Monjas abusadas por sacerdotes: un flagelo que la Iglesia prefiere callar
Pese a las denuncias que sacuden a la jerarquía eclesiástica en Chile y en gran parte del mundo, las religiosas aún sufren estas prácticas, sobre todo en Africa.
El caso de la Iglesia chilena, pleno de historias de abusos sexuales y complicidades de una jerarquía hundida en el desprestigio, ha funcionado como detonador atómico de los escándalos que desde principios de este siglo sofocan al catolicismo mundial, con serios contragolpes en el mismo Vaticano y el proprio Papa. El último alboroto lo protagonizan una parte de las 4.000 monjas que hay en Chile, el doble de los sacerdotes, que han roto el silencio y denunciado los estupros y violaciones que sufrieron hasta de sus sacerdotes confesores.
El tema ha excitado revelaciones del mismo fenómeno en otras partes del mundo, pero sobre todo destaca una desvergüenza mayúscula que las altas esferas del Vaticano -el Papa de turno en primer lugar- llevan a cuestas sin resolver y utilizando la subcultura de siempre: tapar todo lo mejor posible, privilegiando “el bien de la Iglesia” por encima de las víctimas.
Es el caso de la Iglesia de Africa, que oficialmente resulta la realidad que más crece en un catolicismo que en Europa y América, cuna de la historia y del verdadero poder de una es- tructura que gobierna a 1.300 millones de bautizados, retrocede ante el avance de una mentalidad laica y agnóstica que domina en Occidente.
Parece increíble, pero las monjas que se animan hoy a denunciar a sacerdotes y obispos que las han acosado y violado remontan inevitablemente a las denuncias que hicieron superioras norteamericanas en los años ’90 sobre lo que ocurría en las iglesias africanas, que empalidecen por su gravedad casos tan famosos como las andanzas del “santo” mexicano padre Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, violador serial de menores, que salpicó la blanca sotana de su protector, san Juan Pablo II.
El 20 de marzo de 2001, el portavoz del Papa polaco, Joaquín Navarro Valls, tuvo que convocar a los vaticanistas después de que se hicieron públicos cuatro informes presentados a la Santa Sede, en los que se denunciaron los masivos abusos sexuales de monjas por parte de curas y obispos, que incluían obligarlas a tomar anticonceptivos y a practicar abortos si quedaban embarazadas.
Las denuncias abarcaban centenares de casos que no se limitaban al Africa sino hasta la santa Roma, donde monjas, curas, obispos y cardena- les africanos acuden en masa porque aquí están las centrales de las órdenes y las casas de estudio más prestigiosas.
Los cuatro documentos fueron publicados por el “National Catholic Report” de EE.UU., y su contenido es impresionante. La médica y monja misionera norteamericana Maura O’Donohue había consignado ya en 1994 un informe al cardenal Eduardo Martínez Somalo, prefecto de la Congregación para la Vida Consagrada.
Varias superioras norteamericanas asumieron el deber de hacer pública la más vasta epidemia de violaciones de los derechos humanos de religiosas cometidos en la historia bimilenaria de la Iglesia por sus clérigos y autoridades.
La investigación de los casos superó todas las expectativas y la imaginación de las superioras norteamericanas, que comprobaron además casos de violaciones a monjas por parte de curas en 23 países.
En Africa se había llegado al colmo. La religiosa madre de una comunidad explicó que en 1991, sacerdotes y más de un obispo las llamaron para que pusieran a su disposición a las monjas a fin de mantener con ellas relaciones sexuales. Ante la indignación, la cínica respuesta fue: “Pero esto para nosotros es un seguro de que no sufriremos la infección del sida”, que en aquellos años era mortal.
Las monjas servían de esclavas sexuales en el contexto de una relación que las relegaba a la condición de empleadas domésticas y a una obediencia silenciosa. Una congregación africana debió alejar a 20 monjas preñadas por curas y obispos. Y otra madre superiora que protestó ante su arzobispo diocesano porque tenía 29 monjas embarazadas fue destituida.Un caso trágico fue el de un sacerdote que dejó encinta a una monja y la obligó a abortar.
Lo más escándaloso que tiene el escándalo es que uno se acostumbra, escribió Simone de Beauvoir. Hasta hoy, sobre las barbaridades cometidas por muchos varones del ministerio ordenado africano, curas y obispos, y también más de un cardenal, la Iglesia Católica ha echado gigantescas paladas de tierra para ocultar una práctica horrenda. No hay noticias de inspecciones, reformas, castigos a los culpables, ayuda a las monjas víctimas, especialmente las que abortaron y las que fueron madres, expulsadas de las órdenes religiosas. De la cuestión no hablaron nunca Juan Pablo II, ni su sucesor Benedicto XVI, ni Francisco.
Lo que sí dijo Jorge Bergoglio es que hay un fenómeno insistente de fuga de la Iglesia por parte de las monjas. Con los frailes suman 2.300 casos al año. Pronto habrá menos de 600 mil religiosas profesas.
La vaticanista de la Associated Press Nicole Winfield hizo una investigación con periodistas de la agencia norteamericana, la más grande del mundo, que le permitió descubrir que en los últimos tiempos han surgido casos de monjas violadas por sacerdotes “en Europa, Africa, América del sur y Asia, lo que demuestra que el problema es global y extenso”. El fenómeno es posible “en gran parte por una tradición en la que las monjas son vistas como personas de segunda clase en la Iglesia y a su arraigada subordinación a los hombres que las dirigen”, sostiene Winfield.
En 2013, poco después que Francisco fuera elegido Papa, un famoso cura de Uganda denunció a sus superiores a sacerdotes “que tienen relaciones románticas con las monjas”. Fue suspendido de inmediato.
En Italia, una religiosa de 35 años de Burundi regresó de su país al convento del Amor de Cristo en el centro del país y pronto las hermanas descubrieron que estaba embarazada de un cura violador. Los tiempos han cambiado y recibió comprensión y solidaridad, se hicieron festejos cuando tuvo un bebé celebrado por sus tías con hábitos. Del padre ni noticias, sigue predicando el bien en Africa.
En Bolonia las cosas fueron diferentes para una religiosa asaltada sexualmente por su propio confesor en la Universidad “alma mater” del mundo. Logró huir y no hizo la denuncia porque la hubieran echado, contó. Un año después otro confesor intentó violarla. Desde entonces “no me confieso”, salvo con su padre espiritual que vive en otro país. “La confesión debería ser un lugar de salvación, libertad y misericordia, pero para las que sufrimos esta experiencia es un lugar de pecado y abuso de poder”, dijo a AP. La monja denunció todo a sus superiores, que ocultaron a ambos curas “por el bien de la Iglesia”.
En Chile un grupo de ex monjas de la congregación de las Hermanas del Buen Samaritano en Talca, al sur de Santiago, denunciaron los abusos sexuales cometidos por sacerdotes. Las seis abandonaron los hábitos. Eliana Macías contó del cura que la violó, que se metía en las piezas de las monjas. Celia Saldivia recordó que otro cura abusaba sexualmente de las hermanas en el convento, obligándolas a desnudarse. No eran solo curas. Consuelo Gómez también denunció que su superiora abusó de ella.
Las religiosas son protagonistas de las injusticias que sufren las mujeres en la Iglesia. Se esperaba que en estos tiempos de apertura se produjera una especie de milagro. Pero aunque Francisco ha colocado algunas personalidades femeninas en lugares importantes del Vaticano, aunque nunca al frente de un dicasterio, no se produjo tras más de cinco años de pontificado ni la más pequeña revolución que se esperaba. ■
Las monjas servían de esclavas sexuales. Muchas quedaban embarazadas.