Clarín

Los colores de la Casita Histórica de Tucumán

Monumento. El mítico lugar donde se declaró la Independen­cia.

- Berto González Montaner Editor general ARQ / bmontaner@clarin.com

Hay casas que han pasado a la historia por múltiples y variadas razones. Muchas levantadas a principio del siglo pasado, por sus dimensione­s y lujo imponentes como la ex Residencia Madero-Unzué, hoy Residencia Británica, o el Antiguo Palacio Ortiz Basualdo, actual Embajada de Francia.

Otras, porque representa­ron todo un cambio de concepto en la manera de pensar las viviendas, como la casa de Antonio Vilar en las barrancas de San Isidro; la Casa Curutchet, de Le Corbusier en La Plata o la Casa sobre el Arroyo, en Mar del Plata, de Amancio Williams.

Pero hay otras que, aunque de autor anónimo, quedaron inmortaliz­adas en los libros y manuales de historia y hasta en las revistas Billiken y Anteojito por haber sido el escenario de algún acontecimi­ento relevante de la vida de nuestro país. De esas sin duda la más popular es la Casa Histórica de Tucumán. A los de mi generación, siempre a esta altura del año, en la escuela primaria, nos hacían dibujar y colorear su fachada. Lo más difícil era reproducir sus singulares columnas salomónica­s.

Según el arquitecto e historiado­r Juan Carlos Marinsalda, autor del capítulo Casa Histórica de Tucumán, escenario de la Independen- cia del tomo “Casas históricas, Villas y Mansiones” de la colección Patrimonio Argentino, editada por ARQ-Clarín en 2012, el lote donde se levantó la casa se lo cedieron a Francisca Bazán sus padres, pertenecie­ntes a elite tucumana, como dote para su matrimonio con el comerciant­e español Miguel Laguna.

La vivienda estaba compuesta por tres pabellones paralelos a la calle unidos por cuatros y galerías, definiendo patios con distintas jerarquías.

En el primer pabellón se ubicaban las habitacion­es de la familia y las salas de reunión; en el segundo y más importante, el dormitorio principal, la gran sala y el comedor; y, hacia el fondo, el pabellón de las “oficinas de los criados”, donde se encontraba­n las habitacion­es de criados y esclavos, la cocina y las letrinas.

La fachada de la icónica casa tiene un gran portal de estilo barroco, con las dos columnas salomónica­s flanqueada­s por pilastras. “Sobre la gran puerta adintelada con un arco escarzano, el frente se expandía convexo hacia adelante y hacia arriba, empujando a un arquitrabe mixtilíneo para enmarcar el escudo de la familia Laguna”, describe Marinsalda quien fue Doctorando por la Universida­d de Sevilla con la Tesis “La Casa Histórica de la Independen­cia Argentina” e integrante del equipo que realizó las restauraci­ones en la Casa Histórica entre los años 1993 y 1996.

Respecto de su construcci­ón, cuenta que estaba hecha casi exclusivam­ente con recursos locales. Los techos eran de tejas musleras, de esas que se fabricaban usando como molde los muslos de operarios. Y asentadas simplement­e con barro sobre cañizo y tirantes de madera; los revoques también eran de barro y estaban blanqueado­s a la cal. Los pisos de los ambientes principale­s eran de baldosas de barro cocido y los patios, de tierra. Solo vinieron de otras latitudes las rejas, los herrajes, los vidrios y los pigmentos para las pinturas.

La casa fue utilizada como cuartel, luego alquilada para instalar las dependenci­as de la Caja General, la Aduana Provincial con sus almacenes y los Almacenes de Guerra. Hasta que en febrero de 1816, a solo unos meses del día histórico, la Casa de los Bazán-Laguna pasó a ser la sede del Congreso de las Provincias Unidas del Río de la Plata y por esa razón hubo que readecuarl­a. Se reconstruy­ó la cubierta de la sala, se demolió el tabique que la separaba del comedor y se pintaron de azul de Prusia las puertas y ventanas, el mismo color que tiene en la actualidad.

Pero la casa que dibujábamo­s en nuestros cuadernos de la primaria tenía los muros de color amarillo y las puertas en un fuerte tono verde… Es que luego de trasladars­e el Congreso a Buenos Aires, la casa tuvo nuevos destinos y modificaci­ones, entre ellas el reemplazo del pabellón del frente por un edificio de estilo clásico con un frontis coronado por caracterís­ticos leones.

Marinsalda cuenta que “Con la destrucció­n física del portal comenzó la creación de la historia mítica, que recogida de la tradición familiar por Paul Gruossac, afirmaba que la casa había sido prestada por Doña Francisca Bazán y que el equipamien­to del Congreso había sido aportado por vecinos de las principale­s familias y órdenes religiosas. A esta historia le correspond­ió la imagen del portal ruinoso tomada en 1869 por Angel Paganelli, ampliament­e difundida y coloreada con las puertas verdes y los muros amarillos.”

Esta fue la casa que la Comisión de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos encomendó recuperar a Mario Buschiazzo en 1940 y la que quedó marcada en nuestra memoria. Pero en 1993 la Dirección Nacional de Arquitectu­ra no se conformó con el mito, fue a fondo con la investigac­ión histórica y pudo conocer con más precisión cómo había sido la casa colonial. Es entonces que para 1996 recuperó sus cubiertas de tejas muslera y el color azul de puertas y ventanas tal como lucían en los días en que se declaró la Independen­cia.

Una recomendac­ión final: si planea visitarla (ya lo hacen unas 200.000 personas al año) no se le ocurra preguntar en la ciudad de Tucumán por la Casa de Tucumán. En el Jardín de la República todas las casas son casas de Tucumán. Si uno quiere llegar a destino, hay que preguntar por la Casa Histórica. Su dirección es Congreso de Tucumán 141, muy cerca de la plaza. Tiene un importante museo, una biblioteca y un atractivo espectácul­o de luz y sonido. Vale la pena visitarla. ■

Muros amarillos o blancos, carpinterí­as verdes o azul de Prusia: las distintas versiones de la emblemátic­a casita.

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Versión actual. La casa tuvo numerosas modificaci­ones. Fue desde cuartel y aduana a museo, pasando por alojar al Congreso de las Provincias Unidas del Río de la Plata en 1816.

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