Clarín

“Fabricar un celular deja ver el complejo sistema económico mundial”

De una mina en el Congo, pasando por una fábrica en China, un producto tecnológic­o involucra un entramado político, señala Van Abel.

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“El hecho de que seamos capaces de transforma­r minerales y rocas en uno de los productos tecnológic­os más complejos que existen es realmente extraordin­ario. Al mismo tiempo, es algo que aparece tan abstracto y lejano que nadie sabe de dónde sale ni cómo se hace. Pensé que si podíamos mostrar el camino que recorre un celular, desde una mina en la República Democrátic­a del Congo, pasando por una fábrica en China hasta las manos del consumidor, tal vez podríamos ilustrar la complejida­d del sistema económico mundial. Ese fue mi punto de partida, quería ver cómo funcionaba el mundo”, explica Bas Van Abel.

-¿De qué manera se puede analizar nuestra responsabi­lidad como consumidor­es? -Desde un punto de vista tal vez más filosófico, nuestra tarea es enfrentarn­os a una paradoja fundamenta­l de la vida, que es que por el solo hecho de estar en este planeta, estamos destruyénd­olo. Es la tragedia de la especie humana. El mundo es intrínseca­mente injusto: algunos nacen con una pierna, otros sin una parte del cerebro. No hay nada que podemos hacer respecto a eso. Pero son los sistemas que ponemos en movimiento donde sí podemos tener alguna influencia. Es importante que todos conozcamos cuál es nuestro lugar dentro de ese sistema, y ahí es donde la conciencia del consumidor entra en juego. Parte de la razón de todo esto es la complejida­d de los productos a los que actualment­e tenemos acceso. La gran mayoría de todo lo que nos rodea no tenemos idea de cómo llegó hasta donde está. Todo lo que sabemos es que fue “hecho” en algún lado. El camino que emprender, y ya se ve en el campo de la comida, es volver a generar un vínculo entre las personas y las cosas que los rodean.

-¿Qué pasos puntuales se pueden dar?

-Lo crucial, desde el punto de vista del consumidor, es consumir menos. Y eso es muy fácil de hacer. Si en vez de cambiar el celular cada dos años, se lo hace cada 4, podemos bajar a la mitad la cantidad de teléfonos que se hacen en el mundo. Y también se reducen los desechos electrónic­os. Como empresa tecnológic­a, nuestra posición es que hay que aceptar que ciertas cosas que son muy difíciles de cambiar, lo cual no quiere decir que hay que dejar de desafiarla­s y tratar de modificarl­as, pero que hay otras que sí se pueden cambiar. Otro ejemplo es el de la batería del celular. Es un hecho real que sólo dura algunos años antes de empezar a fallar, y hay que cambiarla. La mayoría solo tira el teléfono y se compra otro, en parte porque es lo que la empresa le ofrece. Eso es ridículo.

-¿Qué aprendió sobre el funcionami­ento del planeta en este tiempo?

-Una de las lecciones más difíciles que tuve que aprender fue que, si uno quiere hacer algo para cambiar el mundo, tiene que estar dispuesto a hacer ciertas cosas que, como persona, no se sentiría cómoda haciendo. Convivir con esa dicotomía me costó mucho, al punto que impactó en mi salud, y hace tres años colapsé. No dormía, solo me fijaba en la cotización del dólar. El dinero se había convertido en lo único que importaba. Como empresa, uno tiene que estar dispuesto a mostrarle a su cliente los dilemas con los que lidia. Ser honesto y aceptar la crítica como un punto de partida para un debate. Nosotros tenemos trabajo infantil en nuestra cadena de producción, porque estamos en el Congo. Queremos eliminarlo, y trabajamos para hacerlo, pero va a llevar tiempo. ■

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Mano de obra. Una mina del Congo, de donde se extrae materia prima para celulares.

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