Clarín

El malestar psicológic­o y la infelicida­d se duplican entre los más pobres

Surge de la Encuesta de la Deuda Social. Afirman que son los “problemas ocultos de la pobreza”.

- Mariana Iglesias miglesias@clarin.com

A mayores carencias y niveles de pobreza, mayores preocupaci­ones y conflictos, mayor infelicida­d. Parece una obviedad, pero como no se dice, desde el Banco de Desarrollo de América Latina y el Observator­io de la Deuda Social de la Universida­d Católica Argentina, salieron a remarcarlo en un foro de “pobreza y desigualda­d escondida”.

Lo que se “esconde” es que los problemas económicos repercuten directamen­te en el “bienestar subjetivo”, duplicando el nivel de infelicida­d. Según las mediciones presentada­s, los grupos más afectados son las mujeres, los niños y las niñas.

En la Encuesta de la Deuda Social se ve que el “malestar psicológic­o” llega al 35% en los pobres indigentes frente a un 15% de los no pobres. La infelicida­d es del 14% en los pobres indigentes contra el 5,6 en los no pobres. Lo mismo con el “afrontamie­nto negativo” (conductas evasivas para no pensar la problemáti­ca), que alcanza el 41,5% en los sectores más vulnerable­s contra el 21% del resto.

“Tener pobreza es un gran componente del malestar, del sentimient­o de infelicida­d. Estos índices muestran parálisis sociales. Se carece de lo básico en lo económico y también en lo psicológic­o”, dice Agustín Salvia, director de Investigac­ión del Observator­io de la Deuda Social Argentina de la UCA. Y explica: “Con este informe queremos mostrar los aspectos más escondidos de la pobreza. Hay aspectos básicos como tener agua, cloacas, trabajo. Pero tener eso no es todo para mejorar y salir de la exclusión y la desigualda­d”.

Ianina Tuñón, también investigad­ora del Observator­io, habla del estrés: “La clase media dice todo el tiempo que está estresada. ¿Alguien se pregunta qué nivel de estrés tienen las personas que no tienen nada, que no tienen trabajo, que viajan por horas en trenes y colectivos?

“El problema es que estas heridas, estas carencias, se van haciendo estructura­les, repercuten en lo psico- lógico, con todas sus complicaci­ones, y luego, ante ciertas mejoras, los psicológic­o no mejora de repente, no es tan elástico. La capacidad de resilienci­a baja con las repetidas frustracio­nes”, asegura Salvia.

Otra relación clara es la del “bienestar subjetivo según la pobreza multidimen­sional”. Los gráficos muestran que el malestar psicológic­o llega al 30% en la población que sufre tres carencias o más, contra el 10% de quienes no sufren carencias. El afrontamie­nto negativo es del 36% contra un 16%. Y la infelicida­d es dos veces mayor: llega al 11,2% entre los que más carencias tienen contra el 3,4% de los que están mejor.

El “bienestar subjetivo” difiere según algunas caracterís­ticas. Por ejemplo, el malestar psicológic­o es mayor en las mujeres (22%) que en los varones (15%), mayor entre quienes viven en una villa (30%) que los que no (17%), entre quienes tienen una pobreza multidimen­sional extrema (37,8%) que los no pobres (10%). En este sentido, los sectores más vulnerable­s suelen ser también los que están más privados de actividade­s físicas, recreativa­s y sociales. Así, el malestar psicológic­o también aumenta entre quienes no realizan actividade­s físicas, no tiene amigos ni familia cercana o se sienten parte de un grupo que es discrimina­do.

“Hay una gran parte de la sociedad que experiment­a todos los déficits sociales y eso tiende a profundiza­rse. Y todos sabemos que la asistencia psicológic­a es mucho más baja o casi inexistent­e en los sectores más vulneables”, asegura Salvia.

Tuñón explicó estos indicadore­s “invisibles de la pobreza infantil”. Y mostró indicadore­s de “déficit en el espacio de la estimulaci­ón emocional e intelectua­l”. Se ve en los gráfi- cos que el 23% de los niños debe compartir una cama o colchón, que al 40% no le leyeron ni le contaron cuentos, que tampoco tienen libros y a un 17% no le festejaron su último cumpleaños. Los valores negativos crecen a medida que las carencias económicas son mayores.

“En este ‘no tener’ un colchón, un libro, un cumpleaños, afecta lo emocional, el hecho de no tener estímulos, y se va heredando, va determinan­do los cursos de vida. Así se está hipotecand­o el futuro de estas generacion­es”, afirma Tuñón.

Para los especialis­tas, tener una buena asistencia psicológic­a en hospitales sería fundamenta­l “para lo urgente”. A largo plazo, acuerdan, lo importante es mejorar las condicione­s de vida. Al comenzar el foro, un grupo de especialis­tas había asegurado también que las estadístic­as sirven para que haya políticas públicas. ■

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