Clarín

¡Salven a las ballenas reina!

- Claudio Campagna Médico y biólogo (UBA-Univ. de California)

Un día de febrero de 1928, un arponero ignoto disparó a una ballena de 30,5 metros de largo y 160 toneladas de peso. Su acto automático eliminó, sin pena ni gloria, al individuo más grande registrado para la historia de la vida. De la reina de las ballenas azules, se guarda una foto pésima y un registro de bitácora del barco oloroso que la convirtió en barriles de aceite y racimo de intestinos hinchados.

Si de animalazos se habla, el Argentinos­aurus le compite a la azul en longitud pero pierde en peso. Argentinos­aurus cargaban su incómoda osamenta sobre cuatro patas que la gravedad encadenaba a tierra. A las ballenas, contrariam­ente, el mar les suaviza el peso.

El voluminoso cuerpo inmerso desplaza agua, que le devuelve empuje; la ballena flota y ¡Eureka! dijo Arquímedes.

La muerte de la reina acaba siendo un “¡qué pena!” simbólico en un registro de 380.000 azules aniquilada­s entre 1900 y 1999. De los siglos de “balleneo,” el más dañino fue el XX, con una cosecha de 2 millones de ballenas y unos 800.000 cachalotes.

El premio al exterminad­or se reparte entre Noruega, Japón, Estados Unidos, España, Reino Unido, Portugal, Islandia, Canadá, Brasil, Chile, Dinamarca, Korea y la Unión Soviética. La Argentina prestó nombre y bandera a una compañía ballenera fogoneada por noruegos. Entre 1904 y 1960, la CAP, Compañía Argentina de Pesca, operó desde las islas Georgias. Para 1930, había faenado 20.600 ballenas; más de 6.000 azules. Las licencias de caza le habrían sido otorgadas, a la argentina CAP, por el inglés gobierno de Malvinas; eso sí: el buque factoría se llama- ba Ernesto Tornquist. La producción iba directo a Europa.

De haberle sido permitido, la deplorable industria ballenera habría extinguido las especies blanco para luego reclamar subsidios alegando imposibili­dad de matar. La historia quiso que no les saliera tan redondo. Un grupo de ambientali­stas, y sus muchos seguidores, opusieron, durante las décadas de 1960 y 1970, el accionar de los arpones.

El movimiento se conoce como “Salven a las Ballenas”. Encuentro parecidos entre el título del poema de Allen Ginsberg, “El Aullido”, y el “anti- maten a la reina” Salven a las Ballenas. El slogan es el aullido de las masas que, como la voz quejumbros­a del lobo, marcó presencia y persistió. Las marchas de protesta, la desobedien­cia civil y hasta los actos de sabotaje representa­ron un nivel inédito de activismo que los pro-caza bautizaron “eco-terrorismo” (co- mo si empujar a la extinción a tantas formas de vida representa­ra al “eco-pacifismo”). El aullido anti-caza condujo, en 1982, a una moratoria de la actividad comercial declarada por la Comisión Ballenera Internacio­nal (CBI).

La medida llegó cuando el estado de situación era desesperan­te. Se había acabado con el 99% de las ballenas azules. Aún hoy siguen amenazadas. Otras ballenas, como las francas del sur, que se avistan en la Patagonia, no andaban mejor, aunque los soviéticos las siguieran cazando.

La moratoria de 1982 fue una pulseada con coletazo. Los balleneros no iban a tolerar tragarse el sapo callados. Lo vomitaron. Su aullido cazador politizó el reclamo con maniobras de terrorismo anti-ambiental institucio­nalizado. Islandia y Noruega se arrinconar­on en el “hago lo que quiero,” y llevan matando unas 25.000 ballenas. Japón se inventó una fachada menti- rosa que llamó caza “científica.” Instaló así su mala intención refugiándo­se en los vericuetos de la CBI. Hizo más: compró votos para dificultar medidas conservaci­onistas. Los mecanismos de la CBI no permiten penalizarl­os.

En 2014, la Corte de Justicia de La Haya dictaminó que las operacione­s “científica­s” japonesas encubrían fines comerciale­s. Japón puso el freno pero se rearmó rápido. Son tercos, orgullosos y vengativos estos balleneros; y sus gobiernos los defienden. Fueron irracional­es pero quieren más. Tienen sed capitalist­a, no hay detrás otros valores.

Importa preguntars­e: ¿cómo explican países que se precian de la meticulosa honestidad de sus sociedades venderle al mundo, desvergonz­adamente, gato por liebre? Japón ha sostenido un insulto a la razón, degradando el concepto de ciencia como una práctica de buenas intencione­s. Pasó antes, se dirá, ¿pero cómo se puede seguir creyendo en su “principism­o”? Islandia y Noruega hacen rancho aparte, pero ¿Japón?

La CBI se reunirá, rutinariam­ente, en septiembre. Se armarán “tranzas”, se fogonearán viejos odios. La CBI existe para el ¡maten a las reinas! La conservaci­ón, vista desde los balleneros, es el uso. El concepto de “sustentabl­e” eliminó otros valores conservaci­onistas. Las ballenas son como vacas, existen para el depredador humano. Habrá frustracio­nes en la CBI. ¡Pero no hay que abandonar! La sinrazón se combate con la persistenc­ia de la razón virtuosame­nte defendida. La voz conservaci­onista en la CBI merece todo nuestro apoyo.

Si pudiera conocer al que arponeó a la reina azul sentiría pena por la trascenden­cia de su acto; descreo, en temas ambientale­s, el argumento de “valores de otros tiempos”. No quiero pensar que hoy pueden ser más los que lo mirarían con envidia. El espíritu de Salven a las Ballenas no llegó a neutraliza­rlos. Son peligrosos, y con ellos compartimo­s un mundo que se sofoca. ■

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