“Quise llegar a lo esencial del drama”
Hoy debuta en el Colón con esta ópera clásica, dirigida por Daniel Barenboim. Aquí, su mirada sobre Wagner.
El director de escena Harry Kupfer, nacido en Berlín en 1935 y habitual colaborador de Daniel Barenboim desde la Tetralogía que ambos presentaron en Bayreuth en 1989, desarrolló la mayor parte de su carrera en teatros de la Alemania del Este (o Berlín oriental, como la Komische Oper, que lo nombró director principal en 1981), aunque también trabajó en el Oeste. -¿Cómo era el ambiente operístico en Alemania del Este cuando usted comenzó su carrera?
-Un poco complicado. Siempre me gustó la ópera. Siempre supe que quería trabajar en la ópera, pero nunca tuve voz. Tenía que estudiar algo, pero en ese momento no había estudios específicos de dirección operística; entonces hice estudios de teatro, pero siempre con el norte puesto en la ópera. Empecé en una pequeña compañía de Halle, como asistente de dirección en Rusalka, la ópera de Dvorak. Hice también algunas óperas de Haendel y me fasciné. Trabajé en pequeños teatros, hasta que llegué a la Ópera de Dresden, en los ‘70, y de ahí a la Komische Oper de Berlín, donde permanezco hasta hoy. -En una ocasión el maestro Barenboim me comentó que cuando él to- mó la dirección musical de la Opera de Berlín, la Orquesta estaba bastante anquilosada, y que le llevó unos años ponerla a punto y llegar al nivel actual. ¿También en la parte teatral había algo anquilosado?
-Yo diría que había algo un poco más provinciano. En el Oeste había un estilo más internacional; en el Este era todo un poco más cerrado, pero en compensación se trabajaba mucho la sustancia de la ópera. El punto de vista del contenido era más fuerte. La música estaba más supeditada a los aspectos visuales o dramáticos, y tal vez en este sentido la parte musical era un poco más pobre respecto de lo que podía escucharse en el Oeste.
-El elemento escénico fundamental de esta producción de Tristán e Isolda es la figura del Angel caído. ¿Qué nos puede decir acerca de eso? -El Angel caído representa al mismo tiempo el amor y la muerte, que en esta obra contiene un elemento liberador. Quise llegar a lo esencial del drama, prescindiendo de los tradicionales elementos marinos.
-Th. W. Adorno observó que en Wagner el amor se da siempre a primera vista, que no hay relaciones reales, que todo está predestinado. ¿Qué puede hacer un régisseur frente a esta predeterminación?
-No estoy de acuerdo con Adorno. En Wagner el amor es fruto de un proceso. Isolda cura y cuida por cuatro días a Tristán, y en ese momento algo ocurre. Ella piensa que tiene que matarlo, que tiene que vengar la muerte de Morhold, pero después se da cuenta de que no puede. No hay predeterminación, sino un desarrollo psicológico de los personajes. ■