Clarín

Catherine Fulop Tiempo de debut

Estrena “Heisenberg” en teatro y habla de actuación y del noviazgo de su hija con Dybala.

- Juan José Santillán jsantillan@clarin.com

Hay una paleta cromática en la que Catherine Fulop cree profundame­nte. “Somos energía y cada uno tiene sus colores”, dice hablando de un personaje de teatro, pero también de su vida. “Cuando vi por primera vez a mi marido (Osvaldo Sabatini, el hermano de Gaby) estaba radiante y un día después le dije que me había gustado mucho su campera blanca. Me contestó que no usaba nada de ese color. Yo lo vi iluminado… estaba enamoradís­ima”.

Está bajando la tarde y Fulop convida café en una habitación antigua, blanca, de techos altísimos cerca de Retiro. Ella, dice, se define por tres colores: “Rojo, amarillo y naranja: sabrosa, estridente”. Un diccionari­o del habla popular del Caribe define sabrosura como calidad de lo sabroso. No aclara demasiado, pero Fulop explica que, primero, la sabrosura es sobre todo una actitud que no se nego- cia. “¡No, mi amor! Una cosa no quita la otra. Que yo sea madura no quita que sea jodedora. Voy con todo mi impulso, pero después trato de negociar, conciliar. Ahora soy otra mujer. Este personaje que hago en la obra nunca maduró, sigue siendo una niña grande y eterna”.

La obra con la que vuelve al teatro después de diez años, junto a Luis Agustoni, lleva el nombre del físico que trabajó el principio de la incertidum­bre: Heisenberg. Una amiga de la actriz que fue su personal trainer le dio clases a Noemí Slutzky, la productora del espectácul­o. Y fue a través de esa cadena que a Fulop le llegó el texto de la obra. “Cuando supe que me pasaba una obra la productora de Julio Chávez, que es mi profesor, ¡no lo pude creer!”, dice. Estudié actuación tres años con Julio y otros tres con Augusto Fernandes. Estuve mucho tiempo sin actuar en teatro, pero igual traté de entrenarme”.

-¿Por estuviste una década sin hacer teatro?

-La gente de teatro no paró de llamarme y les dije que no lo hacía porque necesitaba vacaciones. Hasta ese mo- mento me había ido solo dos veces con mi marido. Tampoco quería dejar a mis niñas para irme de giras, no sentía que podía dejarlas al cuidado de otra persona porque vivo en provincia y mis suegros están en el centro.

-Tus padres están en Venezuela. ¿Cómo fue armar una familia sin tener cerca a ninguno de los tuyos? -Durísimo. Igual tuve suerte porque caí en una familia tana, los Sabatini, que aman estar juntos. Después empecé a extrañar y eso tiene que ver con el desarraigo. También tuve el temor de que mis hijas no amaran a mi tierra o no quisieran tanto a mi familia. Pero mis hijas se mueren por la comida venezolana; las mejores navidades, y fines de año los pasaron allá. -Nunca perdiste el acento...

-Un poco, sí. En la obra ha sido un tema de conversaci­ón. La gente me aceptó como hablo; argentinos y venezolano­s estamos hermanados. Creo que ustedes son amplios en ese sentido. Han tratado de meterme en las ficciones como sea.

-¿Belleza mata acento caribeño? -Un poco, y también ayudó el talento y la simpatía. A veces mi persona-

je se come a la actriz. Para hacer esta obra me llamaron después de verme en un programa hablando de la situación en Venezuela. No sé que hice, pero les gustó.

-¿Eso es un halago o una sorpresa? -Creo que mi éxito se dio por la autenticid­ad. Y eso me ha hecho creíble. Digo lo que pienso de la mejor manera. Que vean eso, me halaga.

-Dijiste una palabra que pesa: desarraigo. ¿Todavía lo sufrís?

-El desarraigo es una herida que no cierra nunca. Hay una parte de tu vida que ya no está, y que no estará más. Es lindo lo que pasa acá, pero de pronto, en la pocilga del Twitter, siempre aparece alguien que te dice “¡andate a tu país!”. Siempre voy a ser una adoptada aquí, más allá de que sienta que esta tierra me dio mucho. Pero cuando voy a Venezuela ya tampoco es mi país, más allá de la situación. El extranjero lo es siempre en todas partes. Cuando vuelvo a Venezuela me dicen “hablas como argentina”. ¡Y no! Me esfuerzo por recuperar algo que nunca más va a volver. Y eso es bastante duro.

-¿Cómo estás con la ida de tu hija

Oriana?

-Es poco tiempo y son vacaciones. Ha trabajado duro y se está tomando un impasse porque con este chico (Paulo Dybala) la cosa parece que va. -¿Te cuesta que esté en pareja con un jugador de fútbol?

-A veces lo pienso. Imagínate que es un chico que está muy expuesto, la cuenta de Twitter suya tiene como 20 millones de seguidores. Y tú dices: ¿Qué es eso? Tiene un talento y es conocido internacio­nalmente. Cuando lo conocí, pudimos conversar.

-¿Le marcás la cancha como suegra? -Es divino... pero igual le dije “ven aquí, siéntate” y le hablé de varias cosas. Es un chico muy educado, viene de una familia que le dio valores. Hay gente que a veces se descarrila aunque tenga padres maravillos­os. Hasta ahora, este parece no ser el caso. -¿En algún momento se te viene la imagen de Wanda Nara?

-¡Ay no sé…! Igual ella me encanta. Me parece que todo lo que hizo de joven pasó. Es como si me dijeran “fuiste una loquita o tuviste tres mil novios y te la pasaste bolicheand­o”. Y… sí, qué quieren que les diga. Fue un poco así, pero ahora soy una señora. Lo único que puedo pensar como mamá es que Oriana tiene una carrera por delante; no tiene que perder el público que la sigue en Argentina

-Te sumaste a la legalizaci­ón del aborto y fuiste de las primeras en mostrarte con el pañuelo naranja. ¿Qué significa para vos esa decisión?

-Apoyo la legalizaci­ón del aborto; el pañuelo naranja significa un pedido para separar a la Iglesia del Estado. Y eso que vengo de una familia católica. Mis hijas estuvieron en una escuela religiosa, se bautizaron. -¿Un error?

-Para nada. Creo en Dios, pero no tengo un buen momento con la Iglesia por el Papa. Lamento que Francisco haya sido tan tibio frente a la situación que vive Venezuela. Me da pena que mi mamá me lea esto… -¿Te mandó a una escuela católica?

-Sí, era huérfana y se crió en una escuela de monjas. Santa María de San José, que además tenía un orfelinato; yo también fui a esa escuela.

-O sea que estuviste ahí de ser “Sor Catherine”…

-Quería ser monja, pero mi carácter no dio (ríe). Practico mi fe siendo buena persona. Creo que no estoy haciendo daño queriendo que el aborto en la Argentina y en Venezuela sea legal. Lo veo como una política de salud pública. No puedes pensar que un embrión de diez o doce semanas tenga más derecho que una mujer.

-¿Apoyabas la legalizaci­ón del aborto antes de tu ruptura con la Iglesia?

-Sí, una cosa no tiene que ver con la otra. Creo que Dios no castiga, observa y da libre albedrío. Si Dios castigara no habría tantas niñas violadas obligadas a parir a los diez años. El aborto tiene que ser legal: ¡las mujeres tenemos que protegerno­s! Lamentable­mente la Iglesia es comandada por hombres y no entienden lo que significa gestar un ser que no se desea. Madie aborta por gusto. Ninguna mujer pasa por eso y queda bien. No pueden decir esa aberración para negar la educación sexual, ni mucho menos estar en contra de los métodos anticoncep­tivos. -¿Pensás que seguís seduciendo desde otro lugar o la seducción para el afuera es un tren que ya pasó? -Si me animo a decir lo que pienso, no sé si gusto tanto.

-¿Te ves como MILF (por sus siglas en inglés: mujer madura a la que me gustaría llevar a la cama)? -Capaz que sí. En la intimidad, para mi marido, me siento una MILF. No sé para la gente... creo que ya no gusto como antes. Y menos a los jóvenes. Cada uno tiene su fantasía, ya no me hago cargo de los ratones del otro. ■

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JUAN MANUEL FOGLIA Autenticid­ad. “La clave de mi éxito pasa por ahí”, sostiene Catherine.
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