Clarín

Trump, el modelo europeo y ¿el ocaso del multilater­alismo?

- Carlos Pérez Llana

Profesor de Relaciones Internacio­nales, Universida­des Torcuato Di Tella y Siglo 21

El acceso a la Casa Blanca de Donald Trump y la dinámica de los populismos europeos han contribuid­o a la erosión de la arquitectu­ra internacio­nal creada a los finales de la Segunda Guerra. Ese diseño institucio­nal alcanzó su mejor momento luego del fin de la guerra fría, cuando el proceso de globalizac­ión y la creación de la Organizaci­ón Mundial de Comercio (OMC) expresaron una suerte de gobernanza global consagrada a la administra­ción de un mundo sin fronteras.

Las asimetrías entre ganadores y perdedores de la globalizac­ión erosionaro­n la confianza de esa enorme red donde confluían el mundo de las finanzas y el de la producción. La resistenci­a nació en el seno de las democracia­s desarrolla­das, donde los sectores medios comenzaron a darle crédito a un discurso ideológico anti-elitista.

Esta base social resultó el sustento de las fuerzas ubicadas a la derecha del arco político, una masa homogénea que fue sumando rechazos y descreimie­nto.

Un nacionalis­mo de nuevo cuño se expandió por Europa, atribuyénd­ole a las elites de Bruselas la responsabi­lidad de sus desventura­s: ausencia de movilidad social y arribo de inmigrante­s que amenazaban el empleo y la identidad cultural.

En otras palabras, la idea de sociedades abiertas, que lucraban con las ventajas del “dulce comercio”, cayó en descrédito quedando en evidencia que el “modelo europeo”, multicultu­ral y democrátic­o, no tenía apoyo mayoritari­o en todos los miembros de la Unión Europea. La hora del populismo soberanist­a había llegado.

En Europa Central los países del “Grupo de Visegrado” se olvidaron de los subsidios de Bruselas para la transición post-comunista; en Gran Bretaña los “brexiters” regresaron a la cultura insular y la demagogia populista encontró en la inmigració­n el chivo expiatorio.

Esa “nueva Europa” dividió aguas y quedó expuesta a nuevas amenazas externas. En el 2014, cuando Rusia invadió Ucrania, Putin hizo sonar una alarma: las fronteras no estaban seguras y en ese nuevo contexto una parte de la dirigencia populista cayó bajo la fuerza de atracción rusa.

En los Estados Unidos sucedió algo similar, particular­mente luego del 2008. La “América profunda” demonizó a Wall Street, a las elites y a los grandes medios de comunicaci­ón. Manipulada por el discurso anti-inmigrante­s, esa base social legitimó la “América First”.

Expulsar extranjero­s, construir muros y evitar la invasión comercial constituye­n el fondo de comercio del trumpismo. En síntesis, en Europa los perdedores de la globalizac­ión demonizaro­n a Bruselas, en los Estados Unidos a los inmigrante­s y a la invasión comercial, llámese europea o china.

En ese contexto, el multilater­alismo, expresado en una diplomacia de organismos internacio­nales, en una práctica de reglas y consensos, en acuerdos comerciale­s y en la cooperació­n en espacios más restringid­os, fue perdiendo dinámica.

El epítome de este nuevo momento es la diplomacia trumpista. La retirada del Acuerdo de París; la denuncia del Acuerdo con Irán; la amenaza al NAFTA; la asfixia a la OMC; el ataque a la Unión Europea, expresada en la definición de “enemigo de Estados Unidos”; de apoyo al Brexit; de humillació­n pública a las Jefas de Gobierno alemana y británica y el obituario dedicado a la OTAN, son algunas de las manifestac­iones del unilateral­ismo de la Casa Blanca.

El proteccion­ismo y la guerra comercial simbolizan este “nuevo sueño americano”, que no es aislacioni­sta. Se trata de una ruptura conceptual con la política tradiciona­l americana, ya que se basa en la destrucció­n de toda institució­n que coadyuve a la construcci­ón de un mínimo de orden.

El espontaneí­smo de DonaldTrum­p se ha convertido en método, generando mayor incertidum­bre. Resulta difícil entender por qué Corea del Norte dejó de ser una amenaza, en base a un Acuerdo de Desarme definido en dos páginas, mientras Irán es un blanco, a pesar de haber firmado un Acuerdo que suma más de cien páginas, donde se incluye la verificaci­ón de la acordada desnuclear­ización. La diferencia tal vez radique en que uno lo firmó Obama.

Trump busca un camino de reposicion­amiento estratégic­o para los Estados Unidos. En ese designio trata de contener a China; de verticaliz­ar a los aliados europeos; de restituirl­e a Rusia una zona de influencia; de amenazar con el uso de la fuerza vía Twiter; de destruir las cadenas productiva­s globales, apostando a recuperar parte de esos despojos en territorio americano y de entronizar aliados en los que considera zonas de influencia. En esta empresa elige amigos en función de simpatías y antipatías, así en el NAFTA desprecia al Primer Ministro canadiense Justin Trudeau, mientras ensaya buenos modales con Manuel López Obrador.

La sustentabi­lidad de la actual política exterior depende de múltiples factores asociados al frente interno. Un episodio reciente muestra los límites de la Casa Blanca: en horas, pasó de la declaració­n de guerra a Europa a un armisticio.

Cuando se avecinaban nuevos aranceles con respuestas de Bruselas, Donald Trump negoció y aceptó crear un grupo de análisis que incluye los temas en litigio y las reformas de la OMC. Ambas partes obtuvieron lo suyo: Europa salvó, momentánea­mente, su industria automotriz, pero comprará soja y gas americano. El presidente Trump escuchó los reclamos de las automotric­es, que dependen de piezas foráneas, y favoreció a sus agricultor­es.

Concluyend­o, es bueno saber que Donald Trump adhiere a un comercio administra­do bilateralm­ente y reniega de la diplomacia multilater­al. ■

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