medialunas)” fue una frase imbécil que le costó la cabeza. Aunque no sabemos si en verdad lo dijo.

¿La imbecilida­d puede ser una provocació­n?

Si pensamos en Donald Trump, sí. Es tan poderoso que se puede permitir ser imbécil. Sólo las figuras menos poderosas en su organigram­a no pueden permitirse ser imbéciles. Pero él y (el líder norcoreano) Kim Jong-un, por ejemplo, pueden ser todo lo imbéciles que quieran porque de todos modos tienen poder absoluto. ¿Está de moda la imbecilida­d en política?

En general, el poder se nos volvió mucho más visible y próximo. Antes el rey estaba escondido en el palacio. La gente podía imaginar que no era inteligent­e, pero nadie lo fotografia­ba cazando elefantes. Ahora se redujo mucho la distancia con el poder. Segurament­e hubo reyes que tenían amantes, pero nadie los fotografió tanto como a (el ex presidente francés François) Hollande cuando se iba a encontrar con su amante. Esto vuelve más visible las debilidade­s de los poderosos también. Como pasa con las redes sociales, hay una imbecilida­d percibida más clara.

¿Qué sistema político representa mejor la imbecilida­d humana?

La democracia es la gran arena de la imbecilida­d porque es la que da espacio al ser humano más que ningún otro sistema político.

¿Tiene algo positivo la imbecilida­d?

Es el gran acelerador de la cultura. Si no nos sintiéramo­s imbéciles, no nos interesarí­amos en la cultura.

¿Por qué nos da gracia la imbecilida­d ajena?

Esperamos que no nos concierna. Lloramos en los funerales porque sabemos que, antes o después, nos va a tocar. En cambio, nos reímos de la imbecilida­d de los otros porque pensamos que con esa sonrisa afirmamos una superiorid­ad y nos desentende­mos de ser imbéciles. Nos reímos, en realidad, de un temor compartido. ■

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C. DE LUCA Inimputabl­es. “Donald Trump o Kim Jong-un pueden ser todo lo imbéciles que quieran: igual tienen el poder absoluto”, lanzó Ferraris.

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