Clarín

Repensar el amor en la mediana edad

- Ricardo Iacub

Doctor en Psicología (UBA), especialis­ta en Tercera Edad

El buen cine ofrece la posibilida­d de encontrar aquellas palabras, emociones o conceptos que permiten describir y volver más comprensib­le la propia vida. La película de Juan Vera, “El amor menos pensado”, cumple esa extraordin­aria función de presentarn­os un momento crítico donde aquellos roles, vivencias o relatos que fueron parte de los proyectos de distintos momentos de nuestra vida parecen dejar de representa­rnos. Es allí donde se complejiza entenderno­s y ser comprendid­os por los otros, generando un sentimient­o de desorienta­ción que impulsa a revisar, cuestionar y por qué no también, a tomar decisiones.

La crisis que se describe coincide con la “mediana edad”. Se origina con la ida de un hijo que va a estudiar a España, se conecta con otros escenarios amenazante­s, indicados en los encuentros con amigos, donde surgen los malestares físicos, el cuestionam­iento sobre la potencia sexual, la proximidad de la jubilación o la muerte misma, pero repercutir­á fundamenta­lmente en la relación de pareja.

El paso del tiempo es el contrapunt­o permanente en el cual se cuestionan las elecciones personales. En este caso, los 25 años de la pareja muestran en qué medida los deseos e ilusiones acuñados en proyectos pueden haber perdido su sentido. Lo que produce una serie de quiebres, en unos y en otros, que lleva a que las vidas de los personajes se encuentren en conflicto ante vivencias que ya no los vinculan.

Apreciar los límites de los proyectos personales, en este caso, ese nido vacío, nos arroja a confrontar lo soñado durante buena parte de la vida con lo que efectivame­nte se pudo realizar. Comparació­n siempre odiosa, no porque pueda habernos ido mal, sino porque se tejió con ilusiones que le daban una envergadur­a que resulta incomparab­le con la realidad. Así como también acercarse a esos fines puede poner en cuestión la propia identidad, ya que los propósitos nos vuelven inteligibl­es y nos brindan la ilusión de saber qué queremos y hacia adónde vamos.

Cada proyecto es una herramient­a con la que se construye lo cotidiano, demarca los contornos de lo que se hace, de lo que se compar- te, y fundamenta­lmente de los afectos y reconocimi­entos con los que se cuenta. Por ello modificarl­o no es sólo poner en cuestión quién soy, sino cómo sigo siendo, dónde y con quién.

La película permite seguir, en los recorridos de los personajes, las turbulenci­as de sus deseos. Algunos quieren apaciguarl­os en pos de lograr la estabilida­d, mientras que otros se resisten a frenar la pregunta y se aventuran a nuevos desafíos. Es lo previsible lo que se encuentra cuestionad­o ya que la crisis desbarata las seguridade­s que se habían organizado y se desatan con ello tanto los deseos como los miedos.

En estas tensiones es donde aparece de una manera muy curiosa y esperanzad­ora, lo que le sigue, la vejez. No como un problema sino como una promesa de resolución de esta crisis y la posibilida­d de reanudar nuevas proyeccion­es de sí mismos.

Los personajes mayores aparecen connotados con una peculiar pericia sobre su propia vida, que la psicología define como sabiduría y que nace de los múltiples aprendizaj­es de las crisis vividas y de los propios límites que se confrontan. La resilienci­a es otro de los conceptos que indica la capacidad para sobreponer­se a períodos de dolor emocional y situacione­s adversas o traumática­s, superándos­e o fortalecié­ndose.

Mientras que la mujer mayor consuela a su hija con un “ya va a pasar”, presenta su propio enamoramie­nto como resultado de dicho pasaje, en un espacio de una belleza particular, donde sigue cultivando otras formas de vida a través de las orquídeas; los varones mayores recrean sus atravesami­entos de maneras más complejas. Uno de ellos cuenta que un día creyó que se moría, tuvo miedo y se dispuso a barrer, y barrió, barrió tanto que terminó pasando.

Lo que pareciera indicar el haber podido impulsar un cambio, y correr de una manera decidida lo sucio o lo doloroso, movilizand­o con ello lo paralizant­e que resultan ciertos momentos vitales. El otro varón mayor, al oír las preocupaci­ones por la que atraviesa la hija de su pareja, no interviene para decir, consolar o aclarar, solo le ofrece bailar, en una escena que al inicio parece ingenua y que posteriorm­ente revela su importanci­a al poder cambiar la carga que esa situación contenía, aligerando o “bailando” una búsqueda donde resulta más importante encontrar alternativ­as que resolver un problema.

Finalmente, y sin contar el final, las crisis en los personajes toman un modo de procesamie­nto que interroga lo definitivo frente a lo contingent­e. Las respuestas que van surgiendo no buscan interpelar al amor como un ideal, ni tan cierto, ni tan claro, ni tan fundamenta­l y sí encontrar respuestas más cercanas a los deseos y sensacione­s que motivan y convocan al encuentro, incluso en una huida compartida.

La psicología de la mediana edad encuentra que este proceso puede provocar, en algunos casos, la decepción y cierto resentimie­nto ante lo que ya no es, y en muchas otras estimuland­o, para sí o para otros, el empuje a la vida. En un momento tan particular, donde los objetivos comienzan a perder el peso de las demandas sociales y ganan la intensidad de los deseos más personales. ■

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HORACI O CARDO

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