Clarín

Ser arquero suplente puede no ser lo peor

- Miguel Jurado mjurado@clarin.com

“El arquero es un tipo diferente”, me decía el profe mientras miraba a los pibes dar la segunda vuelta a la cancha. “Tiene que tener mucha personalid­ad, fíjate que en un equipo hay once titulares y sólo uno puede agarrar la pelota con la mano”, dijo y me miró a los ojos como si me estuviera revelando un secreto. Los pibes ya iban por la tercera vuelta a la cancha y todavía no sabía para qué me había lla- mado. “Encontrar a un buen arquero es encontrar una aguja en un pajar”, tiró y empecé a pensar que me estaba dorando la píldora así es que, antes que terminara de hablar, le dije que no quería jugar de arquero, que no servía para eso, que yo era delantero. Los pibes ya estaban por la quinta vuelta a la cancha y ahí fue cuando salió con eso de que lo importante es el equipo, que el fútbol es como la vida, que cada uno tiene que ocupar el lugar que le toca y hacer lo mejor para el grupo. Para ese entonces, los pibes ya habían terminado de correr y yo me había calzado los guantes.

En el entrenamie­nto no me fue tan mal, me probaron un par de veces y respondí sobriament­e. El problema fue el día del partido, nos bailaron y yo fui poco menos que un colador.

El martes, cuando volvimos a entrenar, llegué convencido de que tenía que ponerme firme, yo no era arquero, era delantero. Pero antes de que le dijera nada, el profe me llamó para hablar. Empezó con eso de que el equipo es mucho más de los once que salen a jugar, que él, el utilero y hasta el intendente del club son parte del equipo y que todos construyen un espíritu de cuerpo. Cuando caí en la cuenta de que no había aguatero, empecé a pensar que ser arquero suplente no podía estar tan mal.

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