Clarín

¿Y si cambia Cambiemos?

- Jorge Lanata

Si esta semana que comienza el Gobierno no cambia, en pocas semanas no va a haber gobierno para cambiar. La frase, quizás demasiado admonitori­a, no intenta ser una advertenci­a sino una descripció­n: gobernar es dirigir o inducir variables y cambios, y hace un tiempo que el Gobierno esta lejos de manejar los hechos que se producen. Siempre existe el azar, pero cuando el azar es lo único que existe, el problema es grave. Hoy el Gobierno está rodeado de situacione­s que no maneja. A tal punto que hasta las buenas no

ticias se transforma­ron en malas: por primera vez en la historia el Poder Judicial actuó con rapidez e independen­cia, y la denuncia de los cuadernos –un hito en la historia argentina- se transformó en un remolino que nadie sabe donde puede terminar: un remolino que también puede ser un boomerang si se investiga la Patria Contratist­a desde su nacimiento en épocas de Menem.

En cualquier caso la verdad libera, o sana, pero mientras tanto los bancos paralizaro­n todo crédito destinado a la obra pública, sobreactua­ndo una moral que solo muestran cuando se los sorprende in fraganti. El discurso de poco más de un minuto del Presidente que desencaden­ó la ultima corrida cambiaria fue la síntesis de la falta de brújula oficial, y hasta ahora no se conoce quienes fueron los responsabl­es de tal desacierto. Ningún presidente toca un timbre y sale por cadena nacional: alguien previó, convocó y ordenó el mensaje. ¿Una persona en su sano juicio puede creer que un mensaje de poco más de un minuto

puede ser efectivo? ¿Fue un experiment­o de vanguardia? La reacción del gabinete no fue muy solidaria; todos le echaron la culpa a

Macri, y Macri calló. En cualquier caso el silencio posterior al discurso fallido alimentó el vendaval: recién a la noche Dujovne murmuró unas declaracio­nes y a la mañana siguiente Marcos Peña dijo que vivimos en Disnyeland­ia.

Desde Estados Unidos llegaba que la idea era dar un mensaje privado a los bonistas, pe-

ro se entendió mal y el Gobierno lo hizo público y adelantó, a la vez, un acuerdo con el Fondo que se solicitó pero no estaba cerrado. Nadie estaba diciendo la verdad: el primer acuerdo con el Fondo no puede cumplirse y se necesita un segundo. La plata no alcanza y ellos

son, hoy, los únicos que nos prestan. El problema, desde nuestro lado, sigue siendo el mismo: qué ajustar y cómo, y con qué consenso.

Cerca de la aprobación del Presupuest­o, el Gobierno vio en la discusión con los gobernador­es la posibilida­d de ajustar unos puntos pero manteniend­o para sí los ATN, esto es los aportes discrecion­ales del Tesoro: antes de las elecciones que mejor dar a quien uno tiene ganas. La visión extrema de esta posición es, directamen­te, que el acuerdo fracase y se repita el Presupuest­o del año pasado. Más discrecion­alidad, pero peor visto hacia el afuera.

El problema no es el ajuste en sí sino las proporcion­es que le tocarán a cada uno; así visto, muchos de los recortes del Gobierno no son proporcion­ales. Hay todavía mucho dinero que sacar de donde lo hay. Muchas de la promesas de reducir subsidios ridículos y jubilacion­es especiales quedaron en meras de

nuncias de prensa y nunca se implementa

ron.

Es lógico que frente al ajuste cada uno defienda lo suyo, pero eso, a la vez, lo vuelve imposible. Por eso llevamos más de un año diciendo en estas páginas que la obligación del liderazgo político es consensuar los “aportes” de todos. Y son los que más tienen los obligados a realizar mayores aportes en una situación urgente. Nadie está discutiend­o acá donde salir de vacaciones, sino como vivir todos los días. Mientras el aluvión sucede, algunos se frotan las manos: en un tiempo los activos argentinos ya estarán mas baratos que nunca y podrán hacer grandes negocios. Se equivocan quienes piensan que este es un problema que Macri, solo, debe afrontar.

El discurso de un minuto del Presidente fue la síntesis de la falta de brújula oficial.

El problema no es el ajuste en sí, sino las proporcion­es que le tocarán a cada uno.

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Sin confianza. El dólar se disparó en la semana y el Gobierno apareció desconcert­ado. Las declaracio­nes de Dujovne no llevaron calma.
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