El cementerio de Arlington se queda sin espacio y se hace más exclusivo
En ese gran campo en la capital de EE.UU. yacen militares de todos los rangos y presidentes. Analizan más requisitos para reducir la cantidad de entierros.
El solemne ritual de un entierro con honores militares se repite decenas de veces por día, con buen o mal tiempo, en el Cementerio Nacional de Arlington, para honrar a los miembros de las fuerzas armadas, de soldados rasos a presidentes. Pero para poder preservar la tradición de las inhumaciones en el cementerio militar más importante de Estados Unidos para futuras generaciones, el Ejército, que administra Arlington, dice que podría tener que negárselo a casi todos los veteranos que están vivos hoy.
Arlington se está quedando sin espacio. El cementerio, donde yacen más de 420.000 veteranos y sus familiares, viene sumando unos 7.000 por año. A ese ritmo, aunque se pongan en uso los últimos restos de terreno abierto de los bordes, estará totalmente lleno en unos 25 años.
“Estamos literalmente contra la pared”, dijo una portavoz del cementerio, Barbara Lewandrowski, de pie sobre el césped donde los postes indicadores de mármol se alinean hasta la pared de piedra que separa la propiedad de una autopista. Hasta esa pared se ha aprovechado con tres hileras de nichos para restos cremados.
El Ejército quiere que Arlington si- ga funcionando durante al menos otros 150 años pero, sin lugar para crecer -el terreno está rodeado de autopistas y desarrollos inmobiliarios-, la única salida es hacer más estrictas las normas que determinan quién puede ser enterrado aquí. Esto ha llevado a un difícil debate sobre qué significa Arlington para el país y cómo lograr un equilibrio entre los ideales igualitarios y los límites del lugar.
La propuesta más estricta que está evaluando el Ejército permitiría sólo el entierro de miembros de las fuerzas armadas muertos en acción o que hubieran recibido la más alta condecoración militar, la Medalla de Honor. Así, Arlington probablemente haría menos entierros por año de los que hoy realiza en una semana.
Una política como esa excluiría a miles de veteranos de combate que reúnen ahora los requisitos y a oficiales de carrera que arriesgaron su vida y planeaban ser enterrados en Arlington entre sus camaradas caídos.
“No sé si es justo retractarse de la promesa hecha a toda una población de veteranos”, dijo John Towles, subdirector legislativo de Veterans of Foreign Wars que estuvo destinado en Irak y Afganistán. La agrupación, conformada por 1,7 millón de veteranos, se opone firmemente a las nue- vas restricciones.
Hay 135 cementerios nacionales que mantiene el Departamento de Asuntos de Veteranos en todo el país. Pero Arlington es por lejos el más destacado, y limitar los entierros allí significaría transformar el lugar en algo parecido a un museo.
El Ejército llevará a cabo una en- cuesta de opinión pública sobre el tema en los próximos meses. “¿Qué quiere el país que hagamos?”, preguntó la directora ejecutiva de Arlington Karen Durham-Aguilera, en una entrevista. “Si el país tiene el deseo de decir que quiere que Arlington siga siendo especial y esté disponible, tenemos que hacer un cambio”.
Por un curioso giro de la historia, el cementerio ahora amenazado por la superpoblación fue creado para resolver problemas de superpoblación. A comienzos de la Guerra Civil, el elevado número de muertos en las batallas cercanas a la capital pronto llenó los cementerios de Washington. Desesperado por hallar más espacio para inhumaciones, el intendente general del Ejército, Montgomery C. Meigs, recurrió a una extensa plantación verde que estaba al otro lado del Potomac: la casa del general Robert E. Lee, cuya decisión de pelear en el bando de los Confederados lo convirtió en traidor a los ojos de muchos miembros de la Unión.
Al principio, Arlington no fue en absoluto un lugar codiciado. La mayor parte de las primeras inhumaciones fueron de soldados cuyas familias no podían pagar el costo de trasladar los restos a su ciudad natal. Pero cuando respetados oficiales de la Unión pidieron ser enterrados en Arlington, el prestigio del cementerio creció. La Tumba de los Soldados Desconocidos se erigió después de la I Guerra Mundial y, en casi todos los Días de los Caídos en guerra desde entonces, el presidente en ejercicio ha depositado una corona allí.
Entre las hileras de piedra caliza hay figuras que marcaron hitos en el progreso humano: el primer explorador que trazó un mapa del Gran Cañón, la primera persona muerta en un accidente aéreo, los primeros astronautas que murieron tratando de llegar al espacio. Algunos se distinguieron en el campo de batalla, otros más en la vida, como Albert Sabin, que prestó servicio durante un breve lapso como médico del Ejército en tiempos de guerra y luego creó una vacuna contra la polio. La mayoría de ellos habrían sido excluidos conforme a las restricciones que ahora contempla el Ejército.
El concepto moderno de Arlington -un campo igualitario donde los generales y soldados de todo credo y color fueran enterrados unos junto a otros- no surgió en verdad hasta que en el cementerio se eliminó la segregación luego de la II Guerra Mundial, según Micki McElya, profesora de historia de la Universidad de Connecticut. “Muchos consideran que el lugar es un caso evidente de inclusión y pertenencia nacional”, explicó. Pero ahora esa idea de inclusión choca con la falta de espacio. Arlington ha tratado de ampliar el lugar de que dispone. Ya no entierra a miembros de la familia uno junto al otro, y ahora los apila de a dos o tres en una misma parcela. En los sectores que albergan sólo restos cremados, las filas ahora están menos espaciadas. Pero esas medidas son limitadas.
Según las normas actuales, las parcelas de Arlington están a disposición de los veteranos que combatieron el tiempo suficiente para retirarse de las fuerzas armadas; los soldados heridos en combate o que recibieron una de las tres condecoraciones más altas; prisioneros de guerra; soldados que mueren durante el servicio activo; y unos pocos civiles que ocupan puestos de gobierno de alto rango.
El Ejército ha presentado varias propuestas para modificar esas reglas y mantener a Arlington abierto durante más tiempo, pero sólo las opciones más restrictivas marcarían alguna diferencia… y esas son las menos aceptadas por los veteranos. ■