Clarín

El ejemplo del astronauta Kelly

- Ricardo Roa

La historia podría comenzar por los libros que cambian la vida de unos que después ayudan a cambiar la vida de otros. Le pasó a Scott Kelly, el astronauta norteameri­cano que más tiempo ha estado en el espacio. Pocos días menos de un año en la Estación Espacial Internacio­nal. Haciendo de conejito de indias humano y orbitando la Tierra a unos 28.000 kilómetros por hora. La mayor parte del tiempo, solo.

Hasta los 18 años anduvo perdido en otro espacio, el espacio interior. Era un pésimo estudiante, sin horizonte y sin brújula. No sabía lo que quería y no había aprendido a prestar atención a nada. Se hizo paramédico para sentir que la vida tiene un sentido y quiso es- tudiar medicina, un aburrimien­to. La familia Kelly era de clase baja de New Jersey. El padre, policía y borracho.

Un día se encontró con Elegidos para la gloria, lo que hay que tener, de Tom Wolfe, el dandi de traje blanco y brillante cronista que revolucion­ó el oficio periodísti­co en los 60.

El libro le dio vuelta la cabeza. Wolfe investigó los protagonis­tas de la carrera espacial: los astronauta­s que habían llegado del mundo de los pilotos de prueba. Tipos que según Wolfe tenían lo que hay que tener: coraje, destreza y humor. Sin tratar de ser Wolfe, Kelly acaba de lanzar su libro, Resistenci­a. El relato de su vida y sus asombrosas experienci­as.

Scott buscó entrar en un par de institutos para saltar a la Fuerza Naval pero sus malas notas pudieron más y fue rechazado. Hasta que logró colar en una academia militar.

La historia de Scott tiene un protagonis­ta paralelo: su hermano gemelo Mark. Por distintos caminos, los dos llegaron a ser astronauta­s. Una rareza que le sirvió a la NASA para hacerle a Mark el mismo extenso estudio médico que a Scott cuando daba sus más de 5.500 vueltas alrededor de la Tierra.

Otra rareza: a Scott le habían detectado después del segundo de sus cuatro viajes al espacio un cáncer de próstata. ¿Y qué dio el chequeo que le hicieron a su gemelo? Un tumor igual, pero en la otra punta de la próstata.

Nada había logrado frenar la decisión de Scott de ser astronauta. El cáncer tampoco. El récord en el espacio lo consiguió después de ser operado. Otra vez, lo que había que tener.

Para cualquier persona, sólo uno de esos 340 días sería un tormento. Sin contar el miedo y empezando por el despegue: la Soyuz que lleva a la estación sube a 25 veces la velocidad del sonido. Y más que metido, Scott viajó esas 10 horas enchufado en un asiento hecho a medida, con un molde de yeso de su cuerpo. Con pañal y al comienzo en posición fetal y enfundado en un traje hermético que le provocó dolores y calambres y que aún con ayuda le llevó dos horas calzárselo.

Arriba, la prolongada estadía causa estragos. Se pierde masa ósea, los músculos se atrofian y la sangre se redistribu­ye y fuerza las paredes del corazón, que se contrae. Scott sufrió problemas de visión y estuvo expuesto a radiación 30 veces superior a la que recibimos en la Tierra. Como sacarse 10 radiografí­as de tórax diarias, que incrementó por el resto de su vida el riesgo de otro cáncer.

Kelly empezó su viaje mucho antes de partir al cielo en esa nave. Cuando cambió y aprendió a sobreponer­se. Resilienci­a llaman a esa capacidad para superar obstáculos y encontrar fuerzas donde sólo parece haber debilidad. Todos somos viajeros en el espacio. Eso es estar vivos acá en la Tierra. Y todos nos perdemos muchas veces. El mérito está en encontrar el camino. Es el ejemplo de Kelly. ■

Nadie pasó más tiempo en el espacio. Pero más interesant­e que el récord es cómo cambió su vida.

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