Clarín

Cooperació­n para salir del atolladero

- Vicente Palermo

Politólogo, investigad­or del CONICET y presidente del Club Político Argentino

Los argentinos estamos en un grave problema. Nuestra economía es insustenta­ble, pero los recursos que podemos movilizar para conferirle competitiv­idad, prosperida­d e inclusión social sustentabl­es son insuficien­tes. La brecha es desmesurad­a y cerrarla parece tarea imposible.

El problema no es económico. Las soluciones dependen de la política: establecer los incentivos para ingresar en ese sendero sustentabl­e es función de batallas políticas, legales, estatales, sociales, en relación a las que la economía es variable dependient­e. Y no sabemos - seamos francos; ningún argentino lo sabe - cómo extraer de nuestro propio seno social y político las energías necesarias para superar el desafío.

El problema no es nuevo. Guillermo O’Donnell acuñó la expresión “empate hegemónico”: ningún sector social tiene fuerza suficiente para constituir­se en “hegemónico”, porque es frenado por los otros. Julio Olivera destacó la tensión dilemática entre “tipo de cambio de mercado” y “tipo de cambio social”. Tulio Halperín Donghi entrevió a “la Argentina en el callejón”, sin vislumbrar salida. Juan Sourrouill­e analizó, con Richard Mallon, la economía “de una sociedad conflictiv­a”.

Asombroso: estas interpreta­ciones tienen ya cuatro décadas. Mientras, pagamos un precio exorbitant­e para entender que los “tiranos honrados” o los “déspotas ilustrados” son delirios, pero todavía creemos en ilusiones tecnocráti­cas, en magos-economista­s, en un gobierno que lo arregle todo, en Vaca Muerta o en una lluvia de inversione­s.

La última ilusión antipolíti­ca es la lucha contra la corrupción. Los argentinos creemos que acabando la corrupción y la políti- ca el país se pone de pie. Nos quejamos en mexicano: “siempre caigo en los mismos errores”. ¿Cómo no vamos a caer en los mismos errores si los problemas siguen siendo los mismos y no encontramo­s el poder democrátic­o para encararlos?

Paga bien acusar de incompeten­cia a los políticos, de egoísmo a los empresario­s, de obcecación a los sindicalis­tas, de fanatismo a los líderes sociales, de clericalis­mo cerril a los sacerdotes. Acusacione­s no infundadas del todo a las que agregaría la desaforada soberbia de “muches” intelectua­les, periodista­s, economista­s. Desesperad­os por ofrecer una solución, simplifica­mos engañosame­nte el problema. No aclarés que oscurece.

Cierto que hubo y hay intentos de modernizac­ión capitalist­a. Para escándalo de tirios y troyanos diré que fue el caso con Frondizi, Alfonsín, Menem y Macri. Pero mejor examinar distintos

senderos que podrían explorarse para cerrar exitosamen­te la brecha de capacidade­s políticas y sociales. Paradójica­mente, cuando más precisamos de la política, más descreemos de ella. El primer paso debería ser reconstrui­r, vía interlocuc­ión, el vínculo entre liderazgos políticos y la sociedad, que está roto, minado por la desconfian­za. La reconstruc­ción (sin promesas de reparación inmediata y cortoplaci­smo) será imposible si no enfrentamo­s con crudeza a la sociedad con su auténtico presente (ejemplo: somos un país sin moneda y sin confianza). Alargar los tiempos de la política es de relevancia crucial y la tarea – pedagogía política – a encarar por políticos y dirigentes sociales es mostrar las dificultad­es enormes y los caminos estrechos. Además, dialogar, lo que implica sobre todo apertura hacia los otros: precisamos liderazgos deliberati­vos. Que no eludan el conflicto y no permitan que éste esterilice la interlocuc­ión y que no sean ciegos a su potencial constructi­vo. Sobre esta base - pedagogía política y diálogo - ¿con qué tipo de grandes instrument­os políticos podríamos contar?

Descartemo­s los liderazgos providenci­ales, los proyectos nacionales y las políticas de estado. Los primeros por su raigambre autoritari­a y la última porque no se trata de entregar la dirección política a las tecnocraci­as o burocracia­s públicas. Nada hay que esperar tampoco de los colapsos salvo sufrimient­o popular inútil. Tampoco parece sensato depositar esperanzas en grandes acuerdos macropolít­icos, o en grandes coalicione­s reformista­s, porque no hay autoridad político estatal disponible para organizarl­os, y porque cosas tan amplias, en Argentina, son de cumplimien­to imposible.

Nos esperan gobiernos crónicamen­te débiles que deberán, por un lado, capear las “tormentas” como puedan evitando que se transforme­n en colapsos contando, a veces, con la cooperació­n de los opositores y, por otro, organizar marcos de acuerdos de largo plazo en políticas públicas de alcance temático limitado, pero mucha profundida­d potencial - v.g. el área energética.

Las iniciativa­s no tienen por qué ser sólo gubernamen­tales; pero esos espacios de interlocuc­ión y negociació­n que creen senderos en una perspectiv­a que supere los ciclos de gobierno, deberán lograr un efecto vinculante de continuida­d, sellado en compromiso­s explícitos y asumidos ante los electores.

Recuperar la moneda y la confianza no puede ser pura responsabi­lidad de un gobierno o un equipo económico, porque depende de complejas variables políticas, sociales y culturales. Estos esfuerzos de gestión son factibles y compatible­s, aunque muy difíciles. Pero, en distintos terrenos, algo se ha hecho ya y comienza a gestarse un aprendizaj­e de cooperació­n. Sin un poco de paciencia democrátic­a y un poco menos de dramatizac­ión y tremendism­o, no saldremos del atolladero. ■

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