El mar, los dioses y la verdad
Recuerdo con asombro que alguna vez llegué a la ciudad de Atenas. Como en una película borrosa recordé el manual “La Aurora del Saber” que iluminó a un 6° grado de la escuela donde, por primera vez, conocimos la Historia Universal. También recordé que un lugar llamado El Olimpo albergaba a dioses y semidioses. En aquellas salas de estudio se nos había transmitido una ubicación veraz para lo que aún llamamos mitología. Quisimos, entonces, acercarnos a aquellos retazos entre los que (y era un absurdo veraz) circulaban automóviles y tranvías. El barco que había echado el ancla en el puerto de El Pireo nos permitía ahora entrar a pie firme en el universo de la leyenda. Esto quizás provoque alguna sonrisa indulgente, pero comprobar que los pueblos elegidos por la Historia aún nos permiten compartir ciertos laberintos puede inscribirse entre las sorpresas deslumbrantes que la vida actual parece habernos arrebatado.
Y allí fuimos sin imaginar que con sólo asomarnos al balcón de una habitación de hotel íbamos a encontrarnos con el corazón de la leyenda. ¿Acaso alguien nos previno que, bajo los rayos áureos del sol poniente, íbamos a contemplar el Acrópolis?
¿Por qué lloras?, nos pregunta el hombre amado. Imposible explicarle que, él y yo, tenemos frente a los ojos el mensaje de los dioses. ¿Por qué lloras?, repite en un abrazo mientras nos escuchamos responder casi con timidez: “Porque, finalmente, todo esto era verdad”.