“Trump es antidemocrático, pero la realidad es que su popularidad crece”
La ex canciller de Bill Clinton advierte sobre el avance del fascismo en el mundo, y la pérdida de confianza en las instituciones democráticas.
A la ex secretaria de Estado Madeleine Albright le preocupa la posibilidad de un nuevo ascenso del fascismo en el mundo. Pero aún confía en la fuerza de la democracia liberal y sus instituciones. Podría haber dejado de trabajar hace mucho. A los 81 años, puede enorgullecerse de una carrera exitosa en la diplomacia, numerosos libros y una floreciente consultora. Pero Albright no es el tipo de persona que puede desaparecer en el retiro. Sigue siendo la Gran Dama de la política exterior estadounidense, carrera que inició como embajadora ante la ONU en Nueva York de 1991 a 2001 antes de convertirse en la secretaria de Estado de Bill Clinton.
Centró su atención en el conflicto de Oriente Medio, el desarrollo de Rusia tras la caída de la Unión Soviética y el programa nuclear de Corea del Norte, problemas que no han desaparecido. Todavía hoy sigue siendo una aguda observadora de los acontecimientos mundiales y tiene una visión global de las tendencias y los cambios. El tema más importante que actualmente ocupa a Albright es el presidente Donald Trump, que ha infligido graves daños a la relación transatlántica y ha puesto en la mira el orden político occidental, orden que Albright ayudó a crear. A mediados de julio, se publicó su último libro en alemán, cuyo título en inglés es “Fascism: A Warning” (que en español sería algo así como “Fascismo: una advertencia”).
Albright recibe visitas en su oficina de Washington D.C. En un rincón hay un tigre de peluche con un paquete gigante de chocolate Toblerone, regalo de sus alumnos de la Universidad de Georgetown. Albright muestra una foto enmarcada que cuelga de la pared: es un fragmento de la lista de pasajeros del buque SS America que la trajo de Europa a los EE.UU. después de la II Guerra Mundial.
“Pueden ver mi nombre escrito aquí, Marie Korbelova, 11 años. Korbeloba es mi apellido de soltera. Llegué a EE.UU. el 11 de noviembre de 1948 a bordo del SS America junto con mis tres hermanos y mis padres. Junto al manifiesto de pasajeros pueden ver las misiones que me encomendó el ex presidente Bill Clinton y la Medalla de la Libertad del ex presidente Barack Obama. Es la historia de mi vida, por decir así”, cuenta. -Usted nació en Praga, huyó de los nazis durante la II Guerra Mundial hacia Londres y más tarde escapó del comunismo a EE.UU. ¿Cómo moldearon su vida estas experiencias? -Vi la diferencia que marca el hecho de que Estados Unidos intervenga en los asuntos mundiales… y de que no intervenga. La conferencia de Munich de 1938 es el episodio que fue la divisoria de aguas. Fue un acuerdo celebrado entre los franceses y los británicos con los alemanes y los italianos, sin Checoslovaquia y sin la participación de los Estados Unidos. Se permitió que Hitler tomara parte de Checoslovaquia. Y cuando EE.UU. intervino, la diferencia fue total. Después de 1945, como resultado de los arreglos hechos durante la guerra, Europa quedó dividida por la mitad y el país donde yo había nacido quedó detrás de la Cortina de Hierro durante 40 años. Así que en mi caso puedo afirmar que, cuando EE.UU. no participa, ocurren cosas malas. EE.UU. tiene que ser parte. -Cuando analiza el estado de Occidente hoy, ¿es optimista o pesimista? -Soy una optimista que se preocupa mucho. -En su libro dice que teme que se vuelva al clima internacional imperante en las décadas de 1920 y 1930. ¿Qué quiere decir con eso? -Cuando escribí este libro, decidí que debía hacer algo que fuera histórico, no emocional. Hay notables similitudes entre entonces y ahora que tienen que ver con divisiones en la sociedad, la sensación de que hay ganadores y perdedores en lo económico y políticos que se aprovechan de esas divisiones. En lugar de buscar puntos de coincidencia, hacen todo lo posible para exacerbar las divisiones. Creo en el patriotismo pero me preocupa el nacionalismo. Todos nos hemos beneficiado con la globalización, en muchos aspectos, pero también es una espada de doble filo porque la gente parece perder su identidad y su sentido de pertenencia. -El título de su libro es “Fascism: A Warning”. ¿No es un poco alarmista? ¿Realmente existe la amenaza de recaer en el fascismo?
-Se supone que debe ser alarmista. Pero aclaré específicamente que no creo que el presidente Donald Trump sea fascista. Es antidemocrático; no respeta instituciones democráticas como la libertad de prensa, a la que llama “enemiga del pueblo”. Al final del libro digo: si la gente cree que soy alarmista, se debe a los tiempos en que vivimos.
-La mayoría de los estadounidenses piensan que Trump no está haciendo un buen trabajo, su base representa sólo alrededor de un tercio del electorado. ¿No está sobrestimando el poder de los populistas?
-Es mejor sobrestimar que suponer que todo está bien cuando no lo está. La realidad es que el índice de aprobación de Trump está subiendo, no cayendo. Los políticos republicanos tienen
miedo de oponerse a él. Cada semana cambia el carácter del debate político y debemos prestar atención a eso. Creo que la mejor cita del libro es una de Mussolini: “Si le arrancas a la gallina una pluma a la vez, la gente no se dará cuenta”.
-¿Cree que la democracia está desapareciendo como gran idea?
-No. Y por el solo hecho de que vea indicios de fascismo, no significa que necesariamente sea el mismo fascismo que presenciamos durante el siglo XX. El Tercer Reich no reaparecerá. La democracia se remonta a los antiguos griegos y se la ha practicado de diversas maneras a lo largo de la historia. Al final, la democracia liberal se impuso. “Concesiones mutuas” es una buena expresión, es el elemento básico de la democracia. Pero hay líderes que operan sobre la base de exacerbar las divisiones de la sociedad para su propio beneficio. Así, destruyen la posibilidad de encontrar puntos de coincidencia.
-¿Por qué cree que tantas personas desconfían de los gobiernos electos?
-Siempre se discute qué viene primero, el desarrollo político o el desarrollo económico. Porque la gente quiere votar a sus representantes y quiere comer. La conclusión es que la democracia tiene que aportar resultados. Y se tiene la sensación, en algunos lugares, de que la democracia no ha abordado de manera realmente eficaz la creciente división entre los ricos y los pobres. Los ciudadanos demandan empleo, un sistema de salud que funcione, educación. Los populistas ofrecen soluciones aparentemente fáciles. Dicen: “Tengo una respuesta fácil para ustedes” y eso es lo que vemos hoy.
-Su propio Partido Demócrata tiene dificultades para lidiar con políticos como Donald Trump. ¿A qué se debe?
-Creo que el contrato social que mantenía unidas nuestras sociedades se ha roto. La gente renunció a algunos de sus derechos individuales para ser protegida por el Estado y para que el Estado también le provea cierto número de servicios. Pero a través de los años ninguno de los dos ha respetado su parte del acuerdo. El Estado descuidó a los ciudadanos y los ciudadanos evadieron impuestos y están dispuestos a dejarse seducir por los populistas. Me parece que ahora tenemos que dilucidar cómo volver a hacer del contrato social algún tipo de contrato genuino en el que ambas partes sepan qué se supone que hagan. Estamos en un período en que tanto la extrema izquierda como la extrema derecha sacan partido de las divisiones e incertidumbres para exacerbarlas.
-¿Qué se puede hacer con un presidente como Trump, que tiene tal desprecio por instituciones internacionales como la Organización Mundial del Comercio o la OTAN?
-Muchos aún creen que la política exterior de los EE.UU. viene en segmentos de cuatro años. Pero no es así. Hemos tenido 70 años de buenas relaciones con Europa, no siempre exactamente iguales. Hemos tenido muchos altibajos y así es como vemos al gobierno actual. Con este presidente, las relaciones transatlánticas atraviesan un período difícil pero no creo que debamos darlas por perdidas. Perdurarán.
-Trump exige más compromiso y más aportes de sus aliados europeos pero, al mismo tiempo, se hace amigo del presidente ruso Vladimir Putin. ¿Teme que la OTAN esté perdiendo su relevancia para la seguridad europea?
-Pese a las controversias reciente, la OTAN sigue siendo la institución más potente y versátil del mundo en su tipo. Todos los miembros de la alianza acordaron en el pasado destinar por lo menos el 2% de su PBI al gasto de defensa. Al pedir apoyo a esta norma, Trump sólo se hace eco de lo que decían presidentes estadounidenses anteriores, y también líderes de la OTAN. No hay nada particularmente llamativo en que jefes de gobierno estadounidenses o europeos se reúnan con el presidente de Rusia. Sin embargo, es vital que los líderes de ambos lados del Atlántico reafirmen su compromiso con una sociedad cooperativa y productiva. La alianza tiene la misma fuerza que los lazos de amistad y confianza que hay entre sus miembros.
-La seguridad y la estabilidad europeas están siendo puestas en duda en múltiples frentes: por Rusia, por la inmigración, por la guerra en Siria. La lista podría seguir. ¿Hay un papel para la OTAN en este escenario?
-La doctrina revisada de la OTAN busca defender a los Estados miembros de las amenazas a la seguridad tanto directas como indirectas, nuevas y viejas. La OTAN, por lo tanto, tiene un papel claro de proteger a sus miembros de las posibles agresiones de Rusia y contener la amenaza que plantean los ciberataques y el terrorismo internacional. Sin embargo, como alianza militar, la OTAN no interfiere en asuntos de política civil –como la inmigración- que conciernen a los gobiernos nacionales y la UE.
-¿Cree que la relación entre Trump y Putin es un peligro para Europa?
-Espero que, durante la cumbre de la OTAN en Bruselas, el presidente Trump y los líderes de la alianza tengan tiempo para hablar de un abordaje coordinado de los diversos temas relacionados con Rusia. Tengo la esperanza de que acuerden seguir apoyando la soberanía de Ucrania, un final negociado para la guerra en Siria y el rechazo a la interferencia patrocinada por Rusia en las elecciones democráticas.
-Usted es amiga del ex ministro de Relaciones Exteriores de Alemania Joschka Fischer, que dice que ya no podemos dar por sentada la alianza transatlántica. La canciller alemana Angela Merkel dice que ya no podemos depender de EE.UU. ¿No son indicios de que la relación transatlántica ya está implosionando?
-Lo peor sería renunciar ahora, ¿no es verdad? No estaría de más hacer una advertencia de ese tipo, tal como mi libro es una advertencia, porque pienso que la gente tiene que ser consciente de la discontinuidad y lo que está pasando. Pero lo que pasa ahora no se resolverá diciendo: “Se terminó todo”. La Unión Europea también tiene problemas internos, por ejemplo, la forma en que se están comportando Hungría y Polonia y determinar qué estructuras pueden usarse para hacer frente a eso. Muchos europeos se enojaron cuando Obama dijo que íbamos a girar hacia Asia y yo solía decir que EE.UU. no es monógamo. Somos una potencia atlántica y pacífica.
-¿Le preocupa que Trump insulte incluso a sus aliados más estrechos como el primer ministro Justin Trudeau de Canadá, a quien calificó de “muy deshonesto y débil”?
-Eso de ningún modo puede ser beneficioso. Eso me consternó. Nunca vi comportamientos como esos en un presidente estadounidense.
-Toda esta situación parece estar volviéndose más difícil y compleja cada día y, sin embargo, usted no parece temerosa ni desesperada.
-El mundo está sumido en el caos pero, desde la perspectiva de una politóloga, es un momento muy interesante. Las instituciones occidentales, tal como las personas a los 70 años, necesitan algunas refacciones. Quizá este sea el momento. Necesitamos que las mejores mentes traten de resolver los problemas del siglo XXI.
-¿Trump será reelegido en 2020?
-Sé cuál es mi esperanza, pero no tengo idea.
En algunos lugares se tiene la sensación de que la democracia no abordó la división entre ricos y pobres de modo eficaz”.