Un gigantesco paso para aliviar la tensión en Asia
El mandatario de Corea del Sur concreta un avance crucial en su encuentro con el dictador de Pyongyang para distender la crisis asiática. Gran expectativa global.
El dictador de Corea del Norte, Kim Jong-un cruzó la frontera y estrechó la mano del mandatario surcoreano. Es un encuentro crucial que anticipa el que sostendrá con Trump. Por primera vez en 65 años un líder de Norcorea pisa el sur de la península.
Con todos los ritos ceremoniales y protocolares que rigen los grandes encuentros orientales, la histórica cumbre entre el presidente surcoreano, Moon Jae-in, y el líder del norte, Kim Jong-un, abre una etapa crucial para distender la crisis asiática. Se trata de un encuentro de alto impacto político internacional, ya que es el paso inicial para negociar la desnuclearización de la península y sellar la paz definitiva entre ambas naciones.
Es un gesto de audacia de ambos mandatarios, cada uno con características y necesidades propias, pero de gran contenido simbólico después de la tensión bélica que se vivió en los dos últimos años a raíz del desarrollo nuclear y misilístico de Corea del Norte, que ya cuenta con un arsenal atómico considerado una amenaza por los países vecinos y las potencias occidentales.
El encuentro inicial fue previsto en la línea de bloques de cemento que marcan la frontera entre las dos Coreas en la Zona Desmilitarizada, con la presencia de la hermana de Kim, Yo Jong, y el jefe de Estado norcoreano, Kim Yong Nam. Al cruzar la línea de demarcación, Kim se convirtió en el primer líder norcoreano en pisar suelo surcoreano desde la Guerra de Corea, hace ya 65 años, todo un gesto político. Allí fue recibido por una guardia de honor y junto al presidente surcoreano recorrieron a pie la distancia hasta la Casa de la Paz en Panmunjom, donde se firmó el armisticio de 1953. “Estoy feliz de conocerlo”, le dijo el anfitrión al líder norcoreano, según la TV de Seúl, antes de empezar la cumbre. A su vez, Kim dijo que quería “iniciar un nuevo capítulo” en las relaciones con el Sur y afirmó que “no volverá a suceder” que se incumplan acuerdos bilaterales alcanzados anteriormente.
La cumbre es un punto de inflexión en la relación de ambas naciones. Sellar la paz implicará una serie de beneficios notables para ambos, par- tiendo de cuestiones sociales como restablecer el vínculo entre familias del mismo origen que fueron separadas por la guerra. Si se consolida la paz, Norcorea podrá centrar sus esfuerzos en un ansiado desarrollo de la economía afectada por sanciones internacionales. Corea del Sur, en tanto, busca reducir su enorme presupuesto de defensa militar. Y además, este gobierno de Moon representa a un sector político que también se propone aliviar la presencia militar norteamericana en su territorio y concluir con los ejercicios militares en el mar.
Pero el hecho también tiene fuertes derivaciones globales. China, la potencia mundial que respalda a Norcorea y al mismo tiempo tiene lazos históricos con Corea del Sur, resolverá una incómoda crisis regional que amenaza su estrategia en el Pacífico.
La cita entre Moon y Kim es, además, un primer paso para desarmar la tensión con EE.UU., ya que de allí saldrán los temas de la agenda que el líder norcoreano tratará con el presidente Donald Trump en la reunión prevista para principios de junio.
Esta es la tercera cumbre intercoreana, después de los dos fallidos encuentros que se celebraron en Pyongyang en 2000 y en 2007. Los protagonistas de esas reuniones fueron el entonces mariscal norcoreano y padre del actual líder, Kim Jong-il, y los mandatarios surcoreanos Kim Dae-jung y Roh Moo-hyun.
La primera se produjo en un momento en que el Norte padecía una hambruna sin precedentes y tras va-
rios meses en los que representantes norcoreanos habían viajado con insistencia al exterior para pedir ayuda económica y humanitaria. Fracasó debido a la negativa del régimen a poner fin a su plan nuclear, y a la política dura que implementó George Bush apenas llegó al gobierno, en 2001.
La segunda ocurrió en un momento de tensión debido al primer test atómico de Norcorea, realizado un año antes. Hubo avances respaldados por China y Rusia, y se llegó a un compromiso de Pyongyang de abandonar su plan nuclear a cambio de ayuda económica de Occidente. Pero el tratado nunca se cumplió.
Esta nueva cumbre llega con protagonistas diferentes. El surcoreano Moon Jae-in alcanzó el poder en mayo pasado gracias a un perfil moderado, de corte negociador, algo que se contrapone con sus antecesores conservadores, que veían a Norcorea sólo como un enemigo a derrotar.
Moon apuesta por el diálogo y la unión de ambas poblaciones. Hijo de norcoreanos emigrados al Sur durante la Guerra de Corea y destacado abogado, defiende la idea de una península unificada y en paz. Está dispuesto a arriesgar su capital político para conseguirlo.
Kim es considerado un dictador extravagante por algunos, y un hábil estratega por otros. Lo cierto, más allá de las características del personaje sustentada en varios hechos significativos como las purgas internas que le costó la vida a su tío y el asesinato de su hermano en Kuala Lumpur, ha pasado en poco tiempo de ser considerado un paria para la comunidad internacional a protagonista de un momento histórico de distensión.
Hijo y nieto de implacables dictadores, el tercer miembro de la dinastía más hermética ha atemorizado al mundo desde su llegada al poder, en diciembre de 2011, con sus innumerables lanzamientos de misiles y sus cuatro pruebas nucleares. Kim, que en sus primeros siete años en el cargo jamás viajó fuera, vive ahora una etapa de apertura diplomática que incluyó una visita a Bejing y un encuentro con el presidente Xi Jinping.