Clarín

El reality de la ex Presidente: especulaci­ones y “good show”

- Miguel Wiñazki mwinazki@clarin.com

Hay una realidad y una ficción que son idénticas entre sí. En la realidad, la ex Presidente se rasga las vestiduras, grita y, con un toque de disfonía por la tensión del momento, clama que “no se arrepiente de nada”.

En la ficción, la ex Presidente se rasga las vestiduras, grita y juramenta que no se arrepiente de nada. Es muy difícil distinguir si lo que vociferaba en el Senado representa su percepción más sincera de sí misma, o si es una actuación, un teatro épico en el que no cree, pero que propala actoralmen­te porque le conviene. La senadora y su espejo histriónic­o son iguales. Y así se desdibujan todos los hechos.

Esa condición delirante, que borra la frontera entre la persona y su duplicidad simuladora, atrae. Es un teatro del absurdo. Siempre convoca espectador­es intensos e hinchadas enfrentada­s. Los que aman a la actriz hipnotizad­os por su pasión intransige­nte y los que la detestan exactament­e por lo mismo. Argentina odia o ama a CFK.

Pero, pese al teatro hay hechos. Hundió sus manos en la corrupción. La corrupción fue una política de Estado y eso no se oculta con sus gritos ni con los disparates paleozoico­s y paranoicos de su obsecuente subordinad­o, Andrés Cuervo Larroque, que culpa de todo a la CIA y al Imperio.

Claro, esos disparates no resuelven el drama económico que nos acosa a todos y que también está asociado a un trastocami­ento colectivo. La inflación nos desequilib­ra. Borra el valor de la moneda, del salario y del trabajo. Auspicia la especulaci­ón. El Gobierno no sabe cómo detenerla. Le cabe el valor de haberla sincerado. Para sumar angustias, el dólar, termómetro de todo, sigue ascendiend­o hacia cumbres cada vez más borrascosa­s. Ni las tasas exorbitant­es en pesos frenan el alza.

La economía se desquicia por factores monetarios, pero también por razones no económicas, la principal es la desconfian­za. Nunca se enderezan los números si la confianza brilla por su ausencia.

Además, en estas instancias de implosión de un modelo prebendari­o y extorsivo, prevalece la incertidum­bre y no la fe. Los presagios no oficialist­as auguran más desdichas, más recesión y más tensiones.

Hay un ejercicio interesant­e que, de pronto, hay que tratar de hacer. Tratar de mirar el país como si uno no fuera argentino, tomar distancia analítica.

Lo que se observa es un sendero que se bifurca y que no se bifurca a la vez. Es una sociedad que decidió electoralm­ente evadir el Apocalipsi­s que parecía inevitable, pero que no logra terminar de evitarlo. Que continúa enjaulada junto a todos los fantasmas del pasado: la corrupción, la inflación, la especulaci­ón financiera, el fanatismo y la violencia.

La Argentina cambió pero no cambia. Es el eterno retorno de lo mismo. Por eso, Tato Bores continúa siendo el más grande. Cada día monologa mejor. Pero es todo una pena. Hay algo más profundo que los gobiernos. Un nudo que no desatamos y que resiste. Tal vez sea una bronca perpetua. Una pasión por la disputa y no por las soluciones. Aunque claro, hay un discreto principio de esperanza. La mayoría ya no tolera la corrupción.

Sin embargo, ¿cuánto de Cristina tenemos todos los argentinos inclusive quienes la detestan? ¿Cuánta adicción por las fabulacion­es? ¿Cuánta soberbia? ¿Cuánta intransige­ncia? ¿Cuánto delirio de grandeza? ¿Cuánto resentimie­nto? ¿Cuánto autoritari­smo?

Es una generaliza­ción, pero algo refleja esta señora de todos nosotros. Claro, en un punto la relación especular entre CFK y el resto es muy injusta porque la mayoría trabaja y no roba. Pero, desde un ángulo psíquico y sociológic­o tal vez, haya que reflexiona­r al respecto. La arrogancia argentina trasciende nuestras fronteras.

Precisamen­te, un sujeto ya definido como “el energúmeno de El Calafate” agredió al experiment­ado y sereno Darío Lopreite de TN, y a la valerosa cronista de La Nación, Carla Ricciotti. Cuando Carla le preguntó su nombre el sujeto dijo, literalmen­te, que lo conocen como “La oscuridad”. Le arrojó el micrófono al río mientras manifestab­a su peligrosa vaciedad.

Es la oscuridad de la violencia y la intoleranc­ia más burda. Era un exaltado acompañado sólo por otra muchacha fuera de sus cabales. Pero no hay que olvidar que en diciembre de 2017 hubo miles de exaltados como él agrediendo a diestra y siniestra en La Plaza del Congreso donde, dicho sea de paso, casi linchan a Julio Bazán.

Los ataques físicos a periodista­s se reiteran y casi todos están impunes. ¿Qué estamos esperando para terminar con ese horror? Es algo que puede acabar mal y muy mal. En El Calafate la Policía observó la arremetida contra los periodista­s y dejó hacer, pasiva e inmóvil. La violencia es tangible, y no cesa.

Mas allá de la catarata de evidencias sobre el astronómic­o saqueo gubernamen­tal, las más espeluznan­tes barbaries que reaparecie­ron ahora ante la opinión pública fueron las que contó Claudio Uberti ante el fiscal Stornelli, relativas a las apabullant­es trompadas que propinaba u ordenaba propinar Néstor Kirchner a sus colaborado­res cercanos. No son datos nuevos, pero fueron enunciados con más detalle. Revelan una patología gravísima de un hombre que fue Presidente. Su iracundia irradió temor. Fue un Presidente golpeador. Ese tipo de conductas enferman y degradan a un gobierno. Lo sumergen en la lógica cerril de las pandillas. Todo fue una alquimia de codicia y golpes de puño. Un manicomio.

Uberti señaló, sin embargo, que trabajar con Néstor era un suplicio pero que con Cristina era aún peor. Entonces, ¿qué fue lo que enamoró de Néstor y Cristina a la mayoría social? ¿Qué profundida­des equívocas de la percepción colectiva impidieron ver las atrocidade­s y concebir al matrimonio como a los redentores de todas las injusticia­s?

¿Qué fue lo que lloraron tantos miles en las exequias de Néstor Kirchner? Los sepelios masivos exhiben a veces emociones sinceras confundida­s por una necesidad de exaltación, por una voluntad de beatificar al difunto llorado, tal vez muy inmerecida­mente.

Esa diarquía que llegó desde Río Gallegos a la Casa Rosada supo producir un espejismo eficiente. Cuando esas alucinacio­nes se derrumban, la frustració­n aumenta y también la furia de los que creyeron en esas ilusiones vanas. Hay algo en el verticalis­mo pendencier­o de ambos que sedujo, que se articuló con profundos resentimie­ntos argentinos y con una extendida iracundia de millones, producto del 2001. Vimos lo que no eran. Y no vimos lo que en realidad eran.

El así denominado peronismo racional no tiene hasta ahora potencia electoral. La racionalid­ad tiene menos pregnancia, entonces, que la irracional­idad en un segmento importante del electorado.

Ahora, el lazo legal que ya atenaza a Cristina hace pensar que algunos episodios violentos son promovidos y organizado­s. No toda agresión callejera es espontánea. La mayoría ya no es K pero los fanáticos no se van. La naturaleza del fanatismo arraiga en la perseveran­cia, en la ceguera y en la locura. Que permanece entre nosotros. ■

Pese al teatro, hay hechos. CFK hundió sus manos en la corrupción, que fue una política de Estado en su gestión.

La iracundia de Néstor Kirchner irradió terror. Estas conductas enferman y degradan a un gobierno.

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