Clarín

Cristina y Lula, un paralelo imposible

- Ricardo Roa

La política de Brasil se parece a la nuestra. Salimos los dos de populismos financiado­s con la lluvia de dólares de las materias primas que colapsaron por la mala gestión y por la corrupción. Lula y Cristina intentan volver al poder. Lula está preso y la tiene muy difícil por una condena que le impide ser candidato. A Cristina se le abre un imprevisib­le camino judicial y la seduce la idea de crearse una imagen lo más parecida a la de Lula. Pero en muchos puntos las historias de ambos no se tocan. Cristina es de clase media. Lula viene de una familia muy pobre que emigró en camión del nordeste a San Pablo, uno de los mayores conglomera­dos urbano-industrial­es del planeta.

Cristina estudió abogacía. Antes de ser obrero y sindicalis­ta metalúrgic­o, Lula fue lustrabota­s y vendedor de maní. Armó desde lo social una fuerza política, el Partido de los Trabajador­es, una bocanada de aire fresco y una renovación de dirigentes. Durante su gobierno no hubo persecucio­nes ni escraches por cadena nacional. Buscó siempre más el consenso y la negociació­n que el conflicto. Si alguien encuentra aquí algún punto de contacto o alguna coincidenc­ia con la personalid­ad de Cristina que avise.

Tampoco fue chavista al modo de los Kirchner. Y al modo en que lo quiere presentar Cristina. Más bien fue un presidente de izquierda que articuló con Estados

Cristina y Lula intentan volver al poder. Cristina fuerza parecerse a Lula. Pero poco o nada tienen en común.

Unidos una política para contener al chavismo. Mejor sería decir para contener a Chávez. Y si algo más marcó una raya entre los dos fue la relación con el campo.

Lula se encontró con un agro en plena expansión. No sólo continuó la línea trazada por Fernando Henrique Cardoso: la profundizó. Brasil se convirtió en principal exportador mundial de carnes, le pisa los talones a Estados Unidos en la producción de soja, consolidó su posición como número uno en café, jugo de naranja y azúcar de caña y ayudó a internacio­nalizar complejos frigorífic­os, en algún caso manchado por la corrupción.

Nunca vio una contradicc­ión entre consumo interno y exportacio­nes. Al contrario: exportar no privó a los brasileños de comprar alimentos baratos. Cristina también se encontró con el agro lanzado en una poderosa etapa de crecimient­o. Pero lo vio como un enemigo. Y en lugar de medidas de apoyo fue incrementa­ndo la succión de ingresos vía retencione­s e intentó ir más allá con la famosa 125, que llevó a un enfrentami­ento final. El campo se frenó. Se hundió la exportació­n de carnes y entró en crisis la lechería. Brasil nos sacó una enorme distancia en todos los rubros.

Acá la elección del 2019 es incierta. Allá la elección de octubre es totalmente incierta. Las encuestas dan a Lula como ganador pero está condenado por corrupción en dos instancias y la ley dice que no puede ser candidato. Es una ley que él mismo firmó: la de ficha limpia. Nadie sabe cómo puede terminar. Abundan los indignados y abunda el voto bronca contra la política. Hay otra incertidum­bre compartida: si la democracia consigue sacarse de encima la corrupción o se la saca a medias o no se la saca. ■

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