Con el récord de vuelos, más aerofóbicos buscan ayuda para poder subirse a un avión
El avance del transporte aéreo los hace sentir más aislados. Por eso, ahora recurren a expertos para vencer el pánico y viajar. Las consultas crecieron 20% en dos años.
Américo Dominko (71) llegó al país desde Hungría, en barco, a sus 4 años. Siempre quiso volver, pero por ahora no puede. Mirta Petina (64) llega a la cita con Clarín, en Aeroparque, entre “mareada y ahogada”. Se toca el pecho. Sabe que no se va a subir a un avión, pero estar ahí no le entusiasma. Sueña con caminar por el Central Park, en Nueva York, aunque, hasta hoy, no se animó a volar. Celeste Villegas (32) ya dio el gran paso: cruzó el océano luego de que su familia se mudara a Madrid pero, cada vez que lo hace, la pasa realmente mal. “Tres días antes ya me agarra fiebre y cuando subo me transformo: empiezo a gritar, les digo a los pasajeros que el avión se va a caer y al llegar termino pidiendo perdón”, cuenta. Los tres tienen en común la aerofobia y las ganas de superar el miedo.
Como ellos, cada vez hay más. En los últimos dos años, el piloto y psicólogo aeronáutico Modesto Alonso detectó un incremento del 20% en las consultas por el tema. Y lo vincula con el aumento de la oferta de vuelos. En cabotaje, en 2017 la cantidad de pasajeros superó por primera vez los 13 millones: creció 15,2% anual y fue 36,9% mayor que en 2014. A eso se sumaron 14,8 millones en tramos internacionales. Y en lo que va de este año el tránsito creció otro 12%, según datos de la Empresa Argentina de Navegación Aérea del Ministerio de Transporte de la Nación.
“Tener más opciones estimula a que quien le teme al avión busque una salida. Los aerofóbicos se sienten tontos por ‘no poder’ y angustiados por ‘estar perdiendo una oportunidad’”, explica Alonso. Según cuenta, trabaja sobre tres ejes con el paciente. Le da información sobre los aviones “para mostrarle la diferencia entre lo que imagina y lo real”, analiza con él la construcción de ese miedo y le brinda herramientas para enfrentarlo. A veces, dice, la interconsulta con un médico para que, por ejemplo, recete un ansiolítico, puede servir.
“Mi familia iba a Cancún y me traía un frasquito con arena. Yo prefería tomarme el tren a Mar del Plata. Evité trabajar en lugares en los que exigían volar. Dejé de hacer muchas cosas”, reflexiona Celeste, sobre el miedo que sufre desde la infancia. “Siempre me enfermo antes, pocas veces me subí a un avión. Una fue a mis 15, fue tan difícil ir que al regreso le dije a mi mamá que volvía en micro o a dedo. No me dejó. No sé de dónde saqué tantas lágrimas. Ahí me dije: ‘Nunca más me subo a esta lata’”, recuerda. La promesa duró diez años. A los 25, sus papás se mudaron a España, por lo que volvió a enfrentarse a su fobia para verlos. “Fui con un primo. Tomé un ansiolítico y un sedante, y dormí 11 horas. Cuando desperté y el mapita en la pantalla mostraba que íbamos por África, me preocupé. ‘Cómo vuelvo a casa’, pensé. Si fuera por mí, viajaría con anestesia total”, sigue.
Ella es una de las que pidió ayuda en la comunidad Miedo a los Aviones, que fue creada en 2016 y ya tiene más de 10 mil seguidores en las redes. La creadora, Carola Sixto (50), es una periodista que sufría aerofobia y, con especialistas, ahora organiza cursos para vencerla con “vuelos de bautismo” como prueba final (ver aparte).
En el mismo grupo está Marisol
Wetzel (44), que también tuvo su “nunca más” hace 21 años, al regresar de Nueva York. “Ya a la ida había querido salir corriendo. La vuelta fue imposible. Me subió la presión y vomité”, cuenta. Pasó 20 años sin viajar hasta que, en 2017, hizo el curso y tuvo su vuelo de bautismo. “Hasta la noche anterior no sabía si me iba a subir. Pero después de razonar mi miedo me animé. Lo viví como un triunfo. Lo hice, en gran medida, por mi hija de
12 años. Sentía que le estaba transmitiendo mi temor”, señala. Tras el viaje grupal, para Navidad, le regaló a su nena un ticket de avión y se fueron a Chile. “Tenía que cuidarla, así que no me permití estar mal. Lo que sigue es llevarla a Disney”, agrega Marisol, que continúa tratándose en terapia.
Mirta se altera de solo imaginarse en un avión. “Le tengo miedo. Me preocupa perder el control. Cómo hago si quiero bajar”, se pregunta. “Mi marido trabajó muchos años en el sur, iba y venía. Tenía pasajes gratis, pero yo nunca pude ir con él. Solo llegué a visitar Uruguay en barco”, comparte. Y aclara que su problema es con los lugares cerrados en general. “Trabajaba en un piso 12 y subía por escalera para no tomar el ascensor”, sigue. Pese a eso, cree que es tiempo de lanzarse: “Ya estoy grande, tengo muchos lugares por conocer”.
Américo coincide en que “llegó la hora” de volver a Hungría, aunque le cueste: “Armo el viaje en mi cabeza,
pero al llegar al avión se me oscurece todo. No puedo subir. Tengo un hermano que voló hasta en planeador, no sé qué pasa conmigo”. Se casó en los ‘80 y su flamante esposa quiso viajar en avión. Él accedió sin ganas, soportó un tramo a Bariloche y otro a Córdoba. Eso fue lo máximo: decidió no subir más a un avión. Pero eso cambió hace poco: “Me hice amigo de un matrimonio de mendocinos. Este es el tercer año que me invitan a ir con ellos a Europa. Quiero reencontrarme con mis raíces”, insiste. Por eso, se sumó al curso y el año pasado hizo el vuelo de bautismo con Marisol. “El próximo destino es mi pueblo natal. Espero poder hacerlo”.
Tres días antes ya me agarra fiebre y cuando subo me transformo, empiezo a gritar”. Celeste Villegas, 32 años
Armo el viaje en mi cabeza, pero al llegar al avión todo se oscurece y no puedo subirme”. Américo Dominko, 71 años
Nunca pude volar, pero quiero vencer el miedo. Tengo muchos lugares por conocer”. Mirta Petina, 64 años
Pasé 20 años sin volar. No sabía si iba a poder. Al final lo logré y lo viví como un triunfo”. Marisol Wetzel, 44 años