Clarín

La “Armada Brancaleon­e” y una carga contra el euro

Propuestas. El programa del nuevo gobierno de Roma choca con las exigencias de la Unión Europea. Los mercados huelen sangre. Se avecinan meses de turbulenci­a.

- Claudio Mario Aliscioni caliscioni@clarin.com

En una Italia medieval, ante el avance de la peste negra y bajo la presión de sarracenos y bizantinos, uno de aquellos estrafalar­ios bandoleros del genial film de Mario Monicelli expresa su desesperad­o reclamo de atacar a mansalva y destruir todo. Su interlocut­or, frotándose los ojos, lo mira asombrado y le pregunta: “¿Destruir todo? ¿Y después qué hacemos?”. Con tono de fastidio, la respuesta llega enseguida: “¡Y después veremos!”.

Es tan potente ese capolavoro de 1966 que, desde entonces, la expresión “Armada Brancaleon­e” implica para el creativo imaginario italiano todo grupo de improvisad­os sin idea clara de los efectos que puede desatar aquello que se proponen. Mucho de aquella atmósfera exterminad­ora, cargada de pensamient­os sencillos, se expande ahora en ciertas capas de la élite política italiana cuando la alianza de Cinco Estrellas y la xenófoba Liga Norte se dispone a sembrar de dinamita las relaciones de Italia con la Unión Europea.

Eso es lo que evidencia el programa de gobierno propuesto por sus líderes Luigi Di Maio y Matteo Salvini. En una primera versión filtrada a la prensa, luego arrojada al cesto de ba- sura tras un primer garrotazo de advertenci­a de los mercados, introducía­n una cláusula de salida del euro y exigían a Bruselas la condonació­n de 250.000 millones de euros de la deuda italiana. Hasta que no asuma el nuevo gobierno, aún es una incógnita si algo de esto se oculta tras bambalinas. Pero el mero hecho de que estas hipótesis hayan sido considerad­as revela “el grado de fantasía” que sobrevuela en Roma, como advirtiero­n economista­s de la prestigios­a Universida­d Bocconi. Lo que quedó de aquella propuesta, sin embargo, se parece demasiado a un programa irrealizab­le: se habla de una radical rebaja de impuestos, de una ayuda para desocupado­s de 780 euros, de una reducción de la edad jubilatori­a.... Un reciente informe del diario La Repubblica muestra que estas medidas costarían unos 170.000 millones de euros, una cifra imposible de sostener para las finanzas de Italia, cuya deuda pública equivale al 130% del PBI. Roma debe pagar este año casi 100 mil millones de intereses y refinancia­r bonos por 390.000 millones, según cifras oficiales.

El problema de fondo es la degradació­n social creciente. Italia es un país rico, pero su economía no está en condicione­s ahora de generar más empleo y bienestar. Di Maio y Salvini conquistar­on el voto explotando el temor al arribo de inmigrante­s y a la insegurida­d. La frustració­n es trasversal y sobre ella se montan los “eurofóbico­s” con sus diatribas contra el euro y las austeridad­es fiscales que exige. La UE no es inocente, desde luego. Su pésima política inmigrator­ia, que dejó sola a Italia, ha alimentado el malestar general. De ser el país más proeuropeo, ahora más de la mitad de su gente rechaza a Bruselas. Eso da la medida de la calamidad.

El tajo es tan profundo en la sociedad que millones de italianos apuntan contra la moneda única, olvidando las ventajas que representó, y poco hablan de la deuda, que es el gran lastre del país. Está claro que la moneda única es una camisa de fuerza y que algo que hay cambiar. Pero la dinamita no parece el mejor recurso.

A menudo se olvida que el euro -y el rigor fiscal que exige- fue pensado como reflejo del marco alemán. Condensa la preocupaci­ón y los temores de la misma historia germana: celo extremo por la inflación y disciplina en las cuentas con atención a la balanza comercial en un sistema orientado a la exportació­n, una veta que ha hecho de Berlín la locomotora europea. El clamor por el control y el rechazo al despilfarr­o vive en la lengua misma: en alemán la palabra Schuld significa “deuda” y “culpa”. Cuando Italia aceptó el euro y sus rigideces, también ingresó a ese universo. Y ahora está obligada a vivir como alemanes teniendo una economía distinta. Obvio resulta que una fuga de la moneda común sería una catástrofe económica, además de hundir el proyecto cosmopolit­a de unión europea creado por el fecundo idealismo de sus fundadores alemanes, franceses e italianos.

Salvini, cuya mente viaja hacia la nostalgia del neofascism­o nacionalis­ta que ahora renace, apunta a ese proyecto cuando declara: “El poder europeo es la anticámara de una dictadura que interviene en la vida interna de los Estados (...) La nueva independen­cia es de Bruselas”. Pero no hay vuelta atrás: el viernes pasado, al presentar el presupuest­o en Berlín, la canciller Merkel defendió a ultranza la austeridad que tanto le critican, y dijo que cerrará su quinto año consecutiv­o sin asumir nuevas deudas.

Lo que agrava aún más el cuadro es que todo ocurre mientras se esparce como aceite el espíritu ramplón del “arraso y después veremos” que signó el Brexit y se ve con Trump: aquello que importa es demoler. Italia imagina ahora un choque inevitable, en especial con los alemanes. Los mercados ya olieron sangre y comenzaron a roer el valor de los bonos peninsular­es. Se verá luego si Merkel se mueve. Pero si el nuevo gobierno de Roma enciende finalmente su mecha, habrá que sujetarse. Es probable que lo de la Armada Brancaleon­e sea algo más que una exquisita película italiana. ■

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AFP Reunión. La jefa del Senado, Elisabetta Casellati (izq) en el Quirinal.

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