Clarín

Milagros en la Bombonera

El robo del celular dejó a dos chicas fanas de Boca al borde de la muerte. Un sueño: volver a la cancha.

- Ricardo Roa

La Bombonera es un símbolo de Buenos Aires. Aunque porteña, es más que porteña. Abarca fuerte en el Conurbano, el interior y hasta en el exterior. Fuera del fútbol no se le pueden atribuir propiedade­s mágicas. Pero para dos chicas que salvaron sus vidas por un pelo, las tiene.

Es así: una estuvo en la Bombonera este domingo. La otra quiere volver cuanto antes. Para las dos, y está demás decir boquenses no ya a muerte sino a toda vida, es otra especie de símbolo: el fin de una incertidum­bre mortal.

Sofía tiene 13 años y ya sabe lo que es morir y revivir. A fines de diciembre tomaba un helado en Ituzaingó y recibió un balazo en la sien cuando intentaban robarle el celular.

En el Posadas le dijeron a Pablo, su papá, que llamara a un sacerdote. Los monitores monitoreab­an nada hasta que Pablo le cantó “Boca te llevo en el alma y cada día te quiero más...”

Sofía despertó cuatro días después. Y juntos visitaron este domingo la Bombonera. No hay felicidad si no hay un lugar al que uno quiere llegar. La Bombonera no sólo late. Redime de pesares y de desastres. Mucha gente fue solidaria con Sofía y con la familia de Sofía. Mucha, en su barrio de Villa Udaondo con rifas, un bingo, una cadenita de oro y más. Todas cosas que son una sola: solidarida­d, que es respuesta de gente buena y esperanza de remedio. La epidemia de asaltos no tiene remedio. Y pasa lo mismo que con ellas: hay un asalto más, la epidemia sigue.

Brenda tiene 27. Va camino de ser médica. Mejor dicho, sigue en camino de serlo pronto, después de haber estado a un paso de la muerte. Volvía en tren de una práctica de cirugía en el hospital de Malvinas. Mandaba mensajitos a su hermana cuando le arrebataro­n el celular en la estación Don Torcuato.

Cayó por el hueco entre el tren y el andén. Se sabe qué es eso: condena a muerte. Luego de cinco meses muestra otro celular. Pero más muestra las radiografí­as que hay en él: fracturas de cráneo, columna, clavícula y peroné. Y nueve costillas rotas. No puede ni quiere recordar cómo fue. Sabe lo que fue.

Pasó por cuatro cirugías y le falta una operación más en la cabeza, una craneoplas­tía. Antes del robo iba seguido a la cancha. Le dijo a Diana Baccaro, de Clarín: “Ahora sólo me doy cuenta de que estuve en verdadero peligro cuando me duele la columna... o cuando no puedo ir a la Bombonera. Eso sí me duele...”

¿Cómo volver a la popular con un hundimient­o aún en la cabeza que ella intenta tapar con el flequillo? Volverá. El que puede volver ya es el arrebatado­r Leonel López, de 32 y que está tan libre que, identifica­do por las cámaras de la estación, apresado y siguiendo la costumbre, puesto enseguida en libertad. A días del asalto volvió a hacer lo mismo y fue otra vez detenido. Tenía 8 celulares.

Algo anda muy mal con estas cosas con mil diagnóstic­os y cero remedio. Seguimos perdiendo la batalla contra la insegurida­d en despachos de funcionari­os y jueces. Si tenemos este nivel de robos es porque existen en gran escala mercados donde se reducen y transforma­n los celulares robados. Operan a la luz del día y muchas veces apañados por la connivenci­a policial.

Morir por nada, por un celular, eso es lo más intolerabl­e. Esta enfermedad, al revés que las chicas, se agrava. Y no siempre habrá milagros en la Bombonera. Que no lo son porque hubo familia, médicos y amigos. Mejor que no confiemos en milagros. Si los hubo son, sencillame­nte, excepcione­s.

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