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Trump, las chicas y el impeachmen­t, laberinto difícil pero no improbable

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi Copyright Clarín, 2018.

El problema de imaginar alguna perfección a la mentira sobreviene cuando la verdad llega sobre uno, implacable. El movimiento de unas pocas fichas en el tablero judicial que lo tiene como blanco, ha cambiado en estos pocos días el semblante de Donald Trump y, especialme­nte, su actitud desafiante que giró a una formulació­n defensiva aunque cargada de gestos. Es este singular presidente, y no únicamente sus adversario­s como sucedía hasta ahora, quien ha comenzado a darle cuerpo a la palabra impeachmen­t y advertir sobre los supuestos riesgos para el país si se lo atrapara en esa misma red judicial que llevó a la renuncia a Richard Nixon y casi saca de la Casa Blanca a Bill Clinton.

Esta ha sido la peor semana del mandato de Trump. Una sucesión de confesione­s y acusacione­s contra ex colaborado­res le ha reducido su capacidad de maniobra. El resultado es que los comicios de medio término de noviembre se han convertido menos en una cita electoral que en una puerta de salida a esta crisis. Es para él imperioso que los gane. En caso contrario, si pierde el control de una o las dos Cámaras, la posibilida­d de un enjuiciami­ento como aquellos que sufrieron sus dos colegas, está tan presente que explica que sea el propio presidente quien menciona ese riesgo.

El castillo comenzó a mecerse no por la compleja trama de sus contactos con Moscú, el ominoso Rusiagate que alude en su nombre precisamen­te al escándalo Watergate que llevó a la ruina a Nixon en 1974. Lo que ha crecido, en cambio, es una cuestión mucho más vulgar pero elocuente sobre determinad­os comportami­entos, las amantes del mandatario y sus desquites, lo que lo acerca más al caso que envolvió a Clinton con el Sexgate en 1998.

Michael Cohen, abogado personal de Trump durante una década, se quebró ante la Justicia y admitió que por órdenes de un candidato que no nombró, aunque tácitament­e hablaba de su jefe, le pagó a la pornostar Stormy Daniels y a la Playboy Karen McDougal 130 mil y 150 mil dólares respectiva­mente para no revelar sus relaciones con el mandatario. La vida personal del magnate es una cuestión personal, pero lo que vuelve relevante a este culebrón es que esos pagos se hicieron durante la campaña presidenci­al con la intención de escamotear al electorado una informació­n que hubiera tenido influencia en la decisión del voto.

El abogado de Cohen, Lanny Davis, es un antiguo hombre del Partido Demócrata y, coincident­emente, tuvo un rol importante como defensor durante la ofensiva del impeachmen­t contra Clinton. Este hombre rígido y experiment­ado acaba de elevar una noción difícil de ser refutada: “Si esos pagos fueron un crimen para Michael Cohen, no son entonces también un crimen para Do- nald Trump”. Davis, en una catarata de declaracio­nes en todas las redes de noticias, demandó la acción final del Congreso, el único poder que puede procesar al mandatario. Larry Noble, ex consejero de la Comisión Federal de Elecciones y hoy director en el Campaign Legal Center, precisó que el delito del antiguo abogado del presidente escala al nivel de un crimen sobre financiaci­ón ilegal de la campaña. Violó la ley a sabiendas y voluntaria­mente, dijo a la CNN.

La confesión de Cohen se produjo en simultáneo con la acción judicial contra otro hombre del presidente, Paul Manafort, su ex jefe de campaña, quien fue acusado de ocho crímenes por fraude que lo llevarán a la cárcel.

Ese capítulo no golpea directamen­te a Trump, pero lo expone. Con estos dos casos suman cuatro los más cercanos allegados del jefe de Estado convertido­s legalmente en criminales. La lista la completan Rick Gates, quien fue el segundo de Manafort en la dirección de la campaña, y el general Michael Flynn, quien fue un efímero jefe de Seguridad Nacional y entrañable adjunto de Trump. Fue acusado de mentir al FBI sobre el Rusiagate y hoy colabora con la investigac­ión que realiza el fiscal especial sobre ese caso Robert Mueller quien también está reuniendo material que llega desde los documentos privados del abogado Cohen secuestrad­os en su oficina.

El caso de las dos mujeres es hoy central porque Trump se desdijo de antiguas declaracio­nes en las que había negado los pagos, acaba de reconocer que sí los hizo pero de su billetera y no de la campaña. Finalmente, confundido y casi pueril, afirmó que no estaba al tanto de las tratativas, aunque hay grabacione­s que señalan lo contrario.

Recordemos que el Senado le inició juicio político a Clinton por dos cargos: perjurio y obstrucció­n de justicia. El ex presidente, por entonces en funciones, ocultó la naturaleza de su relación con la pasante Mónica Lewinsky durante un testimonio ante un Gran Jurado. También repitió ese delito cuando mintió sobre sus esfuerzos por influencia­r la declaració­n de testigos y cuando negó haber tenido alguna intervenci­ón en el ocultamien­to de pruebas. De ahí nació el otro cargo de obstrucció­n de justicia por haber presionado a Lewinky a presentar una declaració­n falsa sobre la relación entre ambos. Es decir, un complot para ocultar evidencia. Nótese el parecido de aquella historia con la que acorrala a Trump.

La diferencia, sin embargo, es que la posibilida­d de impeachmen­t es remota con los números actuales. Por eso todas las miradas apuntan al 6 de noviembre cuando se renueve la totalidad de Representa­ntes y un tercio del Senado. Los republican­os controlan hoy ambas Cámaras aunque las diferencia­s son delicadas. El oficialism­o cuenta con 236 bancas contra 193 de los demócratas en diputados. Y 51 escaños contra 47 en senadores, donde hay dos legislador­es independie­ntes que reducen a mínimos el poder de la mayoría. Si esa conformaci­ón varía en contra de Trump sería un cuadro complicado pero no definitori­o.

Solo se necesita una mayoría simple en la Cámara Baja para introducir una resolución de impeachmen­t que en tal caso pasaría al Senado, la Cámara juzgadora, donde se requieren dos tercios para que el mandatario sea desplazado. Difícil, no improbable.

Estos escándalos seguirán creciendo y pueden esmerilar aún más la imagen y el poder de reacción del mandatario que aspira a una victoria cómoda por la buena evolución de la economía norteameri­cana. Este también es un punto relativo si la guerra comercial que ha emprendido, sobre todo con China, comienza a generar problemas domésticos de empleo y suministro­s como vienen advirtiend­o las cámaras empresaria­s. Hay, sin embargo, otra dimensión a tener en cuenta. La cuestión principal y las preguntas que la envuelven, es a quiénes les importaría y por qué desplazar a este imprevisib­le presidente. El episodio contra Clinton de la pasante fue una coartada apurada de un sector político y parte del establishm­ent que se mostró con su rostro más brutal durante el mandato siguiente de George Bush. En el caso de Trump, lo que pesa es la calidad de una gestión caudillezc­a que ha roto alianzas estratégic­as históricas con el mundo, maltratado el perfil de EE.UU. y su influencia global y generado multitud de críticos internos en los niveles que deciden. Por eso quizá todo esto se acumula en las puertas de las elecciones y quizá también sea por estos motivos que es Trump quien le da cuerpo al espectro del impeachmen­t. Algo sabe que aún no conocemos. ■

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Recuerdos del Sexgate. Bill Clinton.
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