El papa Francisco juega su futuro en la lucha contra los abusos en la Iglesia
Interna. Confronta no sólo ese fenómeno, sino el embate de los grupos católicos ultraconservadores que lo cuestionan.
El Papa afronta la peor crisis de su pontificado: debe anunciar su decisión de seguir adelante con sus planes de reforma de la Iglesia y demostrarlo. Pero esto no es suficiente. Los ataques de la conspiración ultraconservadora se han renovado como nunca en una nueva dirección. La originalidad es que ya no se centran en las acusaciones de traición a la doctrina sino en el gran desastre de los abusos sexuales de curas a menores, en los que se quiere usar a Jorge Bergoglio como el principal chivo emi- sario.
La conspiración parte de la iglesia norteamericana y se esparce principalmente por los sectores tradicionalistas europeos. La decisión de los ultramontanos es impedir que el obispo de Roma argentino continúe al frente de la Iglesia, renunciado, volteado con un cisma o como sea.
El tiempo pasa y apremia a los conjurados. Llegan nuevos consistorios: dos más y la mayoría de cardenales electores favorables al ideario de Jorge Bergoglio será abrumadora.
Se habrá construído así uno de los bastiones de la nueva Iglesia pobre y sinodal que quiere Francisco: la transformación de la periferia geográfica y existencial en el centro, con la pérdida de la hegemonía del llama- do Primer Mundo, europeo y norteamericano en el control de una Iglesia en notable crisis de alejamiento de millones de fieles, sobre todo occidentales, por el déficit de modernización de fondo y renovación en profundidad de las estructuras. La ultraderecha la quiere recuperar para que sea igual a sí misma, especular, inmutable y opaca, como era en los viejos tiempos que no volverán.
El actual contexto político en EE.UU. y Europa está dominado por el “boom” de la extrema derecha, sobre todo en Estados Unidos e Italia, una realidad que hace más difícil el camino de las reformas y aumenta las dificultades para Francisco. En la principal trinchera antiBergoglio, en Estados Unidos, las jerarquías con- servadores son hostiles a todo el programa del Papa. En sintonía con los republicanos y el presidente Donald Trump, atacan las para ellos detestables aperturas del argentino a las desigualdades y el descarte social, más la lucha contra los excesos del capitalismo.
He aquí un pronunciamiento sobre el “Dios dinero” que retrata al intolerable Papa tercermundista para el paladar de los ultraderechistas norteamericanos. “El dinero. ¿Cómo gobierna? Con el látigo del miedo, de la desigualdad, de la violencia económica, social y militar. Una espiral descendente que parece no tener fin. Hay un terrorismo de base que deriva del control del dinero sobre la tierra y amenaza a toda la humanidad. El dinero no puede ser la única ley que gobierna nuestras sociedades. Hoy algunos sectores económicos ejercitan más poder de los mismos Estados”.
El problema para Francisco es que la peor crisis interna estalla por acumulación de insuficiencias en las imprescindibles decisiones operativas en el tema de los abusos sexuales en la Iglesia. Nadie esperaba que este déficit fuera aprovechada por los ultraconservadores. El arzobispo Carlo María Viganó, que el domingo pasado lanzó la bomba sobre la misa campal en Dublin de las Jornadas Mundiales de la Familia en Irlanda, poco antes de que el Papa regresara a Roma, había firmado el año pasado un documento de los tradicionalistas que había llegado al extremo, acusando a Jorge Bergoglio de haber cometido no una sino “siete herejías” doctrinales. Eran demasiadas y el libelo no produjo el escándalo esperado.
La Iglesia norteamericana, con cardenales y obispos en opuestas barricadas, nunca estuvo tan dividida. Tanto que el presidente de la Conferencia Episcopal, comparable a la italiana en poder dentro del catolicismo, cardenal Daniel Di Narco, de Houston, ha pedido una audiencia a Francisco para pedirle el envío de una visita apostólica para tratar de contener el enfrentamiento.
The New York Times señala entre los intrigantes, al cardenal Raymond Burke, que proclamó su apoyo al arzobispo Viganó. Además está el cardenal Blase Cupich, de Chicago, el obispo David Konderia de Tulsa, y Joseph Strickland, de Texas, considerado un conspirador de primera línea en la ofensiva contra el Papa.
En la otra trinchera, el obispo de Newark, Joseph Tobin, dijo que los confabulados de la ultraderecha “quieren hacer callar la voz de Francisco, rodearlo de sospechas, acortar su pontíficado y fomentar la conmoción general en la Iglesia”. El jesuita James Martin, editorialista del influyente “American Magazine”, destaca que “ciertos católicos usan los sufrimientos de los niños para sostener sus planes de ataque contra Francisco”.
Agrega que la acusación de Viganó de que Francisco protegió al ex cardenal Theodore McCarrick, es totalmente sesgado en favor de la culpabilidad del actual pontífice. “McCarrick (que era arzobispo de Washington) fue el más alto jerarca eclesial acusado de abusos sexuales, estuvo activo bajo los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Pero la ira (de los ultraconservadores) se desencadena solo contra Francisco”, destaca Martin.
Este es un aspecto central de la es- casa credibilidad del manifiesto de 11 páginas der Viganó en el que acusa al Papa de haber protegido a McCarrick. Y sostiene que advirtió a Francisco en 2013, cuando fue elegido pontífice, pero que antes ya había avisado a Juan Pablo II y Benedicto XVI, el ex cardenal Ratzinger, a través de sus secretarios de Estado, los purpurados Angelo Sodano (a los 90 años, actual decano del Sacro Colegio de cardenales) y Tarcisio Bertone.
Viganó extiende el reparto de culpas a otros altos funcionarios del Vaticano, entre ellos el cardenal argentino Leonardo Sandri, entonces sustituto de Sodano y actualmente “ministro” para las Iglesias Orientales del compatriota Bergoglio.
Viganó, que durante años pidió su promoción al cardenalato, no presenta pruebas de sus acusaciones. Por ejemplo afirma que el hoy Papa emérito Benedicto XVI, 91 años, castigó al cardenal McCarrick secretamente, prohibiéndole llevar una vida pública. Sin embargo el cardenal no hizo caso y estuvo en tres ocasiones con el pontífice alemán.
Viganó tiene fama de mentiroso, pero los partidarios de Francisco piden en voz baja que el pontífice haga las aclaraciones del caso. También reclaman las “decisiones operativas” para imponer la “tolerancia cero”, no solo con los curas abusadores sino
La Iglesia de EE.UU, con cardenales y obispos en sus barricadas, nunca estuvo tan dividida
con los obispos acusados proteger y ocultar a los pedófilos. En este aspecto la Iglesia y el mismo Bergoglio están mostrando un notable retardo. En 2015, la Pontificia Comisión creada por Francisco para defender a los menores abusados, le pidió al Papa constituir un tribunal en el Vaticano para juzgar a los obispos “negligentes”, cómplices. Bergoglio aceptó, sancionó la creación del tribunal, lo dotó de fondos y todo estaba listo para que comenzara a funcionar. Pero personajes de primera línea de dicasterios vaticanos lo objetaron y mostraron que tenían facultades para procesar a los obispos. Pasó el tiempo hasta que se informó que la iniciativa no se llevaría a cabo. No hay noticias de los obispos procesados, si es que hay alguno.
El Papa de 81 años se acerca a la fase final de su pontificado que no se sabe cuánto durará. Por delante tiene dos citas importantes en los Sínodos de este año dedicado a los jóvenes y del año próximo a la Amazonia, donde habrá novedades importantes. Ya se acabaron los plazos y debe demostrar con decisiones operativas concretas y eficientes la lucha que la Iglesia está perdiendo ante la feligresía y la opinión pública mundial contra los curas abusadores sexuales y la telaraña de complicidades de obispos y otras autoridades que los protegen.
Es una pesada tarea sobre las espaldas de Bergoglio, pero la urgencia y la gravedad de los escándalos que desprestigian seriamente a la institución católica no esperan más. ■