Clarín

Teoría sobre el varón roñoso

- Roberto Pettinato

Los humanos somos seres horribles, pero no nos damos cuenta hasta que no nos vemos reflejados en los demás. ¿Nunca les pasó ver cómo estornudam­os y con la misma mano acariciamo­s al que está sentado adelante? ¿Y qué tal los que se meten los dedos en la nariz para escarbar? Mientras una mujer, en clara muestra de ultra urbanidad, hasta es capaz de bostezar con la boca cerrada, los hombres lo hacen enfrente del otro mientras éste habla. Y esta persona se sigue metiendo el dedo en la nariz y sacando cosas desagradab­les ignorando que el otro lo mira. Y sin decirle: “¡¿Podés dejarte la nariz en paz?!” El gran conflicto entre hombres y mujeres sigue siendo el mismo: la suciedad.

Los hombres somos sucios. Punto. Ni por naturaleza ni por educación. ¡Somos sucios! Por eso los vestidos, la moda y la belleza se enfocan en las mujeres. A nosotros nos cambian el color de los calzoncill­os, ajustan un poco el jean llamándolo “chupín” para que los de 50 y 60 crean que volvieron a una juventud en la que, paradójica­mente, usaban pantalones Oxford y cualquier textura melanco salida de Eduardo Sport, Modart o lo que fuere.

La moda es una epidemia indu- cida, pero nadie lo nota. Si a una mujer la Naturaleza la hubiese hecho tal como la Moda se encarga de adornarla se desesperar­ía. Una amiga me decía: “Es que no se puede vivir a la moda, porque nosotras no tenemos los cuerpos ni las caras de las que están en los afiches. Yo no soy linda”. Le contesté: “Pero es que no está mal no ser bella. Lo que está mal es la obligación de tener que serlo”.

Esto no sucede con los hombres. Muchas veces nos preguntamo­s: “¿Para nosotros no hay nada?” ¿Y por qué tendría que haber? ¿Para que lo arruinemos en un lavarropas, en el insólito caso de que lo fuésemos a lavar?

Nosotros no lavamos. Le pasamos agua a la zona donde cayó el dulce o, para impresiona­r a nuestra chica, corremos a buscar un repasador para limpiar la mancha de salsa de soja en una camisa blanca. Claro que para ella habría que llevarla a la tintorería al salir del restaurant­e. Para nosotros, en cambio, ya quedó impecable. Los hombres podemos masticar alimentos con la boca abierta - desde queso hasta costillas de cerdo- y nos parece que al hacerlo mientras hablamos la otra persona se centra sólo en lo que estamos diciendo. Jajaja.

¿No les pasa que hasta que no nos dice algo así como “¿vos no te lavas nunca los dientes?”, ahí sí nos pasamos dos semanas cepillándo­nos... ¡pero saliendo del baño para que nos pueda ver!?

Si hiciésemos una lista nosotros podemos: tirar cáscaras en la calle, bolsas de Burger, entrar a la casa con barro en las zapatillas, soplar cualquier agujero para sacar pelusas o basura que lo obstruya, revolver el champagne con un tenedor para bajarle las burbujas, apagar un cigarrillo en un huevo frito (¡y dejarlo debajo de la cama!), dejar durante un año en la puerta de la heladera 200 mini sachets de ketchup, mayonesa y mostaza hasta que no se puedan despegar sin arrancar parte de la huevera de plástico.

Como si esto fuera poco, estoy seguro de que en una encuesta el 90% de los hombres diría: “¡Sí, siempre lo pensé! ¿Por qué un preservati­vo no puede usarse dos veces?”. ¡Así de mugrientos somos!

Es más: el 100% diría: “¿Por qué tenemos que tener una casa para limpiarla, cuando todos sabemos que en menos de un mes vuelve a estar sucia?”.

Los hombres podríamos incluir papas, mayonesa, zanahorias, lechuga, congelados, huevos, lácteos y hasta vino abierto en lo que se llama La tabla de putrefacci­ón, de la que tomamos conciencia recién cuando nuestra pareja no pasa lo que llamamos La prueba de la náusea y nos dice: “Me voy a mi casa y nos vemos otro día”.

Por todo esto y más, Dios nos castigó con la camisa cuadricula­da de leñador, que no es otra cosa que un regalo de algún familiar que te odia y sólo puede expresarlo así.

Y ahora sí: hablemos de limpieza, productos y formas de pintar sin mancharlo todo.

Eh, no, mejor no. ¿Para qué hablar de todo esto cuando podemos dar la vuelta y seguir durmiendo?. Después de todo, el olor a pizza ya se fue. Jajaja. ■

Estar a la moda: no está mal no ser bella. Lo que está mal es la obligación de tener que serlo...

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