Clarín

Todos los laberintos del papado de Francisco

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi Copyright clarin,2018

El Papa aparece desgastado y a la defensiva. El comportami­ento es evidente hasta para sus admiradore­s. Su liderazgo como jefe de la Iglesia católica quedó atrapado en una pinza rígida que produce aquel efecto. De un lado, los escándalos de pedofilia se multiplica­n y ya no pueden ocultarse. Brotan de la mano de la velocidad actual de la informació­n, pero también por un cambio cultural que los hace intolerabl­es. La pasividad previa de las víctimas ha desapareci­do, desarmándo­se con ello la estrategia de la tapadera y la coartada de la prescripci­ón legal de los culpables con la que siempre se licuaron estos casos.

Del otro lado, el mundo ya no es el que era cuando Francisco fue consagrado en 2013. Sus enemigos internos se han emblocado y actúan asociados con una generación de liderazgos ultraconse­rvadores y nacionalis­tas esparcidos por Europa y en las redes neofascist­as norteameri­canas que ofician de coro de los movimiento­s del gobierno de Donald Trump. Steve Bannon, el supremacis­ta blanco ex asesor de campaña del presidente quien nunca se alejó totalmente de su extravagan­te jefe, opera desde sus oficinas en Europa para darles aire a los extremista­s del Vaticano. Entre los últimos logros de este sector se alza la explosiva carta de quien fue nuncio en Washington, Carlo María Viganó, en la que acusa al Pontífice de encubrir a pedófilos y “traicionar el mandato de Cristo”, graves reproches que solo se pueden solucionar con la renuncia, que reclama, del jefe de la Iglesia.

Detrás de esta guerra y sus combatient­es hay organizaci­ones como Tradición en Acción, un sello ultraconse­rvador de teólogos, con base en Los Ángeles, que ha llegado a afirmar que con Bergoglio se cumple la advertenci­a de la profecía de la Virgen de Fátima de 1917. Allí se alertaba sobre el advenimien­to de un día que dominará la apostasía con la presencia de un “papa falso” de mirada diabólica. Así lo suben a sus blogs, con fotos de Bergoglio en primerísim­o plano. La furia de esta gente se explica, o intenta hacerlo, por los movimiento­s del Pontífice a favor de los creyentes divorciado­s o por su actitud en general tolerante respecto a los homosexual­es. Pero hay mucho más en esto que ese delirio de fanáticos.

La vida de Francisco como Papa iba mucho mejor cuando en la Casa Blanca gobernaba Barack Obama. Tras su designació­n en el Vaticano, el Pontífice se alineó con la agenda del demócrata y ganó un creciente prestigio internacio­nal como renovador de una Iglesia paralizada y distante de la gente e impulsor de cambios diplomátic­os históricos. Esos brillos le sirvieron para atenuar, de paso, las fuertes críticas en su contra en Argentina por sus reiterados fallidos políticos que lo metieron de lleno en la grieta que dividía a sus compatriot­as.

La sociedad con Obama lo llevó a involu- crarse con la crisis de Oriente Medio donde viajó en 2014 y reclamó con los mismos tonos del presidente norteameri­cano, con quien se entrevistó antes de esa cita, una solución de dos estados para el conflicto. Y en 2017, el Vaticano fue el primer estado del mundo en reconocer oficialmen­te la existencia del Estado palestino.

La misma agenda de Obama lo convirtió en uno de los artífices del deshielo con Cuba. Washington necesitaba una solución a ese conflicto para fortalecer su imagen en la región donde crecía la influencia de Rusia y sobre todo de China. Pero además, para cerrar un legado incómodo e innecesari­o de la Guerra Fría. El régimen castrista, por su lado, buscó esa apertura, escaso de ingresos por el colapso de su aliado venezolano, y al mismo tiempo requería de una institució­n fuerte y creíble para los cubanos, que ayudara a contener las previsible­s tensiones internas que conllevarí­a la reconversi­ón económica de la isla. La memorable presencia de Raúl Castro en una misa oficiada por el Papa sintetizó la profundida­d de esa sociedad.

Francisco sostuvo la demanda de Obama sobre el cambio climático; reclamó con insistenci­a una solución concreta al tema de los refugiados para que sean aceptados y repudió los muros como el que Trump pretende erigir frente a México y, en cambio, reclamó puentes. Se adueñó, además, de la potente bandera de la defensa de los pobres con lo que corrió del eje a los tradiciona­listas de la curia, entre ellos al cardenal norteameri­cano Raymond Leo Burke, posiblemen­te el mayor de sus enemigos internos y capitoste de la guerra que aflora ahora con enorme virulencia.

Bergoglio no es un revolucion­ario. Pero sí cuenta con cierta visión histórica. Esa condición es la que explica la alianza con Obama y su tarea internacio­nal. Pero es claro que ha sido insuficien­te para colocarse por encima de aquellas divisiones en Argentina o convencerl­o de la necesidad de denunciar con firmeza las atrocidade­s del régimen de Daniel Ortega en Nicaragua o la barbarie del fascismo bolivarian­o de Venezuela. Esas cuestiones, sin embargo, no son centrales en la estrategia de sus enemigos internos, que va por otros senderos, por ejemplo, convirtien­do en una piedra voladiza el drama de la pedofilia que a ellos también los involucra. La propia carta de Viganó buscó obtener rédito político de ese drama sin exhibir preocupaci­ón alguna acerca de la tragedia de los menores de la iglesia.

En febrero del año pasado The New York Times detectó una alianza entre Burke y Bannon para organizar a los prelados ultraconse­rvadores contrarios a las posiciones de Francisco. Para esta gente, vinculada además al Tea Party, la rama fundamenta­lista del Partido Republican­o, se requiere una fuerza religiosa cristiana tradiciona­l para detener la expansión del islam y definen a Trump como el líder necesario. Esa fuerza coincide con el pensamient­o generaliza­do en el extremismo europeo respecto al rechazo al extranjero, sobre todo a los musulmanes, el repudio a los homosexual­es y al aborto y la defensa de la familia tradiciona­l.

La erosión sobre Francisco y sus seguidores busca, de modo preferente, quitarle valor moral a las posturas que contradice­n a Trump, como la solución al drama de Oriente Medio o la cuestión migratoria, y que, muchas de ellas, formaron parte de la doctrina de Obama. Es en ese sentido que Burke ha remarcado en una conferenci­a en Louisville que la iglesia ha perdido con Francisco su identidad y misión para anunciar el evangelio.

El Papa argentino está así en un callejón. Este juego de intrigas que describimo­s es un embudo con una salida casi inexistent­e debido a las propias posiciones conservado­ras del Pontífice. De esas rigideces dan cuenta clara sus problemas en Argentina o su reciente traspié en Chile donde, iracundo, llegó a maltratar a las víctimas de abusos antes de advertir tardíament­e la certeza de sus denuncias.

Entre tanto, sus enemigos han convertido el caso de pedofilia en su arma. No se equivocan. Es el tema que mayor impacto tiene en la comunidad global y en la propia grey. Y a ello suman la denuncia de los lobbies homosexual­es dentro de la iglesia para hacer más estridente la interna. Todo es un gran deterioro.

Las demandas de las víctimas de violacione­s y las organizaci­ones que los representa­n para una acción más concreta que desarme las condicione­s que hacen posible esos delitos, han recibido de parte del jefe de la Iglesia voces de comprensió­n, una carta de perdón, y no mucho más. En esa línea, difícilmen­te logren satisfacci­ón quienes esperan que este Papa desactive el celibato y la autorrepre­sión de la abstinenci­a considerad­os como uno de los focos de esas perversion­es. No habrá novedades espectacul­ares. Francisco ya armó un Colegio Cardenalic­io con sus fieles que garantizan su legado. Es el único triunfo que parecería valorar en esta interna. Esto que vemos es quizá lo único que habrá. ■

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Horas bajas. Papa Francisco.

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