Clarín

La Bonaerense, entre mártires y sospechoso­s

- Héctor Gambini

La Policía Bonaerense es un compendio constante de mártires y sospechoso­s. Eso no ha cambiado tampoco con Cambiemos. Entre esos extremos oscila siempre el oportunism­o o la desconfian­za política. Lo que acaba de ocurrir es el asesinato feroz y a sangre fría de dos mujeres policías que hacían su trabajo con una vocación a fuerza de privacione­s, sueldos complicado­s y, por el peso ajeno de la fuerza que integran, también de cierta mirada social subvalorad­a o despectiva. Eso no es justo.

Sus crímenes truncan vidas jóvenes, valiosas, llenas de proyectos profesiona­les y personales que se vuelven irreemplaz­ables en el círculo de sus familias y de sus compañeros.

Hay en esos asesinatos de profundo pesar individual, sin embargo, un conducto de circunstan­cias comunes sobre las víctimas, sobre su origen como policías y sobre el motivo de sus muertes absurdas.

Primero, son mujeres jóvenes, de 25 y 26 años, que se graduaron al calor más intenso del oportunism­o político. Tamara, asesinada en Glew, salió de las filas de la Policía Local, creada sobre el final del mandato de Scioli para mostrar uniformes en la calle como sea.

Por sus boinas azules y su excesiva juventud, los vecinos empezaron a llamarlos Los Pitufos. Chicos que entraban a la Policía en busca de un empleo seguro. Para reclutarlo­s, Scioli abrió más de 30 escuelas descentral­izadas en toda la Provincia, con cursos exprés. Todo el plan debía llevar a 100.000 el número de agentes antes del 9 de agosto de 2015.

¿Por qué esa fecha? Porque era el domingo en que se hacían las PASO en la provincia de Buenos Aires. Muchos de esos chicos inexpertos, más empleados municipale­s que policías profesiona­les, se fueron. Muchos otros, como Tamara, se quedaron. Todos fueron formados así, a la carga barracas: policías como sea para ganar una elección y después vemos.

A la misma camada de agentes pertenecía Lourdes, la otra policía asesinada. A ella la mataron mientras esperaba el colectivo en Ituzaingó. Es un crimen para los más desprotegi­dos. La noticia dentro de la noticia: una policía de uniforme y armada, a ciertas horas y en ciertos sitios, puede integrar esa franja.

Ella no se había recibido en la Policía Local sino en la escuela Juan Vucetich. Fue también en 2015, cuando Scioli hizo formar a 10.000 egresados y los mostró al país con un acto multitudin­ario en el que hasta incluyó drones. A su lado estaba Sergio Berni, que se lanzaba a la gobernació­n de la Provincia hasta que Cristina lo bajó para poner a Aníbal Fernández y dejarle abiertas las puertas de la Provincia a María Eugenia Vidal, la gobernador­a que hoy no termina de confiar en la Policía que, sin embargo, necesita.

Las agentes asesinadas fueron hijas de la necesidad política. Ahora murieron por otro hilo común e inquietant­e: les robaron las armas. No fueron vistas como ahuyenta-ladrones sino como un imán para conseguir pistolas que alimenten a las bandas del GBA, a veces apañadas por policías.

Tras las mártires, siguen los sospechoso­s: este mes hubo tres ataques con bombas caseras a dos dependenci­as policiales de Tres de Febrero y a otra de Esteban Echeverría. No hay detenidos pero sí dudas: que pudieron ser puestas por policías despechado­s.

La contradicc­ión brutal es el karma de todos los gobernador­es desde el retorno de la democracia, hace ya 35 años. Aunque sume mártires inocentes, en la Bonaerense nunca se sabe de qué lado vienen las balas.

Este mes hubo tres ataques con bombas caseras a dependenci­as policiales del Conurbano

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