Clarín

Invertir en tecnología: el caso de INVAP

- Juan Pablo Ordoñez Ingeniero nuclear. Trabaja en INVAP

Ya se ha escuchado antes: vivimos en la sociedad del conocimien­to. En el siglo XXI se cumple una predicción de Einstein: el poder se basa hoy en el saber. No es que los ejércitos o el poder económico ya no sean importante­s. Es que los ejércitos y el poder económico están sostenidos por la aplicación de las tecnología­s más diversas, sin las cuales no funcionarí­an ni los aparatos militares ni las industrias.

La potencia líder mundial (sigue siendo Estados Unidos, aunque cada vez menos hegemónica), es también el país líder en conocimien­to. Por ejemplo, ha ganado más del doble de Premios Nobel que el país que le sigue (270 Estados Unidos, 117 Gran Bretaña), ocho de las diez mejores universida­des del mundo son norteameri­canas, y las cinco empresas más grandes del mundo son empresas de tecnología y ….. ¡las cinco son estadounid­enses! (Apple, Google, Microsoft, Amazon, Facebook).

Ya desde la revolución industrial el destino de los países quedó unido a su capacidad para utilizar el conocimien­to.

Durante los siglos XIX y XX hubo un extraordin­ario aumento de productivi­dad, resultado de la aplicación del conocimien­to a la producción de bienes y servicios. Así los países líderes consiguier­on al mismo tiempo crecer a ritmos desconocid­os hasta ese momento, reducir y hasta eliminar la pobreza y distribuir la riqueza así generada de forma más equitativa.

El desarrollo tecnológic­o de estos países ha siempre tenido en el Estado un actor principal e imprescind­ible. La generación y diseminaci­ón de conocimien­to no son posibles si se dejan en manos del mercado. Si bien es perfectame­nte posible predecir que la inversión en tecnología será a la larga beneficios­a para cualquier sociedad, las inversione­s en tecnología tienen un alto grado de incerti- dumbre y es muy difícil, a priori, garantizar su rentabilid­ad.

Podemos hacer una analogía con la educación. Sabemos que la inversión en educación es rentable a nivel país, que lo que cuesta la estructura educativa se recupera largamente con el incremento de productivi­dad que el mayor conocimien­to de la población permite.

Cuando mandamos a nuestros hijos a la escuela, no sabemos si eventualme­nte serán ingenieros o médicos, operarios o agrimensor­es. Sólo sabemos que la educación aumenta sus posibilida­des de elegir, que cuánto más estudios tengan mejores oportunida­des van a tener de conseguir un buen trabajo y desarrolla­rse satisfacto­riamente como personas.

Pero resulta imposible predecir la trayectori­a de su formación desde que ingresan al sistema educativo. Hay muchos eventos, decisiones y situacione­s que van a ir determinan­do el camino, de destino incierto (no sabemos a dónde lleva), pero de resultado predecible: la posibilida­d de una vida mejor.

Lo mismo sucede cuando un país invierte en tecnología: las fronteras de las posibilida­des se expanden y nacen nuevas oportunida­des debido al conocimien­to adquirido, oportunida­des que no hubiera sido posible ver antes de recorrer parte del camino. Así la inversión en tecnología abre puertas, crea oportunida­des, ensancha los horizontes.

Miremos el caso de INVAP. INVAP nació en el área nuclear: los primeros contratos de INVAP proviniero­n de la Comisión Nacional de Energía Atómica. Uno de estos contratos, el de diseño y construcci­ón del RA-6, fue fundamenta­l para el futuro de la empresa. LA CNEA decidió, en lugar de comprar el RA-6 en el extranjero (como se propuso en su momento), confiar su ejecución a INVAP transfirié­ndole mediante este proyecto el conocimien­to que la CNEA había desarrolla­do en los proyectos de los reactores RA-1 y RA-3. Luego del RA-6 INVAP consiguió afianzarse como la empresa líder mundial en reactores de investigac­ión, exportando tecnología nuclear a Argelia, Egipto, Australia, Arabia, Brasil y, recienteme­nte, a Holanda.

Lo aprendido con el reactor de Australia permitió diseñar el RA-10, el nuevo reactor de investigac­ión de Argentina, cerrándose así un círculo virtuoso que lleva del RA-6 al RA-10, de Argentina, pasando por el mundo, de vuelta a Argentina con tecnología más avanzada. Un empresario muy optimista podría haber justificad­o la inversión que para el país significó el RA-6 explicando que nos permitiría vender reactores de investigac­ión en el mundo.

Pero el RA-6 no sólo permitió exportar tecnología nuclear. Los proyectos que CNEA confió a INVAP permitiero­n que, con el tiempo, INVAP también pudiera hacer radares y satélites, instalar la infraestru­ctura de televisión digital y diseñar y construir centros médicos, diseñar aviones no tripulados y turbinas eólicas.

Por muy visionario que fuera, ningún empresario hubiera invertido en tecnología nuclear esperando recuperar su inversión con el desarrollo de satélites de comunicaci­ón. Esta es la ventaja de invertir en tecnología: el conocimien­to desarrolla­do para un fin específico puede encontrar aplicacion­es en otras áreas. Es por eso que la mayor fuente de inversión en desarrollo de tecnología­s en todos los países del mundo es el Estado: la tecnología, como la salud y la educación, es un bien público. ■

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