El clamor por volver a sentirse vivos
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Retomar el camino abandonado o resignado, sin el peso de los parámetros personales que imprime el tiempo, es lo que estimula a un grupo de aproximadamente 4.000 personas, de entre 60 y 80 años, para disponerse a estudiar. Armando tiene 70 años, fue licenciado en Comercialización, ya jubilado, y seguir proyectando la vida es la consigna que él se impuso. No va la facultad porque no la termi- nó o porque se lo exige el trabajo. Tampoco hay calificaciones: ellos apostaron por la educación y allí encuentran las herramientas necesarias para encarar este desafío. Atravesados por distintas historias, el lector tiene de compañeros a 35 alumnos, de los cuales 25 son mujeres. Con la virtud intacta y dejando atrás los prejuicios y los miedos, una vez por semana se juntan en el aula para tem- plar sus conocimientos que, ad honorem, los profesores les transmiten. Llevan en sus mochilas el afán de superación y el derecho inalienable a estudiar, y dejan en sus casas el bagaje de la rutina para demostrar que encontraron en el estudio una nueva esperanza de vida adulta. No van detrás de un título, como dice la carta, pero la universidad de la vida ya los condecoró con un diploma: sentirse vivos e importantes de nuevo. En la trastienda de esta historia, subyace otra, y es la deuda que el Estado tiene con ellos. Alzan sus voces para volver a integrarse a la sociedad, ya nuevamente formados, pensando en ayudar las nuevas generaciones. ¡ Menuda tarea! Quizás, este clamor sirva para torcerle el brazo a los estigmas que cargan los adultos mayores, y puedan ser recompensados.