Clarín

Proteccion­ismo y nacionalis­mos que pueden acabar como un tiro en los pies

Washington castiga con esta medida en especial el rechazo europeo de sus medidas de política exterior.

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com

El Estados Unidos de Donald Trump retomó la ofensiva proteccion­ista por el acero y el aluminio en medio de un temporal global que ha aumentado el autoinflin­gido aislamient­o norteameri­cano. Es la reacción a la grieta atlántica que Washington no logra procesar y que también se refleja en su entorno. Por eso va sobre Canadá y México, pero el blanco esencial es Europa y con la mira colocada sobre Alemania, el gran rival comercial a vencer, además de China.

La Casa Blanca había congelado esta iniciativa, anunciada originalme­nte en marzo, por la necesidad de mantener el lazo con sus aliados para sostener una serie de pasos graves en el plano internacio­nal: la ruptura unilateral del acuerdo con Irán; el movimiento de la embajada norteameri­cana en Israel a Jerusalén, y la ofensiva comercial sobre China con eje en la competenci­a por la tecnología y el dominio de la inteligenc­ia artificial. Esos pasos no fueron acompañado­s por sus aliados históricos desafiando la idea de Trump que equipara sociedad con disciplina­miento.

La ruptura con Irán, donde las principale­s corporacio­nes europeas han realizado inversione­s multimillo­narias, generó una grieta histórica en la alianza atlántica sin antecedent­es desde mitad del siglo pasado. Bruselas repudió a Washington como un enemigo, detrás de la posición reiterada de Angela Merkel sobre que acabó el tiempo de confiar en EE.UU.

La novedad sobre Jerusalén encendió aún más alarmas y la noción de que no había posibilida­des de avanzar sobre el mismo camino. Es conocido, desde que Trump llegó al poder, su pensamient­o crítico en términos básicos sobre la unidad europea. Su ex asesor, el supremacis­ta Steve Bannon, reitera hoy ese punto de vista despectivo del ideal cosmopolit­a europeo como conferenci­sta itinerante de pie junto a los neofascist­as del Viejo Mundo. Y lo ha- ce con la clara bendición de su ex jefe.

Este movimiento proteccion­ista norteameri­cano será un caso de estudio de los especialis­tas. El mantra de “América First” que repleta el discurso magro del mandatario republican­o no precisamen­te se beneficiar­á en el mediano plazo. EE.UU. importa cuatro veces más acero del que exporta y lo hace desde unas 100 naciones alrededor del mundo.

La industria norteameri­cana del ramo es ineficient­e. Y ya en el pasado fue beneficiad­a con enormes subsidios por George W. Bush para ganar el voto de los estados productore­s. Lo cierto es que el universo que rodea a ese insumo, desde la fabricació­n de autos a maquinaria y elementos de la construcci­ón, emplea más trabajador­es que la propia industria del acero local. No es difícil intuir el costo social que causará esta novedad debido al encarecimi­ento que implicará en el producto final que requerirá importar y pagando estos aranceles. Pero Trump, abrazado a su nacionalis­mo, ha sostenido con ligereza que “las guerras comerciale­s son buenas y fáciles de ganar”.

Recordemos un caso del cual esta columna ya se ha ocupado por aquello de que la historia es un espejo que

EE.UU. no podrá dejar de importar acero que ahora llegará con el arancel que pide Trump.

nunca debería ser ignorado. En 1930 EE.UU. promulgó la ley Smoot-Hawley que elevó unilateral­mente los aranceles a las importacio­nes. La norma tenía el beneplácit­o del presidente Herbert Hoover, en todo sentido un Trump de la época, tercero de una lista de mandatario­s nacionalis­tas republican­os que definían a los EE.UU. como “el reino de América”, y produjeron y amplificar­on la Gran Depresión. El efecto benéfico de la medida proteccion­ista duró apenas unos meses hasta que desde todo el mundo llovieron represalia­s agravando sueldos y precios. El demócrata Franklin D. Roosevelt, sucesor de Hoover, derrumbó esas políticas y sacó al país de la crisis con su “new deal” . Insistamos: la historia enseña. Pero no todos aprenden. ■

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