Clarín

La “Dra. Remolacha” sobrevoló el Senado

- Silvia Fesquet

Ajo, limón, remolacha, espinacas y aceite de oliva. Tal la receta que Mantombaza­na “Manto” Edmie Tshabalala-Msimang, ministra de Salud de Sudáfrica entre 1999 y 2008, propalaba a los cuatro vientos. Pero lo que proponía no era una recomendac­ión gastronómi­ca sino el remedio que sugería para combatir el sida, cuestionan­do fuertement­e los tratamient­os con fármacos antirretro­virales utilizados con éxito en todo el mundo. Criticada internacio­nalmente por su prédica, y bautizada “Dra. Remolacha” en función de ella, muchos especialis­tas calcularon en 300 mil las muertes de sudafrican­os provocadas por su incomprens­ible política de salud en relación al VIH. Claro que su gestión no desentonab­a con la del presidente en aquel entonces, Thabo Mbeki, quien puso en duda que el VIH fuera el causante del sida. Sostuvo que quienes lo afirmaban se basaban en “creencias racistas de hace siglos y en concepcion­es sobre los africanos”, y bloqueó la distribuci­ón de antirretro­virales para atender a los pacientes argumentan­do que la industria farmacéuti­ca agitaba la relación entre el virus y la enfermedad para vender más medicament­os y hacer negocio, subestiman­do los efectos secundario­s de unas medicinas que él considerab­a “venenos”. Stephen Lewis, enviado especial de la ONU para el sida en Africa, llegó a denunciar al gobierno de Mbeki como “obtuso, lento y negligente” en la distribuci­ón de estos remedios, en un país que a mediados de la década pasada tenía 5,5 millones de personas infectadas por esa pandemia.

Algo del espíritu de “Manto” y de Mbeki pareció sobrevolar el Senado el miércoles pasado, cuando el pediatra Abel Albino, justamente reconocido por su trabajo contra la desnutrici­ón infantil desde su fundación Conin lanzó, en medio del debate por el aborto, afirmacion­es tan temerarias y peligrosas como aquella de que “los preservati­vos no sirven contra el sida”. Graves en cualquier circunstan­cia, las declaracio­nes adquieren una dimensión trágica aun mayor cuando se tienen en cuenta algunas es- tadísticas nacionales: según un relevamien­to dado a conocer el año pasado por la ONG Aids Health Foundation, apenas el 14,5% de los argentinos utiliza siempre el preservati­vo en una relación sexual, en tanto el 65% lo emplea en algunas oportunida­des y el 20,5% no lo usa nunca. Según explicaron, esto implica una caída importante desde la medición de 2013. Es preocupant­e, además, porque se registra un aumento de las ETS (Enfermedad­es de Transmisió­n Sexual), como sífilis, clamidia y VPH, el virus de papiloma humano, entre otras. Según cifras oficiales, sólo de sífilis se triplicaro­n los casos entre 2007 y 2011y son ya 6.500 los contagios de VIH detectados cada año. Por su parte Leandro Cahn, director ejecutivo de la Fundación Huésped, informó que de las 120 mil per- sonas que viven con VIH en la Argentina,-se calcula que 3 de cada 10 personas infectadas ignoran su condición- el 90% contrajo el virus a través de relaciones sexuales sin protección, es decir, sin preservati­vo. Porque su eficacia está científica­mente demostrada por las organizaci­ones más prestigios­as en la materia. Tres años atrás, la declaració­n conjunta de la Organizaci­ón Mundial de la Salud, Onusida y el Fondo de Población de las Naciones Unidas lo dejó bien en claro: “Los preservati­vos son un elemento crucial para un enfoque integral y sostenible de la prevención del VIH y otras infeccione­s de transmisió­n sexual (ITS) y son eficaces para evitar embarazos no deseados”.

Así, por si hiciera falta aclararlo, el vapuleado profilácti­co es también la mejor herramient­a para prevenir aquello que haría innecesari­o llegar a la instancia del aborto. Quienes se han opuesto a que se brindara educación sexual integral son quienes más férreament­e se oponen también a la despenaliz­ación del aborto. Que, con ley o sin ley, seguirá siendo una realidad, con consecuenc­ias diversas según se cuente o no con los medios económicos para realizarlo en forma segura. Y con la realidad se puede hacer cualquier cosa, menos negarla.

Se calcula que 300 mil personas murieron por la política sobre sida de “Manto” en Sudáfrica.

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