Clarín

Maltrato infantil: cicatrices imborrable­s

- Lucrecia Teixido

Politóloga, profesora de políticas sociales (UBA)

Para destruir a un niño, no hace falta arrojarlo contra la pared”. “La mamadera queda puesta en la cama, el niño la bebe solito, no se lo mira, no se le habla, y el niño no existe”. Cuando esto sucede “algo en él se va a romper para siempre”, dijo un hombre abusado en su infancia, según narra Ivan Jablonka en uno de sus libros.

El abuso intrafamil­iar, en la mayoría de los casos, expresa dos fenómenos: la vulnerabil­idad de los niños y la violencia de género. ¿Quedan en el olvido los abandonos, los abusos? ¿Son cicatrices que producen impotencia para enfrentar los futuros avatares de la vida? ¿Es mensurable el desmoronam­iento interior de ese niño, niña, adolescent­e, o mujer adulta maltratada y abusada?

La vulnerabil­idad de un ser se instala en su cabeza, y también en su cuerpo, muy tempraname­nte. Para que el abuso intrafamil­iar sea posible, esa persona debe haber sido abollada con diferentes golpes, conmocione­s y trastornos incomprens­ibles para su frágil sensibilid­ad. Porque el maltrato, la violencia, las fracturas físicas y psíquicas no pueden verbalizar­se en el niño. Si quienes deben protegerlo, padres, madres, tíos, abuelos, primos o hermanos hacen con su cuerpo y su cabeza cosas que por su maduración y desarrollo no alcanza a entender, el sinsentido de los adultos se proyecta ominosamen­te en su futuro.

La mayoría de los abusos sexuales se producen en el espacio familiar donde, además, la reincidenc­ia es un lugar común. Esa violencia es transversa­l a las clases sociales pero son los sectores más pobres los que menos recursos subjetivos y objetivos tienen para hacer frente a esas situacione­s.

Porque esto es así, cobran relevancia los argumentos dados por un senador para justificar su voto en contra de la ley de interrupci­ón voluntaria del embarazo. Para explicar que la violación no necesariam­ente es resultado de la “violencia clásica”, puso como ejemplo el abuso intrafamil­iar, porque allí –según su saber y entender- no hay violencia sino un estado de “inferiorid­ad absoluta” frente al abusador, donde no hay “consentimi­ento” sino “subordinac­ión” o “sujeción”. Estas ideas acerca de la familia, sobre el uso y abuso de las relaciones de poder en el entramado familiar, están más extendidas de lo que imaginamos. El debate es un buen camino para ir desterrand­o estas concepcion­es.

En el diccionari­o español de sinónimos y antónimos de Federico Carlos Saínz de Robles, el término “violación” tiene los siguientes sinónimos: “Violencia, fuerza, estupro, deshonesti- dad, profanació­n, delito, lujuria, infracción, quebrantam­iento, conculcaci­ón”. El antónimo es: respeto, cumplimien­to.

La naturaleza humana es compleja y los seres humanos cambian. Todo cambia. Las movilizaci­ones, los debates, las argumentac­iones y contra argumentac­iones que se pusieron en juego en estos meses en amplios sectores sociales, organizaci­ones y partidos políticos han instalado en la sociedad, en las familias, en las escuelas, en las relaciones interperso­nales, la inagotable y central cuestión de los derechos de las mujeres. Difícil que retrocedam­os.

Hemos aprendido mucho en este proceso, aunque una mayoría circunstan­cial logró un triunfo efímero. Hoy, cada vez más mujeres, hombres, jóvenes y púberes defienden la igualdad de género, aprenden a tener alertas tempranas sobre el maltrato, el abuso, la violencia, y aprenden a respetarse. Porque también es un aprendizaj­e no tolerar violencia ni ejercerla sobre el otro. Y transitand­o este camino se enriquecen como seres humanos. Es en las cabezas, antes que en las leyes, donde se va instalando el derecho a tener derechos.

El desafío se planteará en 2019. Porque los candidatos deberán hacer explícita su posición ante estos temas. Y elegiremos en consecuenc­ia. ■

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