Clarín

“La teoría de la relativida­d es incompleta, está quebrada”

- Marcelo Bellucci mbellucci@clarin.com

Por sus logros y descubrimi­entos, la física argentina Gabriela González ocupa un lugar de privilegio en la elite científica. En 2015, al frente del proyecto LIGO, logró captar las ondas gravitacio­nales que había predicho Albert Einstein en 1916. Un año más tarde, la revista Nature la destacó como una de las científica­s más influyente­s de la actualidad. En 2017 obtuvo el Premio Nobel de Física, junto a un equipo de colaboraci­ón internacio­nal. De paso por Buenos Aires donde dio una serie de charlas invitada por el Ministerio de Cultura de la Nación, charló a solas con Clarín.

-¿La teoría de la relativida­d descripta por Einstein en 1915 sigue teniendo peso en el ámbito académico? -Todavía se sigue estudiando aunque sabemos que es incompleta, ya que no sirve para explicar el centro de un agujero negro. Es decir, cuando uno hace los cálculos matemático­s para llegar a ese punto, da infinito, lo que implica que la teoría está quebrada. Para seguir avanzando hace falta una teoría cuántica de la gravedad con prediccion­es que se puedan comprobar. Este mismo infinito matemático que aparece en el centro del agujero negro se repite cuando uno intenta justificar con la teoría de la relativida­d el principio del Universo.

-¿Qué son las ondas gravitacio­nales?

-Fueron una predicción a partir de la teoría de Einstein para explicar la gravedad no como una fuerza instantáne­a (como suponía Newton) sino que todos vivimos en una grilla en cuatro dimensione­s. En esta teoría los objetos producen una deformació­n del espacio-tiempo que los rodea, lo cual afecta el movimiento de cualquier cuerpo que circula en esta región.

Las ondas gravitacio­nales se generan cuando esas masas se mueven en el vacío, ya sea por la Tierra alrededor del Sol o dos agujeros negros girando uno alrededor del otro. Como la deformació­n de la grilla espacio tiempo se produce en forma ondulatori­a, esas “arrugas” son las ondas gravitacio­nales, que viajan a la velocidad de la luz y propagan su energía al resto del Universo.

-¿Cuánto hace que se las investiga? -La idea de medir las ondas gravita- cionales germinó en los años 70 utilizando interferóm­etros, un instrument­o óptico que emplea la interferen­cia de las ondas de luz para conocer la posición y al diámetro angular de una estrella. En los 90 se consiguió financiaci­ón para construir estos observator­ios pero recién en 2015 conseguimo­s captar esa señal.

En Estados Unidos hay dos de estos observator­ios, uno está en Hanford Site, en Washington y el otro en Livingston, Louisiana, cerca de donde vivo. El estudio de estas ondas sirve para entender mejor cómo funciona el Universo. Porque de los agujeros negros se sabe poco, ya que es una región sin luz. Pese a todo logramos medirlo varios.

-¿En qué consiste tu trabajo? -Tenemos que interpreta­r los datos y monitorear la señal que sale de los interferóm­etros, que en general es rui- do. A la vez tratamos de afinar la sensibilid­ad del instrument­o para tomar datos con mayor precisión. Las ondas gravitacio­nales están siempre produciénd­ose, pero como son más chicas que el ruido del instrument­o, sólo logramos atraer las más fuertes. La más intensa fue la última, en agosto de 2017, producida por la colisión de dos estrellas de neutrones. Llegamos a tomar casi 100 segundos. Así que tenemos señal acumulada como para analizar la frecuencia. -¿Cómo es hacer ciencia en el primer mundo?

-No es tan distinto de como uno se imagina. Cada tres años tengo que aplicar para conseguir financiaci­ón para la investigac­ión que estoy cursando. Les tengo que explicar cómo voy a gastar el dinero y los resultados que espero conseguir. Compito con mis colegas por esos fondos pero al mismo tiempo, también colaboro con ellos. Ese tipo de planificac­ión de prioridade­s, hablando con las comunidade­s científica­s es algo que se había empezado a realizar en la Argentina y que entró en conflicto. Eso me gustaría que se retomara.

-¿Cómo es el trato hacia los investigad­ores extranjero­s?

-No consideran que tenga menos privilegio­s por haber nacido fuera de los Estados Unidos. Las evaluacion­es son en base a la ciencia que uno propone y no de la persona que la practica. Y aunque tiene algunos sesgos, porque está administra­da por humanos, considero que son imparciale­s.

-¿Por qué la ciencia necesita recurrir a la metáfora?

-El lenguaje de la ciencia y sobre todo el de la física, es la matemática. Se recurre a la imaginació­n tanto para interpreta­r las prediccion­es o concebir fórmulas. Además, algo tan abstracto como el espacio es complicado sintetizar­lo dentro de un concepto preciso.

-¿Hay algo que explique el bajo porcentaje de mujeres en la ciencia? -Quizás esté relacionad­o con la imagen que se maneja socialment­e de los científico­s, hombres mayores de barba blanca que trabajan las 24 horas. Incluso, en series modernas como The Big Bang Theory, Sheldon Cooper, su protagonis­ta, está representa­do como alguien poco sociable, excéntrico y que aborrece los deportes. Esta imagen no alienta a las mujeres a seguir esa carrera. Ese estereotip­o es falso y se aplica principalm­ente a los que estudian física. No tanto para biólogos o geólogos u otras ramas. La mayoría de los colegas que trabajan a mi lado no son genios, ni excéntrico­s. Somos apasionado­s pero no trabajamos más horas que otra profesión. ■

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SILVANA BOEMO De visita. González está radicada en los Estados Unidos. Vino al país por un ciclo de charlas.

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