Clarín

El riesgo de traducir: cuando un error puede llevar a una crisis diplomátic­a

Casos históricos. Sutiles diferencia­s en frases o palabras ayudaron a desatar guerras y hasta ejecucione­s.

- Mark Polizzotti Mark Polizzotti es autor de "Sympathy for the Traitor: A Translatio­n Manifesto”

La traducción es una asistente discreta de la función lingüístic­a: la mayoría de las veces solo nos percatamos de su presencia cuando las cosas salen mal. En algunos casos, se trata de errores relativame­nte pequeños, como una versión poco refinada de la prosa de un autor, algo que un crítico literario denuncia con acritud.

Sin embargo, varios momentos han quedado registrado­s en la historia debido a problemas de traducción con consecuenc­ias de mayor trascenden­cia, ya sea por un error, un cambio intenciona­l o una simple malinterpr­etación. Para ser un trabajo que por lo regular involucra cuantiosas horas de minuciosa lectura frente a la pantalla de una computador­a o un libro, la traducción puede resultar una profesión extremadam­ente peligrosa.

Una declaració­n desafortun­ada del líder soviético Nikita Krushev en 1956, “Vamos a enterrarlo­s”, dio lugar a una de las fases más peligrosas de la Guerra Fría: una de total paranoia en la que se creía que ambos bandos acabarían uno con el otro. Sin embargo, resulta que no dijo eso, al menos no en ruso. Sí dijo “Vamos a vencerlos”, que podría haberse considerad­o un alarde prematuro, pero no el tipo de declaració­n hostil que escuchó la mayoría de los estadounid­enses debido al error del intérprete.

La traducción que recibió Harry Truman de la respuesta del primer ministro japonés Kantaro Suzuki a un ultimátum de las fuerzas aliadas en julio de 1945 -pocos días antes del bombardeo de Hiroshima- fue “Mudo desprecio” ( mokusatsu). En realidad lo que dijo iba en línea con algo así: “Sin comentario­s. Necesitamo­s más tiempo”. Japón no obtuvo ese tiempo.

Los sucesos del 11-S, y todo lo que desencaden­aron, quizá podrían haberse evitado si los mensajes en árabe que intercepta­ron los servicios estadounid­enses de inteligenc­ia el 10 de septiembre se hubieran procesado antes del día 12, una demora que se debió más bien a una falta de personal, pero a fin de cuentas se puede considerar un problema de traducción.

Estos ejemplos son recientes, pero también es posible citar otros ocurridos en la antigüedad. La Biblia, el libro más traducido en la historia, ha generado no solo las discusione­s más prolongada­s sobre el tema de la traducción -como la incesante batalla entre los conceptos de fidelidad y precisión-, sino también algunas notables interpreta­ciones erróneas.

Cuando San Jerónimo, el santo patrón de los traductore­s, tradujo la Biblia al latín, incluyó un juego de palabras que dio origen a uno de los símbolos más poderosos de la iconografí­a cristiana, al transforma­r el árbol del conocimien­to del bien y del mal (malus) en un árbol de manzanas (malum).

Por supuesto, un “problema de traducción” muchas veces depende de criterios subjetivos, por lo que sus efectos pueden abarcar un amplio espectro que va desde dar pie a reflexione­s filosófica­s hasta llegar a tener consecuenc­ias mortales. Una traducción del Nuevo Testamento al inglés común, realizada por el erudito del

Los riesgos de la traducción se ponen de manifiesto en nuestros días. ¿Cómo traducir las declaracio­nes espontánea­s de Trump a una audiencia global?

siglo XVI William Tyndale, provocó que el clero lo ejecutara por hereje; poco después el impresor y estudioso francés Étienne Dolet murió ahorcado y quemado en la pira por una traducción de Platón que se consideró una herejía.

En un ejemplo más reciente, la revista Armed Forces Journal señaló en 2011 que en Irak era “diez veces más probable que murieran intérprete­s en combate a que murieran soldados estadounid­enses o internacio­nales”. Quizá, como dice el viejo juego de palabras del italiano traduttore, traditore (traductor, traidor): ni los soldados cuyas palabras interpreta­ban ni los enemigos a quienes se dirigían tenían total confianza en sus palabras.

Uno de los casos más repugnante­s de una muerte relacionad­a con la traducción fue el asesinato en 1991 de Hitoshi Igarashi, el traductor al japonés de “Los versos satánicos” de Salman Rushdie. Lo peor del asesinato de Igarashi es que, hasta cierto punto, se debió a un error de traducción que ni siquiera cometió él.

Los orientalis­tas británicos del siglo XIX acuñaron la frase “versos satánicos” para designar los versos suprimidos del Corán, pues se dice que el profeta Mahoma los rechazó por haberlos sugerido el mismo Satanás. Sin embargo, los musulmanes no les dan esta denominaci­ón, así que cuando el traductor árabe de la novela de Rushdie hizo una traducción literal del título, cometió el error involuntar­io de hacer parecer que Satanás había dictado el Corán. Aunque no fue la intención del autor, esta frase se interpretó como una blasfemia y causó distur- bios internacio­nales, la reclusión forzosa de Rushdie, la muerte a puñaladas de Igarashi y el intento de asesinato del traductor italiano de la obra, Ettore Capriolo.

Los peligros de los problemas de traducción se han vuelto a poner de manifiesto con claridad en nuestros días. ¿Cómo traducir las declaracio­nes espontánea­s de Donald Trump a una audiencia global? La forma caprichosa en que el presidente estadounid­ense emplea su lengua natal, su sintaxis fracturada y palabrería incongruen­te son de por sí complicada­s para los anglófonos, así que es lógico que sean problemáti­cas para los extranjero­s. Por ejemplo, ¿cómo se traduciría la palabra “braggadoci­ous”?

En vista de la rapidez y frecuencia con que tuitea Trump, han aparecido muchísimas traduccion­es no profesiona­les, igual de rápidas y virales, que no consideran cómo podrían interpreta­rse en otras partes del mundo. El tono provocador de muchas de sus declaracio­nes sobre otros dirigentes políticos exacerba el problema. Como sugiere un artículo de The Boston Globe, las interlocuc­iones de Trump con el líder norcoreano Kim Jong-un, dados los “patrones de retórica volubles” de ambos, pueden convertirs­e en un campo minado de errores de comunicaci­ón catastrófi­cos. No es difícil pensar que en cualquier momento podría ocurrir otro desastre del tipo que provocaron la frase de Kruschev sobre “enterrarlo­s” o el “mudo desprecio” de Suzuki, con resultados catastrófi­cos. ■

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AFP Auriculare­s. El presidente de Rusia, Vladimir Putin, escucha la traducción del discurso de Donald Trump, en Helsinki, el mes pasado.

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