Llaves que abren paso a la amistad
Los muy celosos de la observancia de las fechas dirán que el día celebratorio propiamente dicho, ya pasó. Tengo una respuesta para todos ellos: ¿acaso la amistad puede quedar ceñi- da, encerrada, constreñida a un mero numerito en el calendario? ¿No es acaso uno de los vínculos más entrañables que cualquiera puede atesorar? Los amigos son nada más ni nada menos que los hermanos que no llegan con el lazo indisoluble de la sangre sino los que hemos elegido para, fraternalmente, desandar juntos el camino de la vida. Los que estarán a nuestro lado, de manera incondicional, y del modo en que los necesitemos. Los que conformarán esa red invisible y protectora, que no nos dejará caer o, en caso de una caída inevitable, atenuará el golpe y nos ofrecerá un hombro solidario sobre el cual recostarnos a llorar, y un abrazo que no necesita de palabras después, para reconfortar nuestra alma en pena.
Tan esencial y maravillosa es esa relación, que a lo largo de la historia han sido muchos los tentados a honrarla con la maestría de su pluma y el vibrar de su talento.
“En los suburbios de La Habana -escribe Eduardo Galeano en “El libro de los abrazos”-, llaman al amigo mi tierra o mi sangre. En Caracas, el amigo es mi pana o mi llave: pana, por panadería, la fuente del buen pan para las hambres del alma; y llave por... - Llave por llave- me dice Mario Benedetti. Y me cuenta que cuando vivía en Buenos Aires, en los tiempos del terror, él llevaba cinco llaves ajenas en su llavero: cinco llaves, de cinco casas, de cinco amigos: las llaves que lo salvaron”.
¿Podrá encontrarse definición más acabada?